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Zapatero toma lecciones de baile
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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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Zapatero toma lecciones de baile

O los asesores de Zapatero han empezado a trabajar o Zapatero ha comenzado a hacerles caso. El resultado viene a ser el mismo. Al presidente del

O los asesores de Zapatero han empezado a trabajar o Zapatero ha comenzado a hacerles caso. El resultado viene a ser el mismo. Al presidente del Gobierno le han cambiado el guión y le han acortado los diálogos. Le toca hacer de víctima, de hombre vilipendiado por encarnar las esperanzas de toda la izquierda. Se le ha retirado de la primera línea de fuego. La oportunidad la ha brindado Mariano Rajoy y su inoportuno insulto. El “bobo solemne” parece estar aprendiendo la lección.

Ha debido de ser difícil convencer de sus errores a quien acostumbraba a asumir compromisos personales insólitos e innecesarios, y que prefería ser granadero y chapotear en el lodo a dirigir la batalla desde el caballo de mariscal. El origen de los males hay que buscarlo en la decisión de Zapatero de dejar vacío el puesto de número 2 del Gobierno, función que interinamente desempeña la vicepresidenta Fernández de la Vega con más voluntad que acierto. Se echa en falta a Alfonso Guerra y a Álvarez-Cascos o a un híbrido de ambos. Ser a la vez el policía bueno y el malo es un imposible metafísico, sobre todo si el malo no termina de borrar de su rostro una beatífica sonrisa.

La nueva estrategia con la que el PSOE pretende revertir la caída de la popularidad del presidente ha empezado a plasmarse con precisión suiza en el diario El País, cuya edición del pasado día 29 ofrecía todas las claves de la maniobra. La primera parte consiste en presentar al presidente como el objeto de una despiadada campaña de la derecha, aunque a Santiago Carrillo –el autor de la tribuna- se le fue, sin duda, la mano. A efectos meramente propagandísticos, bien está definir a Zapatero como un político “seguro de sí y de la honestidad con que procede” y hasta ensalzar su empeño por “mantener el decoro y la dignidad de las instituciones democráticas”. Pero comparar el acoso del PP con el que sufrió Azaña “en el momento en que éste personalizó el sueño de una España más moderna”, resulta ciertamente sonrojante.

La segunda parte se plasmaba apenas cinco páginas más allá, en un artículo del secretario de Organización socialista, José Blanco. Zapatero recibe las injurias de un PP mendaz para el que “España se rompe, la familia se destruye, las empresas se arruinan, el vicio se estimula y se propaga, las escuelas pervierten a los niños y las potencias extranjeras nos humillan”. El hombre cabal y moderado que no responde a los insultos se enfrenta al esperpento, a los exaltados. Esa es la consigna.

Está por ver que en el futuro el líder del PSOE deje de avalar en primera persona la negociación con ETA, el éxito del Estatuto o la resolución de conflictos laborales como el de Izar, buenas maneras todas ellas de quemarse a lo bonzo en un descuido, pero parece que existe propósito de enmienda. De entrada ha empezado por guardar silencio sobre las interminables negociaciones con los partidos catalanes, confiando esta misión a Rubalcaba, su invisible mano derecha.

Desactivar la campaña de los populares, que existe y que es legítima, requerirá, sin embargo, algo más que parapetos. El Gobierno tendrá que tomar la iniciativa política que se dejó por el camino hace ya algunos meses y marcar los tiempos del debate. Ello implica cerrar de una vez por todas el capítulo autonómico, una letanía insensata que ha inundado como un tsunami toda la actividad del Ejecutivo.

Los ciudadanos esperan que el Gobierno gobierne. En este axioma tan básico han reparado ahora los socialistas. Y para demostrarlo, Zapatero, el patriota de lo social, dicho en sus propias palabras, se ha apresurado a avanzar la agenda del 2006, que incluye como novedad la promesa de bajar los impuestos de trabajadores y empresarios, un viejo guiño a la cartera en el que el PP se doctoró con Rodrigo Rato como catedrático. Las penas catalanas, con pan son menos.

El proyecto estrella es la Ley de Dependencia, un ambicioso plan para cubrir las necesidades asistenciales de ancianos y discapacitados que podría marcar toda la legislatura. Bien concebida, la ley no sólo podría facilitar la atención al millón y medio de personas a las que, en principio, va dirigida, sino fomentar la creación de empleo en el área de los servicios sociales, un sector que necesariamente ha de cobrar importancia en un país notablemente envejecido y con bajísimas tasas de natalidad.

El segundo hito es la aprobación de la Ley de Igualdad, un instrumento con el que se pretende erradicar la discriminación de las mujeres, cuya principal manifestación es salarial. Haría mal el PP en confiarse a las torpezas ‘territoriales’ del PSOE. Los jubilados suelen recordar con precisión qué partido fue el último en subirles la pensión y quién se ha comprometido a facilitarles ayuda domiciliaria; y las mujeres no olvidarán quién ha hecho posible la mejora de sus nóminas. ¿Conoce el PP el peso electoral de estos colectivos?

Lo que parece claro es que alguien ha aconsejado al presidente del Gobierno que deje de mover su desgarbada figura por el centro de la pista siempre con la más fea. Y Zapatero ha empezado a tomar lecciones de baile y de sentido común. Por Doñana taconea...

O los asesores de Zapatero han empezado a trabajar o Zapatero ha comenzado a hacerles caso. El resultado viene a ser el mismo. Al presidente del Gobierno le han cambiado el guión y le han acortado los diálogos. Le toca hacer de víctima, de hombre vilipendiado por encarnar las esperanzas de toda la izquierda. Se le ha retirado de la primera línea de fuego. La oportunidad la ha brindado Mariano Rajoy y su inoportuno insulto. El “bobo solemne” parece estar aprendiendo la lección.