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¡Albricias, el Rey trabaja!
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Juan Carlos Escudier

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¡Albricias, el Rey trabaja!

De lo revelado por el ministro del Interior de Marruecos acerca de las gestiones realizadas por el Rey de España ante Mohamed VI para resolver la

De lo revelado por el ministro del Interior de Marruecos acerca de las gestiones realizadas por el Rey de España ante Mohamed VI para resolver la ‘crisis de la valla’ en Ceuta y Melilla cabe interpretar, en primer lugar, que nuestra diplomacia es manifiestamente mejorable, y que ni Moratinos ni el propio Zapatero hubieran logrado por sus propios medios la expeditiva ayuda del ‘comendador de los creyentes’ para frenar las avalanchas de inmigrantes, aunque dicho auxilio se haya demostrado tan eficaz como sangriento. Pero es obligado deducir también que, tras años de inactividad forzosa, el monarca vuelve a cumplir regularmente funciones de mayor calado que la de ‘bribonear’ por las cálidas aguas de Mallorca mes y medio al año.

Comprobar que el Rey sirve para algo más que para adornar con su porte distinguido las tribunas de autoridades o para representar ante los fotógrafos el papel de abuelo feliz ante cada nacimiento en su pródiga prole debe ser motivo de satisfacción, incluso para quienes se preguntan cómo una institución medieval como la que representa ha podido alcanzar el siglo XXI sin que se la cuestione abiertamente. Mantener al tiempo la Casa Real española y la griega nos cuesta un pico y, de vez en cuando, no viene mal conocer algún dato que nos reafirme en la utilidad de lo invertido.

Las pésimas relaciones entre Don Juan Carlos y el anterior presidente del Gobierno fueron un secreto a voces. Aznar nunca llegó a congeniar con el Borbón ni con sus maneras de entender la prodigalidad ajena, aquella que le permitía ampliar su flota de coches de gran cilindrada o hacerse a la mar en un flamante y carísimo Fortuna, obsequio de un puñado de empresarios baleares. Desdeñado por un monarca a quien lo políticamente correcto siempre le trajo sin cuidado –que sus consejeros patrimoniales mostrasen una irrefrenable querencia a terminar entre rejas empezaba a resultar preocupante- , en Moncloa se rumió como venganza reducir a la mínima expresión el cometido de la jefatura del Estado, incluido el de la propia Reina, usurpada frecuentemente en sus tareas de representación por esa singular ‘primera dama’ que fue Ana Botella.

Además de cumplir con el protocolo, el Rey se limitó en esos años a esquiar con garbo en Baqueira y a navegar en Palma, actividades muy saludables para el organismo pero de escasa relevancia para el país. Y a fastidiar a Aznar con detalles tan sutiles como anunciar bodas y bautizos en fechas tan señaladas como el primer viaje presidencial a Estados Unidos –una buena manera de oscurecerlo- o abrazar con efusividad indisimulada en el palco del Nou Camp al entonces líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, la víspera del Consejo Europeo de Barcelona, toda una afrenta para quien días antes se había postrado de hinojos ante Di Stefano.

A falta de otros encargos, Don Juan Carlos no ha dudado en interceder por algunas empresas españolas, sobre todo cuando el destino de sus productos eran los mercados árabes, o de atender las peticiones de algunos amigos, tal es el caso de Alberto Alcocer, para el que gestionó la venta a Lagardère de algunos sistemas para misiles fabricados por Indra, empresa de la que era consejero. A poco más que eso había quedado reducida la actividad internacional del jefe del Estado.

Resulta curioso que haya sido con presidentes socialistas donde haya encontrado el Rey las mejores sintonías. En Felipe González tuvo durante más de un década a un cómplice perfecto, capaz de asumir en carne propia alguno de sus deslices. De aquella época se recuerda la celeridad con la que el Gobierno echó tierra sobre un grueso escándalo, como fue el que hubiera aparecido en el BOE una ley sancionada por el monarca en unos días en los que éste se encontraba de vacaciones privadas en Suiza. Eran tiempos en los que el Rey se ausentaba del país inopinadamente, para desesperación del jefe de su Casa, Sabino Fernández Campo, a quien en ocasiones sólo dejaba un número de teléfono -que no solía atender- por si era necesario localizarle de urgencia. González llegó a exhibir la ley firmada en el Congreso para demostrar que todo obedecía a un error de imprenta en la fecha. Reconocer que el Rey delegaba hasta su rúbrica hubiera tenido efectos indeseables para la imagen de la monarquía.

Es innegable que con Zapatero, Zarzuela y Moncloa han recuperado el entendimiento. A instancias del Gobierno, la Corona ha comenzado a prestar servicios con relativa asiduidad, algunos tan evidentes como la visita de los Reyes al rancho tejano de Bush –todo un gesto para una vegetariana fundamentalista como Doña Sofía-, en un intento de evitar que las inexistentes relaciones personales entre el inquilino de la Casa Blanca y el presidente español deterioraran vínculos económicos y comerciales mucho más importantes.

No se trata de un cheque en blanco y en eso tiene mucho que ver la presencia de un diplomático como Alberto Aza en la Casa Real. Los periodistas que cubrieron a mediados de septiembre la intervención del monarca ante la reunión plenaria de la ONU fueron testigos del discreto apoyo del Rey a la Alianza de Civilizaciones que abandera Zapatero. Todas las referencias al proyecto que incluía el discurso esbozado por Moncloa, y repartido con carácter previo a los medios de comunicación, quedaron reducidas a una sola frase. Si la iniciativa naufraga, el Rey seguirá a flote.

En 2006 los españoles sufragaremos con 9,05 millones de euros los gastos de bolsillo del Don Juan Carlos y de sus más inmediatos colaboradores. Lo demás lo cubrirá Patrimonio Nacional con la generosidad acostumbrada. La Monarquía es un bello y caro adorno. ¿Vamos a sentirnos molestos porque además nos resulte útil?

De lo revelado por el ministro del Interior de Marruecos acerca de las gestiones realizadas por el Rey de España ante Mohamed VI para resolver la ‘crisis de la valla’ en Ceuta y Melilla cabe interpretar, en primer lugar, que nuestra diplomacia es manifiestamente mejorable, y que ni Moratinos ni el propio Zapatero hubieran logrado por sus propios medios la expeditiva ayuda del ‘comendador de los creyentes’ para frenar las avalanchas de inmigrantes, aunque dicho auxilio se haya demostrado tan eficaz como sangriento. Pero es obligado deducir también que, tras años de inactividad forzosa, el monarca vuelve a cumplir regularmente funciones de mayor calado que la de ‘bribonear’ por las cálidas aguas de Mallorca mes y medio al año.