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El PP suspira por Don Pelayo
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Juan Carlos Escudier

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El PP suspira por Don Pelayo

Los estrategas del PP -si es que Pedro Arriola ha dejado descendencia en el partido- deben de andar desconcertados con el nuevo rumbo que ha tomado

Los estrategas del PP -si es que Pedro Arriola ha dejado descendencia en el partido- deben de andar desconcertados con el nuevo rumbo que ha tomado la realidad, siniestro baño en el que han perecido ahogadas sus principales líneas de oposición al Gobierno. La economía, la política antiterrorista y el modelo territorial han cogido esta semana a Mariano Rajoy con el pie cambiado, entre interrogantes de difícil respuesta. ¿España va bien? ¿Ha cambiado el fiscal general del Estado? ¿Valencia es una nacionalidad histórica?

Resulta que la economía se ha aliado con ese optimista antropológico que es Zapatero y ha mostrado un crecimiento que un año después del cambio de Gobierno tendrá que ser explicable por alguna razón adicional al ya consabido argumento de la herencia recibida. Con independencia de los nuevos criterios estadísticos, el PIB engorda, se crea empleo y aumenta la inversión, en un contexto si cabe más difícil, en la medida en que los principales mercados españoles –Alemania y Francia- van de capa caída.

La prosperidad, sobre la que se ciernen las mismas amenazas que en la etapa del mago don Rodrigo –alta inflación y baja competitividad-, se ha demostrado compatible con un mayor gasto social. La Seguridad Social sigue sin quebrar y, al parecer, quedará incluso margen para bajar próximamente el tipo nominal del impuesto de sociedades y favorecer a las pequeñas y medianas empresas. La regularización de los ‘bárbaros’ y el afloramiento de una parte importante de la economía sumergida no hará sino oxigenar unas cuentas públicas, que se saldarán este año con superávit al mejor estilo aznariano. Las predicciones de la OCDE estiman un crecimiento del 3,2% en 2006. ¿España va bien o se avecina la catástrofe? ¿En qué quedamos?

Practicar una oposición apocalíptica hace más dolorosas las rectificaciones, algo que ya ha empezado a producirse en política antiterrorista. El PP ha comprobado que acusar al presidente del Gobierno de claudicar ante ETA y de traicionar a los muertos no es rentable electoralmente, pero no contaba con tener que variar su opinión respecto al fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, el muñeco de feria al que un día se le pide la dimisión y al siguiente se le presenta una querella por prevaricación.

En la imaginería de los populares, el fiscal general tenía reservadas las andas de quien permitió a los herederos de Batasuna seguir en el Parlamento vasco por negarse a instar la ilegalización del Partido Comunista de las Tierras Vascas. Conde-Pumpido no pasaba de ser el instrumento de una locura, la de Zapatero y la negociación con ETA. ¿Es éste el mismo hombre que ha ordenado pedir la prisión incondicional sin fianza para Arnaldo Otegi en el procedimiento que le ha hecho pisar esta semana la cárcel? ¿Quién de todos se ha vuelto loco?

Con ser éste tenebroso, el escenario más dramático dibujado por el PP es el que alberga su profecía de la desmembración de España, un proceso al que, en su opinión y de manera insensata, el Gobierno ha lanzado al país al alentar las modificaciones de los estatutos de los distintos territorios. Casualmente, la primera de las autonomías en completar la reforma estatutaria ha sido Valencia, una comunidad gobernada por el PP, que ha dejado de ser región para convertirse de la noche a la mañana en una “nacionalidad histórica”. Asombrosa metamorfosis.

Si Valencia ha podido transformarse en “nacionalidad histórica” por el simple acuerdo de PP y PSOE, cabría preguntarse por qué Cataluña no puede convertirse en nación por la decisión conjunta de PSC, ERC, IC y CiU. Los populares han decidido que Valencia suba el peldaño que la separaba de Cataluña, País Vasco y Galicia, las tres comunidades a las que la Constitución reconoce elípticamente dicha condición. ¿Han de permanecer los demás inmóviles y hacer hueco en silencio a la recién llegada? ¿Será Camps un separatista emboscado?

Para el PP empieza a ser inexcusable recuperar los matices y el sentido común. La crítica al adversario no puede sustentarse sobre el anuncio permanente de desastres o la atribución de una extrema maldad o de una absoluta estulticia. Desde el PP se ha insinuado que el PSOE estuvo detrás los atentados del 11-M, se ha acusado al Gobierno de poner en peligro la unidad de España y se ha proclamado que Zapatero no quiere acabar con ETA. La conclusión de todo ello es que la gente normal ha dejado de tomarles en serio.

Cambiar de estrategia depende únicamente de Rajoy, un político brillante al que el trabajo nunca matará, que afronta el 19 de junio su examen de reválida en las elecciones gallegas. Fraga, más peligroso cuando se le entiende que cuando balbucea, ha esbozado dos caminos posibles: o Galicia es la Covadonga del PP desde donde iniciar la Reconquista o es el Waterloo de su Napoleón. “Del resultado depende el camino de Rajoy como futuro presidente del Gobierno”, ha dicho el anciano. Difícil encrucijada para alguien que no encaja en el papel de Don Pelayo.

Los estrategas del PP -si es que Pedro Arriola ha dejado descendencia en el partido- deben de andar desconcertados con el nuevo rumbo que ha tomado la realidad, siniestro baño en el que han perecido ahogadas sus principales líneas de oposición al Gobierno. La economía, la política antiterrorista y el modelo territorial han cogido esta semana a Mariano Rajoy con el pie cambiado, entre interrogantes de difícil respuesta. ¿España va bien? ¿Ha cambiado el fiscal general del Estado? ¿Valencia es una nacionalidad histórica?