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Trump contra la realidad
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Marta García Aller

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Trump contra la realidad

¿Quién necesita la ciencia teniendo una gorra que dice que tienes razón? Puestos a polarizar, Trump es capaz de polarizar los dolores de cabeza

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (DPA/Kay Nietfeld)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (DPA/Kay Nietfeld)
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A Trump no le gusta que le lleven la contraria. Quien osa contradecirle se convierte en su enemigo. Ha amenazado a bufetes de abogados, universidades, políticos, museos, cómicos, periodistas y hasta al paracetamol. Ya dijo Trump que "odia a sus oponentes" y los piensa combatir. Su penúltimo enemigo declarado, la ciencia. El último, la ONU (incluido su encargado del teleprónter). Bueno, y los europeos, las placas solares y los molinos de viento.

La lista crece tan rápido que se hace difícil seguirla. El presidente que recomendaba tomar lejía contra el covid, cargó el lunes contra las vacunas y el paracetamol. El martes, en la ONU, contra todo lo demás. El disparatado discurso en la sede de Naciones Unidas, que iba para 15 minutos y al improvisarlo duró una hora, confirmó lo poco que la realidad le importa: "Durante la campaña electoral, mi gorra más vendida es la que decía 'Trump tenía razón en todo'. Y no lo digo con presunción, pero es cierto. He tenido razón en todo".

Llevarle la contraria a su gorra es suficiente para convertirse en enemigo. Lo malo es que a veces la realidad es tozuda y se niega a darle la razón. Como cuando aseguraba que con los aranceles subiría el empleo y bajarían precios. ¿Qué dicen los números meses después? Que el desempleo aumenta y la inflación también. ¿Y qué hace Trump? Despedir a la responsable de las estadísticas oficiales. Cuando la realidad le lleva la contraria, la despide.

En su discurso de ayer en la ONU, Trump volvió a presumir de que él solito ha terminado con seis o siete guerras para reclamar el Nobel de la Paz. ¿Cuáles? Imposible saber. No solo los expertos en geopolítica y hasta los gobernantes de esos países están en desacuerdo (que se lo digan a Modi), hasta el mapa se niega a darle la razón en esto.

El pasado sábado, por ejemplo, presumió de haber acabado con la guerra entre Camboya y Armenia. Dos países separados por más de 6.000 km que nunca han estado en guerra entre sí. Seguramente confundió Armenia con Azerbaiyán, o Camboya con Tailandia. O las dos cosas. También confunde de vez en cuando Armenia con Albania. ¿Pero qué más da lo que diga el mapa? Lo importante es lo que diga su gorra.

Los europeos, por ejemplo, nos "vamos a ir al infierno", dijo Trump en la ONU. ¿Por qué? Por no hacerle caso, claro. La mayor amenaza actualmente para Europa no es Rusia, ni China. Europa se va al garete, según este presidente de 79 años, "destruida por el monstruo de dos cabezas" de la migración y la lucha contra el cambio climático y lo "políticamente correcto". Curiosamente, todos los males del mundo se explican por sus tres obsesiones más recurrentes.

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Su arenga por la libertad de expresión no llega en buen momento después de haber forzado la suspensión del cómico Jimmy Kimmel, que la semana pasada se convirtió en su enemigo número uno hasta que tres días más tarde el paracetamol lo destronó. Pero eso es muy del lunes. Luego puso la diana en la ONU, a la que en su discurso reconoció que hace décadas le guarda rencor porque tuvo la desfachatez de despreciar su propuesta de renovar su cuartel general por 500 millones de dólares, cuando él era un simple promotor inmobiliario neoyorquino.

Con Trump todo es personal. La realidad, también. ¿Cómo osan los científicos contradecir a su ministro de Sanidad? El Gobierno de Trump recomienda ahora evitar paracetamol a las mujeres embarazadas sin evidencia científica que corrobore esa afirmación. El presidente Trump y Robert F. Kennedy declararon solemnemente que las vacunas estaban contribuyendo al aumento del autismo y pidió dejar de tomar Tylenol a las embarazadas. No presentaron ninguna evidencia científica para tal afirmación porque no la hay. Más bien hicieron exactamente lo contrario. Acusar a la ciencia de no estar investigando este vínculo que obsesiona a R. F. Kennedy.

Cientos de grupos de investigación llevan décadas buscando el origen del autismo y no lo encuentran. Pero Trump ha prometido encontrar la causa sin recurrir a la ciencia. Numerosos epidemiólogos han salido a explicar que no se ha ocultado ninguna relación del paracetamol. ¿Para qué quieres la ciencia teniendo una gorra que dice que tienes razón?

Puestos a polarizar, Trump es capaz de polarizar los dolores de cabeza. Cuando la realidad es un incordio, la combate. Da igual que venga de un juez, de cientos de estudios científicos o de los datos de empleo. La batalla de Trump contra los expertos y las instituciones que no controla tienen un mismo objetivo: medir lealtades y generar dudas sobre cualquier fuente de autoridad que no sea él.

Es lógico que Trump ponga tanto énfasis en combatir precisamente las universidades, los científicos y la ciencia. Tiene sentido que así sea, porque la ciencia es el instrumento más racional que nos hemos dado para explicar la realidad compartida. Acabar con la credibilidad del consenso científico, ya sea en el origen del autismo o del cambio climático, es fundamental para asegurarse de que nadie pueda llevarle la contraria. Ni siquiera la realidad.

Además, si no hacen falta estudios para corroborar el efecto de los medicamentos, tampoco hará falta contar votos para ganar elecciones. La ventaja de poder negar la realidad a tu antojo es que el resultado de las elecciones siempre sale a favor.

A Trump no le gusta que le lleven la contraria. Quien osa contradecirle se convierte en su enemigo. Ha amenazado a bufetes de abogados, universidades, políticos, museos, cómicos, periodistas y hasta al paracetamol. Ya dijo Trump que "odia a sus oponentes" y los piensa combatir. Su penúltimo enemigo declarado, la ciencia. El último, la ONU (incluido su encargado del teleprónter). Bueno, y los europeos, las placas solares y los molinos de viento.

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