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El laberinto de Zapatero
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Juan Carlos Escudier

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El laberinto de Zapatero

El Gobierno, piadoso con los que sufren, ha echado mano de Borges y ha decidido rodear Ceuta y Melilla con un laberinto de metal y cables

El Gobierno, piadoso con los que sufren, ha echado mano de Borges y ha decidido rodear Ceuta y Melilla con un laberinto de metal y cables para evitar avalanchas. El sistema, sin duda, es más humano que las cuchillas que coronan el vallado actual y evitará que algunos guardias civiles que vigilan el perímetro consuman energías pateando a los inmigrantes que caen desgarrados desde las alturas, tal y como se ha podido ver en el reportaje emitido recientemente por Telecinco. De lo que se trata ahora, al parecer, es de confundir a los que saltan, de engañarles una vez más. Teníamos un problema y estamos resolviéndolo, que diría Mayor Oreja en sus tiempos de narcotizador de ilegales.

A Zapatero y a sus acólitos no se les puede negar una sensibilidad extraordinaria con las tragedias. En lugar de elevar un opaco muro de hormigón con almenas y francotiradores a la manera de Israel, se ha optado por las alambradas de seis metros, altas pero transparentes. Es lo que tiene ser pionero de la alianza de civilizaciones: si Marruecos decide abatir a tiros a varios de esos peligrosos negros armados de escaleras, la secretaria de Estado de Inmigración, Consuelo Rumí, hace mutis; la otrora locuaz secretaria de Estado de Cooperación, Leire Pajín, se hace la sueca; el ministro Moratinos, siguiendo su costumbre, no hace nada; y el presidente se apresura a alabar la cooperación de nuestro democrático y civilizado vecino.

Las autoridades han encontrado una original manera de diferenciarse de sus antecesores en el Gobierno. Consiste en anteponer un adjetivo conmiserativo al término inmigrantes. Así, se habla compasivamente de los “pobres inmigrantes” mientras se describe el despliegue del Ejército en la frontera, se avanzan los preparativos para duplicar la altura de la valla o se presenta como un triunfo diplomático que Marruecos acepte la devolución a su territorio de quienes, malheridos, cruzaron la maldita verja. En definitiva, se hace lo mismo de siempre pero con mucho sentimiento, que para eso somos de izquierdas. Estas nobles y pulcras conciencias deben de estar aguardando mejor ocasión para sugerir que se auxilie de inmediato a esos “pobres subsaharianos” que, como otros hicieron antes, esperan su oportunidad para dar el salto al primer mundo, escondidos en los bosques de Bel Younech y Rostrogordo en condiciones que consideraríamos inadmisibles para nuestros perros, y que ahora, desesperados, se lanzan en masa contra los hierros que delimitan la prosperidad.

En este país se puede jugar a patriota y adivinar la mano del malvado Mohamed colocando las escaleras para desestabilizar nuestras plazas norteafricanas y cuestionar su españolidad; se puede ser pragmático y sostener que, esté o no Mohamed detrás, lo primero es defender el castillo de unas turbas incivilizadas con las que no cabe alianza de ningún tipo. Pero pensar que con menos de 20 millones de dólares se hubiera podido evitar la hambruna que este año recorre Níger, Burkina Faso, Mauritania o Mali como consecuencia de la plaga de langosta del año pasado, o que con 10.000 millones de dólares anuales se podría salvar a los 8 millones de subsaharianos que cada año mueren de hambre, sida o malaria es cosa de demagogos. Al fin y al cabo, ¿quién puede creerse que África tiene solución? Y si la tiene, ¿vamos a ser nosotros el remedio?

Toca, en consecuencia, proteger la valla de los bárbaros. La inmigración, se nos dice, es una bendición del cielo siempre que sea ordenada. A eso se dedica la buena de Rumí y sus colegas europeos. Ahora bien, ¿a cuántos inmigrantes de Zambia, Tanzania o Mozambique ha abierto sus puertas la Unión Europea en 2005? ¿Ha firmado España algún convenio con Sudán o con Malawi para dar trabajo legalmente a ciudadanos de estos países? ¿A cuántos subsaharianos estamos dispuestos a aceptar? ¿Qué orden es éste?

Hasta un demagogo podría entender que no basta con acoger a unos cuantos miles de un continente que se desangra desde hace demasiado tiempo. Por eso Zapatero –todo corazón- ha dado el paso de integrar a España en la denominada Alianza contra el Hambre. No le pidan, claro, que incremente un par de dólares los billetes de avión, que éste es un país de hoteleros y touroperadores, pero en vacunas gastaremos lo que podamos, que ya es bastante.

¿Inversiones? Sólo están de moda cuando sube el precio de las materias primas, lo que ha venido ocurriendo en los dos últimos años. Aun así, África recibió en 2004 inversión extranjera directa por importe de 18.000 millones de dólares, lo que representa sólo el 3% de la inversión global en el mundo. De este monto, el 60% se dirigió al sector petrolero, que es una de los pocos souvenirs africanos, además de las máscaras, que interesan a Occidente. Angola, Egipto, Guinea Ecuatorial, Nigeria y, en menor medida, Argelia, Libia y Sudán fueron el destino de los petrodólares.

Si por algo interesa África es por este petróleo que, según se calcula, representa el 8% de las reservas mundiales, aunque su potencial sea mayor todavía. Por estos recursos compiten Francia, una sanguijuela con presencia militar en cinco estados y acuerdos de cooperación militar con otros 25, y Estados Unidos, al que el continente podría sacar de un atolladero energético en el futuro. Ahí se acaba todo, por mucho que el G-8 haya proclamado 2005 como el año de África, todo un sarcasmo.

España es un fiel aliado. Los “pobres inmigrantes” pueden ser angoleños o guineanos pero a nadie de nuestro humanitario Gobierno se le ha escuchado pedir cuentas a la Chevron para que explique cuánta riqueza genera en Angola después de extraer las tres cuartas partes de su petróleo o a Total por hacer lo propio en Guinea. Entre tanto, echamos los cerrojos y construimos un laberinto para africanos hambrientos. Podemos sentirnos orgullosos.

El Gobierno, piadoso con los que sufren, ha echado mano de Borges y ha decidido rodear Ceuta y Melilla con un laberinto de metal y cables para evitar avalanchas. El sistema, sin duda, es más humano que las cuchillas que coronan el vallado actual y evitará que algunos guardias civiles que vigilan el perímetro consuman energías pateando a los inmigrantes que caen desgarrados desde las alturas, tal y como se ha podido ver en el reportaje emitido recientemente por Telecinco. De lo que se trata ahora, al parecer, es de confundir a los que saltan, de engañarles una vez más. Teníamos un problema y estamos resolviéndolo, que diría Mayor Oreja en sus tiempos de narcotizador de ilegales.