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Marta García Aller

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Juicio al llanto

A quién se le ocurre comportarse como si hubieras ganado el Mundial después de ganar el Mundial

Foto: Luis Rubiales llegando al juicio. (EFE/Fernando Villar)
Luis Rubiales llegando al juicio. (EFE/Fernando Villar)
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Hay quien prueba a dar un beso por un mero malentendido o porque se viene arriba o por si cuela. A veces es una grata sorpresa. Otras no. Si una no quiere ese beso, teóricamente puede apartarse. Si le sujetan con fuerza la cabeza, siempre puede intentar zafarse o dar un empujón o decirle al otro que quién se cree que es. Teóricamente. Claro, que cuando es tu jefe el que te sujeta la cabeza es todo más complicado. Ya es difícil llevarle en alto la contraria a un jefe en una reunión, como para no entender a Jennifer Hermoso cuando dice que no pudo evitar el beso de Rubiales. Porque el que la besó en la boca en la entrega de medallas era su superior jerárquico. Y a un jefe es más complicado mandarle a la mierda y más si es en público y ese público incluye en un acto protocolario, Casa Real incluida, un estadio lleno de gente y millones de espectadores viéndolo en casa.

Jennifer Hermoso explicó en la Audiencia Nacional que cuando Rubiales la cogió por las orejas y le plantó un beso en las celebraciones del mundial de fútbol que acababa de ganar no pudo responder. Que lo que hizo su jefe estuvo fuera de contexto. Que no le pareció bien. Y que las presiones que llegaron después por arte de la Federación de Fútbol para que le quitara hierro al asunto fueron más agobiantes todavía.

El entonces presidente de la Federación le dijo que tenía una novia y que a ella no le había molestado, que por qué tanto lío por un beso dado en plena euforia. Al ver la que se había liado, Rubiales también le dijo a la futbolista que sus hijas estaban llorando, que por favor grabara un vídeo para decir que todo había sido un juego consentido. No le costó pedir ese favor, pero sí pedirle perdón, que lo dio solo a medias al día siguiente de llamar “tontos del culo” a los que le criticaban por la falta de consentimiento aparente.

Entre las preguntas que le hicieron a la campeona del mundo en el juicio hubo algunas que se repiten mucho en los juicios por agresiones sexuales. Las que cuestionan cómo reacciona la víctima. Como si se la juzgara a ella en vez de lo sucedido antes. Las víctimas de agresiones a veces se quedan en casa llorando, otras salen de fiesta con amigas para animarse. A veces van a terapia y otras a trabajar. A veces suben una foto a redes con un atardecer otras con una sonrisa. Da igual si se hacen un piercing o una liposucción. Nada, nada de eso, tiene que ver con si alguien hizo algo con su cuerpo contra su voluntad, que es lo que se juzga. No si lloró o no.

Se pueden quedar en casa o no, pero nada de eso tiene que ver con si alguien hizo algo con su cuerpo contra su voluntad, que es lo que se juzga

¿Qué tendría que haber hecho Jennifer Hermoso para ser una buena víctima? ¿Llorar? ¿Quedarse en su habitación mientras el resto de futbolistas celebraba el triunfo? Las víctimas de agresiones no suelen serlo justo después de ganar un mundial de fútbol y delante de todos. Aun así, ni Jennifer Hermoso se libra de la idea de la buena víctima en los interrogatorios. Que si tanto le molestó, entonces por qué se reía en el autobús con las jugadoras, que por qué se fue a Ibiza, que por qué le dio en el podio dos palmadas a Rubiales buscando contacto físico después de que le besara si tanto le incomodó… En definitiva, por qué después de ganar el Mundial se siguió comportando como si hubiera ganado el Mundial. A quién se le ocurre.

La noche de la celebración, después del piquito, la Federación emitió un comunicado con unas supuestas declaraciones de Jennifer Hermoso que ella niega haber hecho. La versión oficial decía que había sido un gesto mutuo. Ella lo niega. Pero esa es la clave. La insistencia en que era “un gesto natural de cariño y agradecimiento”. Como si importara lo que opine del beso quien lo da. Pero el beso solo puede ser un inofensivo gesto de complicidad y celebración si quien lo recibe da su consentimiento.

Eso es lo único que determina si ese beso es o no una agresión. Si quien lo recibe lo quiere. No cómo ella reacciona después. Ni la euforia, ni la buena intención del jefe al dárselo, ni lo mal que lo pasen sus hijas al ver a su padre preocupado, ni si a la novia del jefe le parece bien o no. No. Ni el que da el beso, ni sus hijas ni su novia. El consentimiento solo lo puede dar quien lo recibe. Y por eso los jefes no pueden ir dando piquitos por ahí. Porque no siempre es fácil decirle que no a un jefe. Y un beso solo es un beso si las dos personas lo quieren. Si no, es un delito.

Hay quien prueba a dar un beso por un mero malentendido o porque se viene arriba o por si cuela. A veces es una grata sorpresa. Otras no. Si una no quiere ese beso, teóricamente puede apartarse. Si le sujetan con fuerza la cabeza, siempre puede intentar zafarse o dar un empujón o decirle al otro que quién se cree que es. Teóricamente. Claro, que cuando es tu jefe el que te sujeta la cabeza es todo más complicado. Ya es difícil llevarle en alto la contraria a un jefe en una reunión, como para no entender a Jennifer Hermoso cuando dice que no pudo evitar el beso de Rubiales. Porque el que la besó en la boca en la entrega de medallas era su superior jerárquico. Y a un jefe es más complicado mandarle a la mierda y más si es en público y ese público incluye en un acto protocolario, Casa Real incluida, un estadio lleno de gente y millones de espectadores viéndolo en casa.

Luis Rubiales
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