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El PP sigue sin ver el bosque
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Juan Carlos Escudier

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El PP sigue sin ver el bosque

El Real Instituto Elcano, ese laboratorio de ideas creado como fuente de inspiración del PP al que, más temprano que tarde, veremos nutrir el argumentario socialista,

El Real Instituto Elcano, ese laboratorio de ideas creado como fuente de inspiración del PP al que, más temprano que tarde, veremos nutrir el argumentario socialista, acaba de hacer público un estudio en el que analiza la incidencia electoral del 11-M. Lo importante de este documentado trabajo firmado por el sociólogo Narciso Michavila, hermano del hoy diputado popular y ex ministro de Justicia del anterior Gobierno, José María Michavila, no es tanto la conclusión obvia de que los atentados tuvieron una importancia decisiva en el triunfo del PSOE, sino la descripción de los motivos que llevaron a las urnas a 1,7 millones de españoles que no pensaban ejercer su derecho al voto y que cambiaron el signo de los comicios.

En opinión de Michavila, las cuatro hipótesis posibles que explicarían el vuelco electoral –la existencia de un deseo latente de cambio de Gobierno, la conmoción por los atentados, el castigo por la participación en la guerra de Iraq y la manipulación informativa del Gobierno y contra el Gobierno- no son excluyentes sino complementarias “Las tres primeras hipótesis son ciertas y necesarias para el cambio electoral: la conmoción por los atentados activó el rechazo a la posición del Gobierno español en la guerra de Iraq, y este rechazo activó el deseo latente de cambio de un segmento determinante del electorado. Visto en sentido contrario: sin un deseo latente de cambio, sin el apoyo del Gobierno de España a la guerra de Iraq y sin la conmoción producida por los atentados, el cambio no se habría producido. La manipulación en su doble vertiente, del Gobierno y contra el Gobierno, actuó de refuerzo del proceso”, afirma el analista.

Lo que Michavila describe es algo que el PP, un año después, sigue sin haber interiorizado, una realidad que tendría que llevar a sus dirigentes a reconocer implícitamente que no sólo fueron las bombas sino también sus propios errores los que les apartaron del Gobierno. A este empecinamiento en pensar que la razón les asiste en exclusiva y que el resto del mundo está equivocado hay que atribuir una estrategia política que, de momento, les ha condenado a la soledad parlamentaria y que, de persistir, puede conducirles al suicidio político.

Esta obcecación ha impregnado buena parte de sus iniciativas. Resulta inconcebible que, de la proclamada debilidad del Gobierno y de la inconsistencia y heterogeneidad de sus apoyos, el PP no haya logrado sacar partido salvo en contadas ocasiones. Es difícil encontrar explicación al hecho de que los populares no hayan podido o, lo que sería peor, no hayan querido tender puentes estables con fuerzas ideológicamente próximas para romper la persistente imagen de uno contra todos que los socialistas han cultivado con astucia. Sentarse mano sobre mano a ver pasar el cadáver del enemigo puede ser desesperante si el enemigo goza de mejor salud de la que se supone.

Los herederos de Aznar siguen encastillados en la absurda tarea de defender el honor del ex presidente y no se han apartado un ápice de sus consideraciones sobre la maldad intrínseca del nacionalismo. El primer error lo están pagando en la comisión de investigación del 11-M, donde su pretendida obsesión por conocer la verdad sobre unos atentados cuya autoría sólo ellos cuestionan empieza a resultar patética. El enmarañamiento de la realidad, la desesperada búsqueda de pistas que sugieran que ETA estuvo tras la masacre ofende la dignidad de las víctimas. Pensar que, más allá de las investigaciones judiciales y policiales, los españoles pueden esperar respuestas de la sagacidad investigadora de sus diputados Jaime Ignacio del Burgo y Vicente Martínez Pujalte, a quien ofende es al sentido común.

En el primer aniversario de los hechos, cuando el país entero sigue conmovido por aquel manotazo homicida y con la amenaza de nuevos ataques aún presente, es difícil entender que el PP se haya marginado voluntariamente de las recomendaciones técnicas que la comisión parlamentaria ha formulado al Gobierno para contribuir a prevenir atentados similares. Los orgullosos y los soberbios siempre se quedan solos. Quizá sea preciso recordar que las víctimas del 11-M fueron los muertos, los heridos y sus familias, y no los dirigentes del Partido Popular, por mucha presión a la que estuviera sometido el “pobre” Ángel Acebes.

El nuevo mapa político tendría que haber provocado la reformulación de la doctrina sobre la ‘amenaza nacionalista’, que con tanto empeño extendió Aznar desde su mayoría absoluta y que sólo sirvió para dar coartada a la radicalidad del PNV en Euskadi. Por regla general, el papel de oposición rebaja las ínfulas y la prepotencia, inevitables adherencias del ejercicio del poder, y enseña caminos de diálogo con otras fuerzas parlamentarias, aunque las diferencias ideológicas parezcan insalvables. Haría mal Rajoy en olvidar los réditos que proporcionó el entendimiento con IU en la última etapa en el Gobierno de Felipe González. Aquella alianza no escrita, la famosa ‘pinza’, abrió las puertas de la Moncloa, mientras que otros pactos con nacionalistas vascos y catalanes contribuyeron a fabricar un sello centrista que acumuló adhesiones y conjuró miedos.

En lugar de cambiar el rumbo, de restañar heridas, de buscar aliados, el PP ha perseverado en su empeño de satanizar a quienes podría atraer. ¿Es comprensible que un democristiano como Durán Lleida se encuentre más cómodo en la cercanía de Rubalcaba que en la de Zaplana? ¿Es normal que CiU, oposición al PSC en Cataluña, parezca en Madrid un aliado más de los socialistas? ¿No se estará justificando en la supuesta “deriva secesionista” la incapacidad de algunos dirigentes del PP para hacer política?

Ha transcurrido un año desde que el terror sacudió a una sociedad que castigó democráticamente los errores del Gobierno. El viernes recordamos en silencio a los muertos, con la mirada perdida en ese bosque de los ausentes que simboliza, a un tiempo, la pérdida y la esperanza. Contemplando límpidamente ese bosque, cualquiera puede comprender qué es lo que ha pasado.

El Real Instituto Elcano, ese laboratorio de ideas creado como fuente de inspiración del PP al que, más temprano que tarde, veremos nutrir el argumentario socialista, acaba de hacer público un estudio en el que analiza la incidencia electoral del 11-M. Lo importante de este documentado trabajo firmado por el sociólogo Narciso Michavila, hermano del hoy diputado popular y ex ministro de Justicia del anterior Gobierno, José María Michavila, no es tanto la conclusión obvia de que los atentados tuvieron una importancia decisiva en el triunfo del PSOE, sino la descripción de los motivos que llevaron a las urnas a 1,7 millones de españoles que no pensaban ejercer su derecho al voto y que cambiaron el signo de los comicios.