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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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¡Pobre Federico!

¡Qué terrible enemigo es el tiempo! Hace quince años, cuando conocí personalmente a Federico Trillo, el diputado del PP vivía su mejor momento. Brillante orador, azote

¡Qué terrible enemigo es el tiempo! Hace quince años, cuando conocí personalmente a Federico Trillo, el diputado del PP vivía su mejor momento. Brillante orador, azote del Gobierno socialista, fue el único miembro de la dirección del partido que se había dejado convencer por Estanis, el chófer de Aznar, para dar un mitin en su pueblo y presumir así de su influencia entre los capitostes populares. El viaje se las traía. Salida desde Mérida, comida con militantes en Almadén, y acto final en la sala de fiestas de una pequeña localidad de Ciudad Real donde el orondo conductor se presentaba como candidato a las municipales. El Trillo de entonces era ingenioso, lenguaraz, gracioso hasta en los tacos. Combatía su imagen de miembro del Opus bebiendo a morro botellines de cerveza. Parecía un tipo noble. El político que esta semana ha tratado en el Congreso de eludir sus responsabilidades en el accidente del Yakovlev-42 es sólo su sombra.

De Trillo cabía esperar más grandeza de la que ha demostrado en este terrible caso. Ni estuvo a la altura cuando era ministro ni lo está ahora cuando trata de descargar culpas en varios militares, entre ellos el actual director de la Guardia Civil, el general Gómez Arruche. Alguien ha debido de aconsejarle un cambio de estrategia: de esconderse bajo las piedras, una vez que las autopsias confirmaron que los restos de los militares muertos fueron distribuidos a sus familias como quien reparte una baraja de cartas, ha pasado al ataque, a presentarse como la víctima de una persecución implacable. ¡Pobre Federico!

Lo que plantea Trillo y su jefe de filas, Mariano Rajoy, es que un Gobierno no tiene derecho a revisar las actuaciones del Gobierno anterior porque sus responsabilidades políticas se sustanciaron al perder las elecciones. El argumento es descabellado porque conduce directamente a la impunidad de los gobernantes. ¿Fue esto mismo lo que hizo el PP con el ‘caso GAL’ o con el uso y abuso de los fondos reservados en la etapa de Felipe González? ¿Guardó silencio sobre estas tropelías y sobre los crímenes de Estado porque la responsabilidad política de los socialistas había caducado? ¿Es éste el tipo de país que queremos?

Con derecho o no, lo cierto es que la costumbre de callar sobre lo hallado bajo las alfombras ha sido siempre la norma. Mantener discretamente ocultas las miserias de los antecesores se ha considerado paradójicamente parte del juego limpio en la alternancia, salvo que la publicidad fuera necesaria para contrarrestar otros ataques. Siguiendo esta lógica, hubo que esperar a que el PP se ensañara con el despacho oficial de la ministra Trujillo, equivalente a más de dos casas para jóvenes de 30 metros cuadrados, para enterarnos de que la factura en cortinas de Rodrigo Rato sobrepasaba lo políticamente correcto. Así son las cosas: los ciudadanos no tenemos derecho a conocer cuánto pagamos a Gastón y Daniela para alegrar la vista del entonces vicepresidente o cuánto nos costó dar un toque mediterráneo al despacho de Eduardo Zaplana en Trabajo, salvo que lo aconsejen causas de fuerza mayor.

Sin embargo, no hay alfombra que resista las arrugas que producen 62 muertos, por mucho que el PP se empeñe. Proclamar dos años después del accidente, como ha hecho el ex ministro en los instantes previos a que el Congreso votara su reprobación, que su prolongado mutismo ha sido por respeto a la dignidad de las instituciones, pero que a partir de ahora tirará de la manta, es un insulto a las familias, a la inteligencia y a su propio decoro.

El argumentario anexo es, asimismo, insostenible. Asegura Trillo, que no tenía competencia alguna sobre los traslados de los militares, ya que ésta recaía en el Estado Mayor de la Defensa, y que ninguna norma del Ministerio restringía el gasto de estas contrataciones. Su única responsabilidad, según afirma, era “buscar la verdad, explicarla e investigar a fondo el asunto”. ¿A qué conclusiones llegó Trillo con sus pesquisas? ¿A quién destituyó por permitir que los soldados españoles viajaran en un ataúd? ¿Qué acciones emprendió para comprobar que la identificación de los cadáveres había sido correcta? ¿Qué se hubiera sabido de este asunto si el PP hubiera vuelto a ganar las elecciones?

La dejación resulta más sangrante en estamentos como el militar, donde el principio de obediencia garantiza que ninguna decisión será discutida. Aunque pueda resultar difícil de imaginar, el Ejército es, posiblemente, la institución que mejor ha transitado hacia la democracia. Las purgas de golpistas en los primeros años 80 y los relevos sucesivos a los que ha sido sometida su cúpula acabaron con los vestigios de la dictadura, un proceso al que escapó la política, la justicia o, incluso, el periodismo.

El hombre que construyó toda una teoría acerca de las responsabilidades políticas de los socialistas se muestra ahora incapaz de asumir la suya propia. “Perdimos las elecciones. ¿Que otra responsabilidad se puede exigir? ¿Mi escaño?”, se preguntaba Trillo para añadir a continuación que habían sido los electores los que le habían expresado su confianza. Esos mismos electores ignoraban cuando votaron a Trillo el escandaloso proceso de subcontratación de aviones que desembocó en el Yak-42, desconocían que se había jugado con las identificaciones de los cadáveres y que se había engañado a las familias. Todo eso se ha descubierto después. ¡Qué terrible enemigo es el tiempo!

¡Qué terrible enemigo es el tiempo! Hace quince años, cuando conocí personalmente a Federico Trillo, el diputado del PP vivía su mejor momento. Brillante orador, azote del Gobierno socialista, fue el único miembro de la dirección del partido que se había dejado convencer por Estanis, el chófer de Aznar, para dar un mitin en su pueblo y presumir así de su influencia entre los capitostes populares. El viaje se las traía. Salida desde Mérida, comida con militantes en Almadén, y acto final en la sala de fiestas de una pequeña localidad de Ciudad Real donde el orondo conductor se presentaba como candidato a las municipales. El Trillo de entonces era ingenioso, lenguaraz, gracioso hasta en los tacos. Combatía su imagen de miembro del Opus bebiendo a morro botellines de cerveza. Parecía un tipo noble. El político que esta semana ha tratado en el Congreso de eludir sus responsabilidades en el accidente del Yakovlev-42 es sólo su sombra.