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Rajoy y la bola del mundo
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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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Rajoy y la bola del mundo

Rajoy, que es hombre educado e inteligente y que daría hasta bien como presidente, lleva un baldón del que tendría que desprenderse si no quiere que

Rajoy, que es hombre educado e inteligente y que daría hasta bien como presidente, lleva un baldón del que tendría que desprenderse si no quiere que termine afectándole la columna. Cualquiera entiende las dificultades que un peso semejante entraña para realizar ciertos movimientos, pero lo que resulta inexplicable es su obsesión por seguir acarreando el fardo, como si hubiera empeñado su palabra en cumplir hasta el final las últimas voluntades de un pariente muy cercano. A consecuencia de ello, al líder del PP le pasa un poco como a Atlas, que bastante tenía con llevar el mundo a cuestas como para encima pedirle que se echara una partida al futbolín.

Lo que a Rajoy le pesa como un muerto es la herencia de Aznar, que le tiene la espalda hecha fosfatina y le encorva bastante, sobre todo cuando se le pregunta por el 11-M, la guerra de Iraq o por su secretario general Ángel Acebes, al que sigue sosteniendo contra viento y marea, como se pudo ver este jueves en el interrogatorio ciudadano al que se enfrentó en TVE. Rajoy no estuvo mucho mejor que Zapatero ni siquiera más cercano, por mucho que se empeñara en contarnos sucedidos familiares o las veces que había estado en Ceuta o en Oviedo. Es un formato que no favorece el lucimiento porque en dos horas siempre se mete la pata. De uno supimos que no sabe lo que cuesta un café y con el otro nos quedamos sin conocer lo que gana, que debe de superar con creces los 9.000 euros mensuales más la Visa oro del partido que, usando una de sus expresiones favoritas, no es una cuestión menor. El PP, según ha reconocido, le paga un sueldo adicional al de parlamentario, lo que hubiera justificado el embarazo que le produjo la cuestión. “Trabajo para que todo el mundo pueda ganar lo máximo posible”, dijo Rajoy. Alabado sea.

Lo del 11-M es muy preocupante porque tres años después el líder del partido que estaba entonces en el Gobierno sigue sin saber si ETA estuvo o no tras los atentados. Es decir, que el día 13 de marzo de 2004, sin ninguna prueba, tenía “la convicción moral” de que ETA los había ejecutado y hoy, con abrumadoras evidencias sobre la autoría islamista, mantiene una duda metódica. Afirma Rajoy que hay que estar a lo que digan los tribunales –obvio-, que hay que investigar hasta el día del Juicio Final y que no hay que tomarse a broma la amenaza islamista, un buen consejo que debería haber recibido en su día la cúpula policial que nombró Acebes, cuya manifiesta incompetencia es una de las primeras cuestiones en quedar acreditadas en la vista oral que se desarrolla en la Audiencia.

Rajoy tuvo oportunidades para soltar lastre, sobre todo cuando se refirió al tema de Iraq, donde lo inteligente hubiera sido reconocer el error de las Azores y dar una larga cambiada. Una cosa es que persevere en salvar la cara a Aznar y otras partes menos visibles de su anatomía, y otra muy distinta que sugiriera que, con él en el Gobierno, nuestros soldados podrían volver a alguna zona hortofrutícola, previa autorización del Parlamento, porque “el Gobierno iraquí nos pide que estemos allí”. Por cierto, Sadam Hussein no fue “el Hitler del siglo XX”, como afirmó dos veces. El Hitler del siglo XX fue Hitler.

En otros temas estuvo ciertamente socialdemócrata, lo cual puede ser entendido o no como un halago por sus partidarios. A uno le parece estupendo que el presidente del PP diga que la Sanidad es su prioridad básica y que la Seguridad Social debe dispensar la vacuna contra el cáncer de útero y asumir el coste de dentistas y oftalmólogos. O que hay que aumentar los recursos públicos para asegurar la igualdad de oportunidades de los discapacitados. O que es una vergüenza que haya gente malviviendo con 300 euros al mes. O escucharle decir que cree en la reinserción y que está en contra de la cadena perpetua.

Se puede compartir con Rajoy que es un disparate lo que se está haciendo con la enseñanza del español en algunas comunidades, pero no sólo en Cataluña, sino también en Baleares donde gobierna el PP y la situación es idéntica a la catalana. Al español hay que defenderlo con el mismo argumento que utilizó para sacralizar el inglés: porque es el idioma del futuro y el que permite que nos entendamos desde Reus al Cabo de Gata, pasando por esa minucia de continente que se llama América, la del Sur y la del Norte.

Nos encantó oír su receta sobre cómo solucionar el problema de la vivienda con una liberalización completa del suelo y aumentando la financiación de los ayuntamientos. Lástima que su partido no lo aplicara en los ocho años que gobernó, cuando el precio de los pisos subía anualmente más del 20% y se le reían las gracias a Álvarez Cascos cuando decía que estaban caros porque los españoles podían pagarlos. Y también nos gustó escucharle decir que iría a la boda de su hijo, si este fuera homosexual y decidiera contraer matrimonio, siempre y cuando el Constitucional no se pronuncie a favor de su recurso.

Rajoy cumplió el trámite con un aprobado cuando podía haber sacado más nota. Se fue llevando a sus espaldas el mismo peso con el que llegó. No se valora lo suficiente la presión que soportan sus cervicales. Lo de llevar la cruz a cuestas es muy cristiano pero poco práctico. Que a nadie le extrañe que los mismos que hoy le jalean traten mañana de hacerle pasar por el Calvario.

Rajoy, que es hombre educado e inteligente y que daría hasta bien como presidente, lleva un baldón del que tendría que desprenderse si no quiere que termine afectándole la columna. Cualquiera entiende las dificultades que un peso semejante entraña para realizar ciertos movimientos, pero lo que resulta inexplicable es su obsesión por seguir acarreando el fardo, como si hubiera empeñado su palabra en cumplir hasta el final las últimas voluntades de un pariente muy cercano. A consecuencia de ello, al líder del PP le pasa un poco como a Atlas, que bastante tenía con llevar el mundo a cuestas como para encima pedirle que se echara una partida al futbolín.

Mariano Rajoy El Mundo