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La resurrección de Aznar
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Juan Carlos Escudier

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La resurrección de Aznar

El octogenario Mario Soares ha justificado su vuelta a la política y su candidatura a la presidencia de Portugal como la única respuesta que podía dar

El octogenario Mario Soares ha justificado su vuelta a la política y su candidatura a la presidencia de Portugal como la única respuesta que podía dar al clamor de numerosas personalidades que le urgían a prestar su último servicio al país, inmerso en un grave crisis económica y social. Fue Churchill quien dijo que en política se muere muchas veces y Soares no ha querido refutarle. El padre de la democracia portuguesa se ha sentido imprescindible, un mal que suele aquejar a quienes han estado demasiado tiempo expuestos a las alturas. Quizás el juicio parezca apresurado, pero de entre los ilustres ‘cadáveres’ patrios hay uno especialmente llamado a experimentar el milagro de la resurrección: José María Aznar López. Ocasiones no le han de faltar.

Si algo sugiere el inicio del nuevo curso es que la legislatura será corta y, salvo sorpresas inesperadas, Zapatero llamará a las urnas lo más tardar en la primavera de 2007. Todos los indicios apuntan en esa dirección, empezando por la intención del PSOE de abrir una ronda de contactos con sus aliados, e incluir entre sus interlocutores al PNV. Los socialistas se han acostumbrado a caminar sobre el alambre, pero no hay funambulista que resista un empujón a 15 metros de altura sin caer irremediablemente al vacío. Tal vez sea posible mantener esta vez el apoyo de ERC a los Presupuestos de 2006 o, en su defecto, sumar puntualmente para la causa los votos de los nacionalistas vascos, aunque lo sensato sería descontar su oxígeno en cuanto el debate territorial esté lanzado en Madrid.

El tiempo juega en contra del PSOE, sobre todo si el Estatuto de Cataluña cruza su Rubicón particular y llega al Congreso. Las tensiones internas que acarreará a los socialistas el asentimiento a un texto forzosamente situado en el umbral de la inconstitucionalidad y la amenaza directa de Carod-Rovira de retirar el apoyo parlamentario de ERC si el Estatuto sufre modificaciones en su tramitación no dejan demasiado margen de maniobra. El PNV no lo pondrá más fácil, empeñado como está Ibarretxe en constituir una mesa de partidos para la normalización política que incluya a la ilegalizada Batasuna, algo por lo que Zapatero no puede transigir. La conclusión lógica es que al Gobierno sólo le queda gasolina para un año, antes de prepararse para lo inevitable: anticipar las elecciones y confiar en haber acrecentado para entonces la distancia que le separa del PP.

Estas mismas cuentas ha debido de hacerse Mariano Rajoy, a juzgar por su precipitado llamamiento al PP para que realice una oposición distinta, basada más en la alternativa que en la crítica, y por el reconocimiento de que el partido debe actualizar urgentemente su proyecto político. El pretendido nuevo estilo se ha plasmado en una apresurada oferta de pactos al Ejecutivo, días antes de su reunión con Zapatero en Moncloa.

Tras un año perdido, prisionero de su propio empecinamiento en servir de altavoz a la Iglesia y a los sectores más conservadores del PP, Rajoy ha empezado a asumir que el tiempo también corre en su contra. Sin embargo, el giro al centro que se propone pilotar chocará con su resistencia a desprenderse de quienes han encarnado la línea más dura de los populares. Acebes puede ser una bellísima persona, un ser intrínsecamente bondadoso como se asegura en Génova, pero ni él ni el portavoz parlamentario Eduardo Zaplana están capacitados para representar la nueva etapa. El socialista Blanco, menos limitado de lo que algunos suponen, se ha apresurado a aconsejar sus relevos, consciente de que así les apuntala.

Con un crecimiento sostenido de la economía y del empleo, tal y como se desprende de los últimos datos del PIB y de la EPA, Zapatero tratará de mostrar que el moderado incremento del gasto social y los avances en materia de libertades individuales no amenazan la prosperidad como vaticinaban los populares. Si además es capaz de ahuyentar los temores al desmembramiento del Estado, cuyo fantasma agita continuamente la derecha, y reclama el voto para librarse de las hipotecas nacionalistas, es probable que el electorado le renueve mayoritariamente su confianza desde ese centro que da y quita gobiernos.

Una nueva victoria del PSOE marcaría el fin de Rajoy, al que si algo podría reprochársele es indolencia. Ya hay quien especula que en esa situación de shock, el partido no tardaría en volver la cara hacia un salvador, hacía el hombre que decidió encadenarse a la promesa de dejar el poder a los ocho años pero que nunca prometió no volver a ejercerlo. Aznar puede ‘resucitar’ al tercer año, en loor de santidad. No digan que no se les ha advertido.

El octogenario Mario Soares ha justificado su vuelta a la política y su candidatura a la presidencia de Portugal como la única respuesta que podía dar al clamor de numerosas personalidades que le urgían a prestar su último servicio al país, inmerso en un grave crisis económica y social. Fue Churchill quien dijo que en política se muere muchas veces y Soares no ha querido refutarle. El padre de la democracia portuguesa se ha sentido imprescindible, un mal que suele aquejar a quienes han estado demasiado tiempo expuestos a las alturas. Quizás el juicio parezca apresurado, pero de entre los ilustres ‘cadáveres’ patrios hay uno especialmente llamado a experimentar el milagro de la resurrección: José María Aznar López. Ocasiones no le han de faltar.