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El limbo no existe y el PP lo sabía
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Juan Carlos Escudier

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El limbo no existe y el PP lo sabía

Para zozobra de muchos, una Comisión Teológica Internacional convocada por el anterior Papa ha concluido que el limbo no existe. No es ya que el Vaticano

Para zozobra de muchos, una Comisión Teológica Internacional convocada por el anterior Papa ha concluido que el limbo no existe. No es ya que el Vaticano deje sin casa de reposo a las almas de los niños que murieron sin ser bautizados y, junto a ellas, a las de toda la humanidad nacida antes de que Juan Bautista popularizara el remojo de sus conciudadanos en el río Jordán. Ha dejado sin lugar de tránsito a quienes invocaban su presencia en lugar tan incorpóreo para justificar sus ausencias de este valle de lágrimas.

Todo tenía antes una explicación perfectamente racional. Zapatero estaba en el limbo o en Babia -que es el limbo de los de León- cuando Maragall aprobó el Estatuto en Cataluña; muy cerca andaba Montilla cuando La Caixa condonó los intereses del crédito al PSC sin que él se enterase; el último Gobierno del PP estuvo allí al completo, culpando a ETA del 11-M cuando el mundo entero sabía quién había puesto las bombas. Como se ve, el limbo siempre fue un sitio plural, donde hubieran cabido tirios y troyanos por los siglos de los siglos.

Con todo, la revelación vaticana es muy propia de unos tiempos en los que ya no hay espacio para los matices. En cierto modo, el limbo venía a ser ese sitio grisáceo entre el blanco celestial y el rojo condenación que participaba a partes iguales de la inocencia y del pecado. Encerraba, o a uno así le parecía, la metáfora del término medio, ese punto equidistante donde Aristóteles fijaba la virtud y en el que ya no queda ni el apuntador. Lo que toca hoy es ser ángel o demonio, estar conmigo o contra mí, ser víctima o verdugo. Se lleva ser categórico. Cuesta trabajo imaginar el cansancio que produce este perpetuo juego de caras y cruces.

Quizás en la política siempre fue normal este absurdo todo o nada, pero la contumacia actual resulta desesperante. Sobrepasado cierto límite, contagiada buena parte de la población de sectarismo, se alcanza ese estado de crispación del que tanto provecho sacan nuestros patriotas de cabecera. Y en esas estamos.

Si usted ha pasado en el limbo los dos últimos años le interesará saber que el fin de la unidad de España está próximo porque el Gobierno ha pactado con ETA la secesión de Cataluña. La del País Vasco se andará después. Pero ahí no queda todo. La familia y la institución del matrimonio han sido aniquiladas al permitirse las bodas entre homosexuales. La inopinada retirada de las tropas españolas ha retrasado gravemente la llegada de la democracia a Irak y, para colmo, la venta de aviones de transporte y patrulleras a Venezuela está a punto de romper el equilibrio militar en la zona y dejar a Estados Unidos a merced del presentador de ¡Aló presidente!

En su afán revisionista, la izquierda pretende reescribir la historia para ganar una guerra civil que perdió, la misma que, a tenor de sus comentarios, debió de ganar la derecha en vez de aquel general bajito. Para hacer el clima más irrespirable, se pretende recuperar la memoria de unos cientos de miles de muertos y represaliados, abriendo las heridas de quienes no pudieron cicatrizarlas en los cuarenta años que gobernaron el país. En el colmo de la desfachatez, se sostiene contra todo rigor histórico que la guerra empezó en 1936 y no en 1934, aunque para despistar la fecha elegida coincida con la que el propio dictador daba por buena.

De haber demorado Ratzinger el desahucio del limbo y haber seguido usted allí un año más, se habría encontrado a la salida con la inaplazable debacle de la economía. Por si no lo sabía, seguimos disfrutando la herencia de prosperidad que dejó el PP, antes de que Polanco decidiera que el digno sucesor del mejor presidente de la historia no llegara al poder. La bonanza de la que disfrutamos durará poco porque ha vuelto la corrupción y porque, para qué vamos a engañarnos, de economía sólo sabe Rodrigo Rato que para eso está en el FMI.

Aún no está del todo demostrado, pero se barrunta que el PSOE pactó con Mohamed VI matar a 192 personas en Madrid para ganar las elecciones, a cambio de entregarle bajo cuerda Ceuta y Melilla, sin que nadie se enterara. Ahora se están elevando las vallas de la frontera a seis metros para disimular que les hemos pillado de marrón. Y si Mohamed no tuvo nada que ver con el 11-M, pues fue ETA. Eso, seguro. Del accidente de helicóptero de Rajoy poco que decir, salvo que el piloto simpatiza con los socialistas. ¿Más pistas?

La última novedad es que Zapatero dice que no va a relevar a ningún ministro y que va a agotar la legislatura, lo que demuestra que sigue siendo prisionero de Carod-Rovira, un sujeto cuya maldad sólo es comparable a la de Belcebú, que ha tenido más suerte y va a poder seguir viviendo en el infierno por toda la eternidad. La noticia la hubiera dado la Cope, pero estaba rodeada por cinco independentistas encadenados que atentaban contra su libertad de expresión.

La verdad es que es un fastidio que el limbo deje de existir. Ahora nos tendremos que caer de un guindo, que siempre es más doloroso.

Para zozobra de muchos, una Comisión Teológica Internacional convocada por el anterior Papa ha concluido que el limbo no existe. No es ya que el Vaticano deje sin casa de reposo a las almas de los niños que murieron sin ser bautizados y, junto a ellas, a las de toda la humanidad nacida antes de que Juan Bautista popularizara el remojo de sus conciudadanos en el río Jordán. Ha dejado sin lugar de tránsito a quienes invocaban su presencia en lugar tan incorpóreo para justificar sus ausencias de este valle de lágrimas.