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¡Santiago y cierra España!
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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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¡Santiago y cierra España!

La última vez que Joaquín Balaguer disputó la presidencia dominicana tenía cerca de 94 años, no se mantenía en pie, había perdido por completo la vista,

La última vez que Joaquín Balaguer disputó la presidencia dominicana tenía cerca de 94 años, no se mantenía en pie, había perdido por completo la vista, apenas si oía y sólo era capaz de hablar de continuo unos pocos minutos. Ello no le impidió recorrer el país en un coche especial y repartir miles de regalos y ‘sobrecitos’ con dinero, al más rancio estilo populista. El ‘Maquiavelo del Caribe’, mitad erudito, mitad caudillo, había vivido nueve procesos electorales y había ganado siete. Pasaba por ostentar el récord de longevidad de un gobernante hasta que Manuel Fraga decidió arrebatárselo.

Con la del domingo, el ‘patrón’ gallego habrá acudido a once citas con las urnas. Ha sido cuatro veces candidato en unas generales, se ha presentado una vez a las elecciones europeas, y ha optado cinco veces a la presidencia de la Xunta, donde lleva gobernando ininterrumpidamente desde 1989. En lo que sigue siendo un déficit democrático difícilmente explicable no se entiende Galicia sin Fraga y el PP, del mismo modo que resulta difícil de imaginar gobiernos andaluces o extremeños que no sean del PSOE, un Ejecutivo vasco ajeno al PNV o un presidente de la Generalitat que no sea de CiU, aunque en este último caso el cambio precisó de un cuarto de siglo.

Las causas por las que una persona o un partido logran convertirse en parte del paisaje de un territorio, cuando no en el paisaje mismo, poco tienen que ver con una gestión excelsa. En la mayoría de los casos, las raíces de tanta persistencia, de tanta contumacia en el ejercicio del poder, se hunden y se entrelazan en un sistema clientelar de relaciones perfectamente institucionalizado, en la que los bienes públicos se administran discrecionalmente. Hoy Galicia no es aquella “tierra pobre habitada por almas rendidas, suspicaces y sin confianza en si misma”, tal y como la definió Ortega, pero no ha sido capaz de aplicar la receta que Castelao expuso ante las Cortes en mayo de 1933: “El ansia de mando es común entre los hombres, y, por consiguiente, el caciquismo brota naturalmente en todos los pueblos, con la misma naturalidad con que nace en nosotros la barba en la cara; pero hay un procedimiento para acabar con esa suciedad e inmundicia: Afeitarse diariamente”.

La renta gallega, según datos de 2002, es el 73,3% de la media europea, casi 20 puntos menos que la media nacional. No debería ser motivo de orgullo que el crecimiento económico de Galicia en la última década haya sido uno de los más modestos de España, lo que ha asegurado su condición de región Objetivo 1 de la UE hasta 2013; o que el mayor aumento de su PIB per capita respecto al conjunto del Estado entre 1996 y 2002 se haya debido exclusivamente a su descenso demográfico.

Poco de esto ha importado en una campaña que el PP y su anciano líder local han planteado como la de ‘Santiago y cierra España’, con un mensaje central: nosotros o el caos. A la desesperada, toda vez que la posibilidad de perder la mayoría absoluta y el Gobierno es más real que nunca, los gallegos han sido llamados a una misión histórica: combatir la amenaza nacionalista y detener la disgregación de España propiciada por el PSOE. Este es el campo en el que se juega la partida.

Fraga ha exigido que los votos vayan a buscarse casa por casa, una petición nada metafórica tratándose de la Galicia más rural. Elección tras elección, el mecanismo no ha registrado variaciones. Militantes del partido recogen a los ancianos en las aldeas y los transportan en sus vehículos particulares hasta los colegios. Todo son facilidades. En el coche se les entregan los sobres correspondientes y, una vez depositado el voto, se les devuelve a sus casas. Los viajes son incesantes durante la jornada.

En el mantenimiento de esta estructura, personajes como Cuiña, Cacharro o Baltar son insustituibles. Las peculiares características gallegas, donde el poder y el peso de la Administración autonómica es enorme y la sociedad depende en una amplia mayoría del sector público o de sus subvenciones, han hecho posible que los derechos puedan ser presentados como favores, y que, hasta cierto punto, sea predecible el destino de los recursos públicos en función de argumentos tan poco sutiles como la fidelidad o la sumisión. Campo abonado para el nepotismo y la corrupción, ni los particulares ni las empresas han sido capaces de escapar a esta siniestra lógica.

Para que el sistema funcione, basta un líder carismático –aunque tenga 82 años, no se le entienda o se desmaye en las tribunas- que sostenga el armazón y que deje actuar a su conveniencia a quienes dirigen el entramado burocrático de las prebendas. Salvo el interregno de dos años de gobierno socialista provocado por la ‘traición’ del ex vicepresidente de la Xunta con AP, Xosé Manuel Barreiro, –que debe de seguir conservando en su casa como seguro de vida una carpeta negra de anillas con varios documentos comprometedores para el propio Fraga y su familia-, la debilidad de una oposición en inferioridad de condiciones no ha permitido revertir este estado de cosas.

Obviamente, lo que se decide este domingo en Galicia no es la unidad de la patria ni la salvación de España, sino la supervivencia de un modelo de relaciones clientelares, incompatible con las normas más elementales de higiene democrática. “La alternancia es la esencia de la democracia”, afirmaba el mismísimo Rajoy, refiriéndose, por supuesto, no a Galicia sino a Euskadi y a la hegemonía del PNV. Este domingo los gallegos vuelven a poner aprueba el pesimismo de Castelao: “En Galicia no se protesta; se emigra”. ¿Cuántas veces más se cumplirá el augurio?

La última vez que Joaquín Balaguer disputó la presidencia dominicana tenía cerca de 94 años, no se mantenía en pie, había perdido por completo la vista, apenas si oía y sólo era capaz de hablar de continuo unos pocos minutos. Ello no le impidió recorrer el país en un coche especial y repartir miles de regalos y ‘sobrecitos’ con dinero, al más rancio estilo populista. El ‘Maquiavelo del Caribe’, mitad erudito, mitad caudillo, había vivido nueve procesos electorales y había ganado siete. Pasaba por ostentar el récord de longevidad de un gobernante hasta que Manuel Fraga decidió arrebatárselo.