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La ley de la selva
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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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La ley de la selva

Ahora que la Iglesia había acomodado a Darwin en su seno y había aceptado a regañadientes que al tirar Dios los dados lo que salió no

Ahora que la Iglesia había acomodado a Darwin en su seno y había aceptado a regañadientes que al tirar Dios los dados lo que salió no fue un Adán con hoja de parra en el jardín del Edén sino un aguerrido paramecio en el océano, los grupos religiosos más conservadores han disfrazado la creación bíblica de “diseño inteligente” y tratan de hacerle hueco en los planes de estudio en oposición a la teoría de la evolución. Aunque parezca increíble, hay gente que no termina de creerse que George Bush o Ángel Acebes procedan de una ameba y tratan de buscar una explicación no evolutiva a la complejidad de sus organismos. Ciertamente desconcertante.

En estos días en que los cristianos conmemoran el nacimiento del hijo de su Dios, un ser pluricelular que hace más de 2.000 años dio voz y esperanza a los pobres, los leprosos y las putas y que hablaba apasionadamente del amor y del socialismo, a uno le parece que el darwinismo está más de actualidad que nunca. Para comprobar que las leyes de la evolución se cumplen y que sólo los más fuertes sobreviven, ya no es necesario contemplar cómo el guepardo se desayuna una y otra vez a la gacela Thompson en los documentales de la 2. Darwin está en los periódicos, en las páginas de sucesos y en las de bolsa. Su presencia es constante, como una religión, como una brisa.

Rosario Endrinal, la mujer que fue quemada viva por tres jóvenes en Barcelona, no había nacido el 24 de diciembre pero el cajero automático de La Caixa en el que encontró la muerte se parecía mucho a un portal de Belén en el que revivir cada día a salvo del frío. Estaba coja y era presa fácil de cualquier depredador. De la indigente se conoce su nombre y sus dos apellidos; de sus asesinos sólo las iniciales. Se sabe de ella que en tiempos fue secretaria y que, cuando esa gran manada que formamos la abandonó y la empujó a la calle, empezó a calentarse las entrañas con coñac barato. Su caso es uno de tantos en una sociedad que tiene escasa piedad con los débiles y que sólo se compadece de los muertos. El abogado dice que los chicos están afligidos por su “gamberrada”. Los guepardos, menos cínicos, nunca se disculpan.

Darwin nos conocía como solo puede hacerlo quien ha leído en el pasado y no en los posos del café. No es solo biología. La evolución permanente que vaticinaba nos asalta en cada esquina. Somos supervivientes y para conseguirlo no reparamos en medios. Hemos edulcorado la ley de la selva para que no nos sepa tan amarga, pero seguimos atrapados en el juego de los vencedores y los vencidos, procurando no mirar fijamente los ojos de la derrota. Evolucionamos pisando sobre nuestras propias cabezas.

Hemos aprendido las reglas. El poderoso escapará a la cárcel y al repudio social aunque haya matado a su madre por la espalda alegando defensa propia. Mientras, aceptamos como verdad revelada que la Justicia es igual para todos. Los supervivientes del camping de Biescas lo saben bien. Después de casi 10 años desde que una tromba se llevara por delante a 87 de sus familiares, la Audiencia ha fallado que el Ministerio de Medio Ambiente y el Gobierno de Aragón deben indemnizar con 11,2 millones de euros a las víctimas porque autorizaron o consintieron la instalación del camping cuando podían acreditar el riesgo que ello implicaba. ¿Responsabilidades penales? Ninguna. Ya se encargaron, por este orden, el juzgado de Jaca, la Audiencia de Huesca y el Tribunal Constitucional de evitarlo. “Dios lo ha querido así”, fue el lamento de la entonces ministra Isabel Tocino con los cuerpos aún calientes. ¿Crueldad divina e indemnizaciones humanas?

La selección natural afecta a los individuos, y también a los grupos y las instituciones. ¿Acaso Zapatero no es el resultado evolutivo perfecto entre el maquiavélico González, el gris Almunia y el soberbio Borrell? ¿No está el PP de Rajoy en evolución perpetua de la derecha al centro y del centro a la derecha, según convenga, para ser el más fuerte en 2008?

Y, por supuesto, tiene una influencia rotunda sobre los países. ¿Alguien duda sobre cómo se determina el orden internacional? ¿Somos conscientes de quién asigna los papeles en este calderoniano teatro del mundo? En su discurso de aceptación del Nobel de Literatura, Harold Pinter propone a Bush la lectura de este discurso solemne a la nación, darwiniano en estado puro: "Dios es bueno. Dios es grande. Dios es bueno. Mi dios es bueno. El Dios de Bin Laden es malo. El suyo es un mal Dios. El dios de Saddam también era malo, aunque no tuviera ninguno. Él era un bárbaro. Nosotros no somos bárbaros. Nosotros no decapitamos a la gente. Nosotros creemos en la libertad. Dios también. Yo no soy bárbaro. Yo soy el líder democráticamente elegido de una democracia amante de la libertad. Somos una sociedad compasiva. Electrocutamos de forma compasiva y administramos una compasiva inyección letal. Somos una gran nación. Yo no soy un dictador. Él, sí. Yo no soy un bárbaro. Él, sí. Y aquel otro, también. Todos lo son. Yo tengo autoridad moral. ¿Ves mi puño? Esta es mi autoridad moral. Y no lo olvides" (Traducción extraída de www.escolar.net).

Como no podía ser de otra manera, un tribunal de Pensilvania acaba de sentenciar que sólo las teorías de Darwin son científicas y que, en consecuencia, las escuelas públicas del Estado no podrán enseñar a los niños el Génesis bajo la máscara del “diseño inteligente”. Los niños seguirán estudiando que procedemos de una célula, de la más fuerte. Afirmar si hubo o no soplo divino es cuestión de fe, pero a mí me da que si realmente existiera Dios no sería tan cabrón con los pobres paramecios.

Ahora que la Iglesia había acomodado a Darwin en su seno y había aceptado a regañadientes que al tirar Dios los dados lo que salió no fue un Adán con hoja de parra en el jardín del Edén sino un aguerrido paramecio en el océano, los grupos religiosos más conservadores han disfrazado la creación bíblica de “diseño inteligente” y tratan de hacerle hueco en los planes de estudio en oposición a la teoría de la evolución. Aunque parezca increíble, hay gente que no termina de creerse que George Bush o Ángel Acebes procedan de una ameba y tratan de buscar una explicación no evolutiva a la complejidad de sus organismos. Ciertamente desconcertante.