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El radicalismo de Zapatero no tiene cura
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Juan Carlos Escudier

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El radicalismo de Zapatero no tiene cura

Hay quien sostiene que la mejor forma de conocer a un hombre es frente al retrete. Supuestamente, es en esos instantes de concentración cuando aflora una

Hay quien sostiene que la mejor forma de conocer a un hombre es frente al retrete. Supuestamente, es en esos instantes de concentración cuando aflora una parte del alma y se hace verbo. Interrogue a un hombre en plena micción y prepárese para escuchar la verdad desnuda, sin asomo de fingimiento. Las escenas de inodoro recuerdan, en cierto modo, esos incómodos silencios de ascensor, rotos por comentarios banales. La diferencia estriba en la hondura de la conversación. Ante el excusado, no es políticamente correcto hablar del tiempo, sobre todo si afuera llueve.

No lo he incluido en el currículo, pero soy uno de los pocos periodistas que ha compartido mingitorio con el actual presidente del Gobierno. Fue hace algunos años, en el receso de una de las interminables sesiones de una subcomisión parlamentaria que pretendía investigar si el entonces ministro de Industria Josep Piqué había repartido con criterios objetivos o de amigotes las subvenciones de su departamento. Zapatero era por aquel entonces uno de los diputados designados por el Grupo parlamentario socialista para inquirir por este asunto, junto a Álvaro Cuesta y al asturiano Javier Fernández. Tras el obligado saludo y por romper el hielo, quise saber por qué había sido tan tibio al valorar la concesión de una generosa ayuda por parte del Ministerio a una empresa cárnica a la que se había beneficiado fuera de plazo. “Es que la verdad es que no se ha cometido ninguna ilegalidad”, reconoció avanzando hacia el lavabo. Acerté a replicarle que se podía criticar aunque no existiera delito. El ruido del agua apagó su respuesta, si es que la hubo.

Cuesta trabajo reconocer en este hombre timorato y extremadamente legalista al presidente del primer Gobierno desde la muerte de Franco “que busca la radicalidad y los extremos en vez del consenso y la negociación”, al presidente de un “Gobierno sectario”, tal y como lo ha definido esta semana su antecesor en el cargo, José María Aznar, en declaraciones a dos diarios argentinos. Aznar anda preocupado por el riesgo de disgregación territorial y por el desuso en que ha caído la concordia de la Transición. Y que esto último lo diga él, tiene hasta su gracia.

El caso es que, si por la derecha fuera, Zapatero pasaría a la historia como un radical contumaz, que es la manera moderna de llamarle ‘rojo peligroso’, y eso es algo que no resiste ningún análisis medianamente serio. Excepción hecha de la retirada de las tropas de Iraq, una exigencia de una aplastante mayoría de la sociedad española, las medidas más llamativas del Gobierno en este último año y medio han tenido poco que ver con el ideario clásico de la socialdemocracia, que tiene necesariamente su contraste en la economía y no en la moral. Dicho de otra forma, aprobar el matrimonio entre parejas del mismo sexo o postular una democracia laica puede resultar socialmente avanzado pero no expide certificados de izquierdismo. De una vez por todas deberíamos ser capaces de distinguir entre opciones políticas por algo que no sea su posición respecto a los derechos civiles.

De hecho, la izquierda sigue esperando alguna señal de Zapatero, más allá de sus guiños a la recuperación de la memoria de los perdedores de la Guerra Civil o sus anuncios de subida de pensiones, tan idénticos a los que Rodrigo Rato le preparaba al ex presidente. En los grandes temas como la fiscalidad, la vivienda -¿Trujillo sigue de vacaciones o siempre lo ha estado?- o la precariedad laboral, por poner solo algunos ejemplos, la indefinición y el silencio se han alternado con algunos despropósitos dignos de mención. Los morbosos siguen a la espera de que el Gobierno actualice su cómputo de pisos construidos –prometió 180.000 al año-, de que explique por qué es más progresista reducir tramos en la declaración del IRPF que aumentarlos o de que diga qué se le ocurre para que la temporalidad deje de afectar a un tercio de los ocupados.

Obviamente, si se trataba de encontrar soluciones alejadas del pensamiento único que impera en nuestra economía poco podía esperarse de quien eligió como asesor personal a Miguel Sebastián, ex jefe del servicio de estudios del BBV, la única persona que se ha atrevido a proponer públicamente que los jubilados debían devolver la subida de sus pensiones si la inflación real era menor que la prevista, o de quien colocó al frente de la vicepresidencia económica a Pedro Solbes, un ortodoxo del equilibrio presupuestario que no desentonaría en un Gobierno del PP y cuyo pretendido rigor intelectual se alaba continuamente desde esas filas. La esperanza, sin embargo, es lo último que se pierde, aunque a día de hoy ya parezca extraviada.

La última de las propuestas del Ejecutivo para paliar el déficit sanitario, centrada en aumentos de impuestos indirectos como los que afectan a los carburantes o al tabaco, constituye un monumento al izquierdismo: Botín contribuirá a la causa con la misma cantidad que un parado; bueno, con algo más por eso de que el jet privado gasta más que un Twingo. Si esa es la manera que tiene la izquierda de resolver el problema, pronto empezaremos a añorar las ‘fórmulas socialistas’ de Cristóbal Montoro.

Siendo todo esto así, atribuir a Zapatero un sectarismo propio del “peor Gobierno que ha tenido España en toda la historia democrática” como hace Aznar, es, sencillamente un análisis erróneo, disculpable en un hombre atribulado por el destino ‘balcánico’ que cree intuir. Lo preocupante es que su opinión sea doctrina en el PP. Si algo llama la atención del de León es precisamente su ductilidad de pensamiento. ¿Es compatible ser un sectario y, al mismo tiempo, una persona sin criterio sobre las grandes temas que afectan al país, como le reprocha Rajoy? ¿Es posible que un sectario haya conseguido que el PP viva en la soledad parlamentaria más absoluta?

Sólo la torpeza de la derecha, obsesionada por ejercer de portavoz de la Conferencia Episcopal, ha hecho posible que el PSOE exhiba una ubicuidad milagrosa: ser el referente de la izquierda con la misma política económica que Rato. El radicalismo del presidente no tiene cura. ¿Y España? ¿Se desmembrará como profetiza Aznar? Si vuelvo a coincidir con Zapatero en el baño, será lo primero que le pregunte.

Hay quien sostiene que la mejor forma de conocer a un hombre es frente al retrete. Supuestamente, es en esos instantes de concentración cuando aflora una parte del alma y se hace verbo. Interrogue a un hombre en plena micción y prepárese para escuchar la verdad desnuda, sin asomo de fingimiento. Las escenas de inodoro recuerdan, en cierto modo, esos incómodos silencios de ascensor, rotos por comentarios banales. La diferencia estriba en la hondura de la conversación. Ante el excusado, no es políticamente correcto hablar del tiempo, sobre todo si afuera llueve.