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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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Estómagos agradecidos

A estas alturas, poco importa ya si el Gobierno aprueba o no la dichosa OPA de Gas Natural sobre Endesa. Más allá de la cómica defensa

A estas alturas, poco importa ya si el Gobierno aprueba o no la dichosa OPA de Gas Natural sobre Endesa. Más allá de la cómica defensa que Carod-Rovira ha hecho de los intereses de la filial de la Caixa o de la que Pizarro, el amigo incombustible de Aznar y de Rato, hace de su sueldo al frente de la eléctrica, a los consumidores el asunto nos trae al pairo. ¡Con las ganas que teníamos de apoyar a quien prometiera bajar las facturas! Lo único digno de mención en este sainete es el patetismo de los reguladores, unos órganos tan independientes que sus miembros apoyan con precisión suiza a quien les nombró, sin importarles el fuero o el huevo. Estómagos agradecidos los de esta gente.

La culpa, con todo, no es de estos sabios de tres al cuarto, sofistas capaces de hacer un informe a favor y otro en contra según convenga, sino de una clase política afectada de un escatológico síndrome de Midas: todo lo que tocan lo convierten en mierda. Las instituciones que deberían velar por la libre competencia, la constitucionalidad de las leyes, el buen funcionamiento de la Justicia o evitar los abusos en los mercados de capitales son caricaturas concebidas a imagen y semejanza de los partidos políticos. La independencia de estos señores es un imposible metafísico. Y las periódicas promesas de regeneración que profieren los nuevos gobernantes, un chiste de mal gusto.

Antes de soñar incluso con llegar al poder,Rodríguez Zapatero concedió a El Confidencial una larga entrevista en la sede de Ferraz. Si gobernaba, se proponía, según dijo, establecer las condiciones para que estos organismos se mantuvieran al margen de la lucha partidaria, de manera que en sus decisiones sólo primara el interés general. También quería que los presidentes de las empresas privatizadas, el clan de millonarios sostén de Rodrigo Rato, le entregaran las llaves de sus castillos sin demora. Lo segundo no lo ha conseguido –exceptuando la tocata y fuga de Alfonso Cortina en Repsol, gracias a los oficios de La Caixa- y lo primero no lo ha intentado. Nada nuevo bajo el sol.

Este país no se merece por más tiempo tanta degradación. Quizás la moralidad o, si se prefiere, la rectitud, tendría que haber sido uno más de los parámetros de la convergencia con Europa. Claro que eso no interesaba a nadie. Resultaba más conveniente, por ejemplo, convertir al Tribunal Constitucional en el brazo ejecutor del Ministerio del Interior en su cruzada contra Batasuna. ¿Acaso es normal que, teniendo sobre la mesa el recurso de inconstitucionalidad presentado por el Gobierno del PP contra el plan Ibarretxe, la mano derecha del anterior presidente del Tribunal convocara a los letrados y funcionarios de la institución a acudir a una manifestación de Basta Ya contra el citado plan? ¿Qué tipo de independencia podía exhibir el inefable Jiménez de Parga?

Quienes crucificaron a Alfonso Guerra por decir que Montesquieu había muerto, comprobaron luego las ventajas del óbito. Para todos ha sido una bendición disponer de un Consejo General del Poder Judicial caninamente fiel, cuya principal misión desde los tiempos de Felipe González ha sido asegurar la lealtad de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, la que juzga, llegado el caso, las presuntas fechorías de los políticos. El actual CGPJ se ha superado a sí mismo. Convertido en instrumento de la oposición al Gobierno, trabaja más que nunca, haciendo hasta los informes que no le corresponden o los que nadie le ha pedido. La disciplina de sus vocales –los del PP se han reunido sin pudor en la calle Génova- es espartana. Un partido, una sola voz. Ni las formas se han guardado. ¿Es presentable que un vocal de apellido Requero, miembro del Opus Dei, sea el ponente de la institución para pronunciarse sobre la constitucionalidad de los matrimonios entre personas del mismo sexo? ¿No debería haberse abstenido este hombre por una cuestión de simple subjetividad manifiesta?

Nuestra democracia ha soportado todo, incluso a Urdaci en RTVE. Hemos tenido un gobernador del Banco de España que utilizaba su puesto para lucrarse y una presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores que tuvo que dimitir tras su estrafalaria actuación en el ‘caso Gescartera’, con reconocimiento expreso de que aceptaba regalos caros de las sociedades de valores. Más allá de los escándalos, los reguladores de los mercados financieros y de capitales siguen hoy obedeciendo las consignas de los gobiernos que los nombraron: a Caruana, al que le quedan dos telediarios, el PP; a Conthe, el PSOE.

Los hay que toda la vida han sido independientes, tipos que nacieron para presidir este tipo de órganos. Su paradigma es el ex ministro Carlos Bustelo, ayer presidente de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones -cargo del que dimitió cuando el Gobierno decidió el traslado del organismo a Barcelona-, hoy rescatado por su independencia como presidente del Tribunal de la Competencia de Madrid, el sueño de cualquiera. Es lo que tiene ser tan liberal como Esperanza Aguirre: que a uno no le falta trabajo.

En este oasis de independencia, los sucesivos dictámenes sobre la OPA de Gas Natural han sido los esperados. La independiente Comisión Nacional de la Energía, presidida por la ex diputada socialista Maite Costa –hoy independiente, claro-, decidió que la operación podía autorizarse con restricciones; el Tribunal de Defensa de la Competencia, con la monolítica y mayoritaria independencia de los seis miembros designados por el PP, ha determinado rechazar la operación. ¡Cuánto libre albedrío en acción!

Ahora es el turno del Gobierno, al que no obliga el dictamen del Tribunal de la Competencia, lo cual ya es un signo de la importancia que aquí se da a este organismo. Dice Moraleda, el semiportavoz, que al Ejecutivo sólo le guiará en su decisión el interés general de los ciudadanos y el de un sector estratégico. Zapatero tiene la oportunidad de hacer algo más importante: devolver algo de crédito a las instituciones que unos y otros han invadido con absoluta desvergüenza y aceptar su criterio aunque no guste. Regenerar exige limpiar, nombrar a los capaces en vez de a los amigos. Pero, además, requiere coherencia, aceptar las reglas, tragarse los sapos. Eso, o proclamar que el único Tribunal de la Competencia independiente, que el único CGPJ realmente autónomo será el que los socialistas elijan. Lo mejor entonces será irse, y que Pizarro apague la luz.

A estas alturas, poco importa ya si el Gobierno aprueba o no la dichosa OPA de Gas Natural sobre Endesa. Más allá de la cómica defensa que Carod-Rovira ha hecho de los intereses de la filial de la Caixa o de la que Pizarro, el amigo incombustible de Aznar y de Rato, hace de su sueldo al frente de la eléctrica, a los consumidores el asunto nos trae al pairo. ¡Con las ganas que teníamos de apoyar a quien prometiera bajar las facturas! Lo único digno de mención en este sainete es el patetismo de los reguladores, unos órganos tan independientes que sus miembros apoyan con precisión suiza a quien les nombró, sin importarles el fuero o el huevo. Estómagos agradecidos los de esta gente.