Es noticia
Despertaron los vascos y el dinosaurio no estaba
  1. España
  2. Sin Enmienda
Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

Por

Despertaron los vascos y el dinosaurio no estaba

Quizás pensando en Manuel Chaves, que es como el dinosaurio del cuento y siempre está ahí cuando uno se despierta, Alfonso Guerra ha explicado lo que

Quizás pensando en Manuel Chaves, que es como el dinosaurio del cuento y siempre está ahí cuando uno se despierta, Alfonso Guerra ha explicado lo que debe de estar pasando el PNV ante el horizonte de hacer las maletas y abandonar el Gobierno vasco: “Después de tener todo durante tantos años se crea una red, una especie de cera reticular, que les tiene que dar mucho dolor perderla”. Sin duda a causa de este sufrimiento, los nacionalistas se han dado a la tontería, cuando no al patetismo. “Aquí no hay política, sólo matemáticas”, ha dicho en su blog Iñaki Anasagasti, senador de un partido que lleva una década sumando con quien sea para mantenerse en el poder.

Fiel a su tradicional victimismo, la conformación de una nueva mayoría en Euskadi, tan frentista y antinatural como la que ha sostenido a Ibarretxe como lehendakari, está siendo interpretada como fruto del odio al nacionalismo vasco que, al parecer, no ha cometido errores, no ha partido en dos a la sociedad vasca, no se ha dejado mecer por el viento helado de un terrorismo que ha condicionado la vida de miles de sus habitantes, algunos de los cuales han tenido que salir de sus casas a toda prisa o con los pies por delante.

El fin de 30 años de hegemonía del PNV es una buena noticia para la democracia, como lo sería que los socialistas perdieran su cortijo andaluz o que los populares dejaran de campar por Castilla y León como Babieca. Se trata de higiene, de abrir las ventanas, de acabar con la red de clientelismo que se extiende por todo el tejido económico y social de Euskadi. A Carlos Fabra, el presunto intachable del PP y una autoridad mundial en materia de nepotismo, le cazaron recientemente reconociéndose incapaz de saber a cuánta gente había colocado en sus doce años de reinado en Castellón. No hay memoria capaz de albergar cuántos votos cautivos había llegado a atesorar un partido que, como CiU en Cataluña, se creía depositario de la identidad de un pueblo y vigía de su destino triunfante y euskaldún.

La nueva etapa que se abre en el País Vasco exige a sus nuevos protagonistas no caer en los mismos errores que cometió ese marciano llamado Ibarretxe, al que días atrás retrató Josu Jon Imaz en una conferencia en Barcelona: “Un líder que no es capaz de moderar posiciones internas y acomodarlas al consenso social corre el riesgo de llevar a su partido a la oposición y mantenerlo allí por mucho tiempo”. Patxi López será lehendakari con los votos del PSE y del PP pero se haría un flaco favor a sí mismo si se empeñara en gobernar contra los nacionalistas, que además representan a la mayoría de la sociedad vasca.

A nadie se le escapan las dificultades que entrañará un gobierno de estas características. ¿Socialistas y populares alcanzarán en el País Vasco el grado de entendimiento que son incapaces de encontrar en los grandes temas nacionales? Y de ser así, ¿no es irresponsable que en un momento de emergencia nacional a consecuencia de la crisis económica los dos grandes partidos convivan permanentemente en un campo de Agramante?

Estamos ante un experimento donde la gaseosa ha sido sustituida por un cóctel explosivo. Al PSE y al PP les ha reunido la necesidad, aunque ya decía Unamuno que no se viaja para buscar el destino sino para huir del punto de partida. Lo lógico -parece que será así- es que el Ejecutivo autonómico trate de reflejar una pluralidad mayor a la que vendría determinada por los mimbres propios y que su continuidad no quede al albur de intereses ajenos a la política vasca.

Conociendo a nuestros clásicos, no resultaría extraño que un plazo más o menos breve asistamos a un cruce de reproches en el que socialistas y populares se culpen mutuamente del fracaso de su intentona. Es de esperar que para entonces, al menos, se hayan sacudido las alfombras y el miedo se haya dispersado. Y que el PNV, que se quiera o no forma parte del paisaje vasco, haya renovado sus caras y sus discursos. No sólo Josu Jon Imaz sino cualquier persona sensata es consciente de que en una Europa sin fronteras conceptos como la soberanía o la independencia no significan lo mismo que en el siglo XIX. En esas condiciones, todo sería posible, incluso la opción más natural y transversal de todas: que dos partidos de derechas como el PNV y el PP puedan entenderse.

Quizás pensando en Manuel Chaves, que es como el dinosaurio del cuento y siempre está ahí cuando uno se despierta, Alfonso Guerra ha explicado lo que debe de estar pasando el PNV ante el horizonte de hacer las maletas y abandonar el Gobierno vasco: “Después de tener todo durante tantos años se crea una red, una especie de cera reticular, que les tiene que dar mucho dolor perderla”. Sin duda a causa de este sufrimiento, los nacionalistas se han dado a la tontería, cuando no al patetismo. “Aquí no hay política, sólo matemáticas”, ha dicho en su blog Iñaki Anasagasti, senador de un partido que lleva una década sumando con quien sea para mantenerse en el poder.

PNV Patxi López