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Los Apocalipsis ya no son lo que eran
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Los Apocalipsis ya no son lo que eran

Hace tanto que sabemos que no vivimos en tiempos normales que se nos va notando entrenados para las situaciones de extrema incertidumbre

Foto: Mantas que fueron repartidas por la Cruz Roja entre los viajeros de tren que pasaron la noche en la estación de Atocha. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Mantas que fueron repartidas por la Cruz Roja entre los viajeros de tren que pasaron la noche en la estación de Atocha. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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A este paso, la próxima vez que veamos una película de catástrofes, vamos a ser como esos médicos que se ponían tiquismiquis con Anatomía de Grey porque no les resultaba creíble cómo usaba el desfibrilador el Dr. Shepherd. Tenemos ya mucha experiencia en el sector para que nos impresione un apocalipsis cualquiera. Esperamos un guion a la altura de los tiempos.

Por ejemplo, cómo ponen a los actores con el pelo tan limpio en medio del caos. Ya sabemos lo que cambia las prioridades en la ciudad estar sin luz o en un ataque zombi. En el apagón total del lunes nos faltó de lo primero y, afortunadamente, también de lo segundo. Zombis, lo que se dice zombis, no hemos tenido todavía. Pero sí un apagón que dejó España sin luz ni internet durante casi 12 horas. Ni teléfono, ni agua caliente, ni forma de calentar la comida. Qué mal pensada la cocina de inducción para este episodio.

Antes del apagón, fueron el confinamiento y la pandemia; la nevada de Filomena, que hizo esquiable Chamberí; la invasión de Ucrania, con amenaza nuclear incluida; y el desmoronamiento del orden global con el regreso de Trump. Bueno, y la dana en Valencia y el volcán de la Palma. No está mal para este lustro. Quedarnos incomunicados y sin electricidad es la última de las situaciones de incertidumbre extrema que nos ha tocado vivir últimamente. Se nos amontonan los apocalipsis.

En estos años hemos visto ponerse todo patas arriba tantas veces que, al menos, ya no nos pilla del todo por sorpresa. Hace tanto que sabemos que no vivimos en tiempos normales que se nos va notando entrenados para las situaciones de extrema incertidumbre.

Foto: Un Policía Municipal de Madrid atiende a un conductor durante el apagón. (EFE/Daniel González) Opinión

Una vez el país fue entendiendo que el apagón iba para rato, se notaba la experiencia en la calma con la que la gente iba a pedir cerveza antes de que se calentara y helados antes de que se derritieran. Como apenas se podía trabajar, las calles estaban llenas. Se veía mucha animación en los barrios y las aceras de Madrid, algunos obreros y otros más finos. En unas plazas, latas y botellines, en otras, Godello del tiempo.

Hasta en los atascos se notaba parsimonia. Como si en vez de un apagón de consecuencias imprevisibles fuera otra maratón más de esas que de vez en cuando colapsan la capital, los conductores exhibían una paciencia tan sorprendente como los pasajeros de los autobuses a rebosar que miraban el atasco por la ventana, aprovechando que en los móviles, sin internet, no había nada que mirar.

Foto: Los alrededores de Nuevos Ministerios durante el apagón eléctrico en Madrid. (EP/Jesús Hellín).

Hubo mucho civismo también en los coches circulando sin semáforos y en los vecinos que salieron con chalecos amarillos a dirigir el tráfico. Hay que ver la de cosas que hace la gente cuando no va internet. En vez de arreglar el mundo en redes, para sentirse útil esta vez no quedaba otra que salir a la calle. Cada apocalipsis tiene su afán. Como no se podía teletrabajar, todos de paseo a aprovechar el buen tiempo. Que a saber si el próximo nos pilla en invierno.

Si la pandemia fue el colapso que fomentó el comercio online y las reuniones por Zoom, el apagón ha sido el hit para las tiendas de barrio y los corrillos alrededor de un transistor. Otros, atrapados en un túnel, un vagón o un ascensor no tuvieron tanta suerte. Pero en las calles no se veía agobio, sino una extraña mezcla de resignación y estupefacción. Es la ventaja de estar ya en tercero de apocalipsis. Que ya no somos novatos en situaciones anómalas, de esas que nunca hemos vivido antes y esperamos no volver a vivir, pero de la que incorporamos un montón de por si acasos.

Esta vez, sobre todo, hemos caído en la cuenta de cuántas cosas nos faltan en casa para tirar en caso de apagón. Un hornillo con gas, una linterna con dinamo; agua para tres días; alimentos no perecederos y, por supuesto, una radio a pilas. Además de efectivo, claro.

Si cinco años después de la pandemia siguen rodando por casa mascarillas y algún bote de gel hidroalcohólico, porque nunca se sabe, después del gran apagón, guardaremos durante años velas, linternas y mecheros. Esperemos que no vuelvan a hacer falta, pero vete a saber. Si no saben qué ha provocado este apagón cómo van a saber si se puede repetir. El próximo apocalipsis todavía no sabemos de qué irá. Pero seguro que cada vez va tener más difícil sorprendernos.

A este paso, la próxima vez que veamos una película de catástrofes, vamos a ser como esos médicos que se ponían tiquismiquis con Anatomía de Grey porque no les resultaba creíble cómo usaba el desfibrilador el Dr. Shepherd. Tenemos ya mucha experiencia en el sector para que nos impresione un apocalipsis cualquiera. Esperamos un guion a la altura de los tiempos.

Apagón de luz
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