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Al pan, pan y al vino, vino
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Juan Carlos Escudier

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Al pan, pan y al vino, vino

Además de las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas, que decía Mark Twain, existe una cuarta categoría de trola mucho más institucional: las verdades oficiales.

Además de las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas, que decía Mark Twain, existe una cuarta categoría de trola mucho más institucional: las verdades oficiales. Ese último tipo de embuste adopta la forma de un dogma religioso y no admite discusión posible. Las verdades oficiales nos dicen, por ejemplo, que el Cid ganaba batallas después de muerto, que los españoles no somos racistas o que los Reyes en democracia siempre son sabios, rectos y prudentes. Por su carácter colectivo, estas mentiras de Estado son enormemente peligrosas para quien osa contradecirlas. Es lo que le ha pasado a la ministra de Sanidad, Elena Salgado, a quien han crucificado por llamar al pan, pan, y al vino, vino, sobre todo por esto último.

Salgado, una señora que, para desesperación de algunos, se ha tomado muy en serio lo de ser ministra de Sanidad, ha expuesto una verdad a secas: si un niño se toma tres copas de Vega Sicilia pasa sin transición de la exaltación de la amistad a los cánticos regionales, y de ahí directamente al frío pavimento. ¿El motivo? Pues que el vino, que está muy rico, ya sea afrutado o largo en boca, ya tenga tonos cerezas o picota, ya presente notas de vainilla o de cuero, tiene una cosa que se llama grados, que lo distingue de la gaseosa y del agua bendita.

En consecuencia, y dado que nuestros infantes cada vez comienzan antes a empinar el codo, que ya se registran intoxicaciones etílicas en niños de 11 años, que en apenas dos años ha aumentado en casi 10 puntos, hasta el 64%, el porcentaje de escolares entre 14 y 18 años que reconocen que le dan a la botella y que casi un 35% reconoce que se pilla una kurda cada 10 días, Salgado había preparado una ley de prevención del alcoholismo entre menores. Como no podía ser de otra forma, el proyecto contemplaba restringir el acceso y la publicidad de estas bebidas, ya fuera morapio o absenta, y, de paso, colocaba una valla muy alta, casi insalvable, para el ejercicio del botellón.

La ministra no había contado con la verdad oficial, que dice que el vino –también la cerveza- no es una bebida alcohólica sino un alimento, que comido/bebido en cantidades moderadas tiene innumerables beneficios para la salud. De hecho, todos los políticos, empresarios y periodistas que se habían opuesto a incluir el vino en la frustrada normativa mezclan a partes iguales en el biberón de sus niños la leche de crecimiento y un chorreón de reserva del 95 de Ribera del Duero, que fue un año estupendo. Todos, a excepción de los más pijos, que en vez de Ribera o Rioja, perfuman la papilla de los pequeños con un Chateau Lafitte del 66, para irles educando el paladar.

La verdad oficial tiene todo en cuenta. Contempla, por ejemplo, que en comunidades como Castilla-La Mancha hay 600.000 hectáreas de viña, 112.000 viticultores, 9 millones de jornales al año relacionados con la uva y casi 360 bodegas. La verdad oficial dice también que la vid evita la desertificación, se bebe el CO2 y, de paso, es muy beneficiosa para la perdiz roja, que es un animal al que hay que proteger sobre todas las cosas.

En conclusión, que la ministra, una talibán de la salud que ya nos ha complicado bastante la existencia con el tabaco, no nos puede amargar también con el vino, porque ya se sabe que a quien no le guste el vino es un animal o no tiene un real, y que lo de los menores está muy bien visto pero sólo para las bebidas que se destilen porque las que se fermentan son naturales como la vida misma desde tiempos de Homero, o incluso antes.

La diferencia entre procesos tiene una importancia radical. Todo el mundo sabe que el buen whisky sale de la malta y el vodka de la patata, pero hay que destilarlos y echarles luego hielo para tomarlos en el cubata, a diferencia de la uva, que se mete sola en la cuba, se deja pisar y se oculta en una oscura bodega a temperatura ambiente. Es decir, unas son bebidas alcohólicas porque requieren la mano del hombre y la otra/el otro es un alimento natural cardiosaludable. ¿Limitar su publicidad? ¿Acaso se prohíben los anuncios de los espaguetis Barilla que, comidos con moderación y con tomate son riquísimos, pero que en proporciones de tres kilos por niño y día causan estragos en el tracto digestivo de la infancia? ¿Vamos a seguir tocando las narices y las cuentas de resultados a nuestros responsables medios de comunicación?

A Salgado le ha parado los pies Zapatero. A esta mujer se le había ido por completo la cabeza a menos de tres meses para las elecciones, que es cuando las locuras son más peligrosas. Cada país ha de tener autonomía para decidir lo que es un bebida alcohólica. ¿Una buena pinta de Guinness servida en dos tiempos tiene el mismo alcohol en Irlanda que en Costa Rica? ¿Un buen crianza de Somontano perjudica más a un niño de 13 años que una Casera de litro y medio con patatas fritas? Evidentemente, no. Es posible que le maree un poco, pero, a cambio, tendrá un corazón a prueba de bombas.

Además de las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas, que decía Mark Twain, existe una cuarta categoría de trola mucho más institucional: las verdades oficiales. Ese último tipo de embuste adopta la forma de un dogma religioso y no admite discusión posible. Las verdades oficiales nos dicen, por ejemplo, que el Cid ganaba batallas después de muerto, que los españoles no somos racistas o que los Reyes en democracia siempre son sabios, rectos y prudentes. Por su carácter colectivo, estas mentiras de Estado son enormemente peligrosas para quien osa contradecirlas. Es lo que le ha pasado a la ministra de Sanidad, Elena Salgado, a quien han crucificado por llamar al pan, pan, y al vino, vino, sobre todo por esto último.