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Nadie sabe nada en el PP
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Juan Carlos Escudier

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Nadie sabe nada en el PP

Rajoy no sabe o no le consta y, por supuesto, no conoce. A Correa, el hombre que presuntamente ha dorado el riñón de un grupo numeroso

Rajoy no sabe o no le consta y, por supuesto, no conoce. A Correa, el hombre que presuntamente ha dorado el riñón de un grupo numeroso de dirigentes del PP, apenas si lo vio una vez en Génova y quizás le diera una vez la mano, pero conocerle, lo que se dice conocerle, no le conocía. De sus andanzas, Rajoy no sabía nada, por lo que hay que suponer que estuvo muy inspirado el día que ordenó al partido que dejara de contratarle. A Rajoy nada le consta, como no le constaba a Ana Mato, la vicesecretaria de Organización, que Correa le comprara un Jaguar a su entonces marido, Jesús Sepúlveda, allá por 1999 cuando era secretario electoral de Aznar. Le han preguntado al estadista del bigote y no ha respondido, como si no le constara o no conociera. Nadie sabe nada en ese partido. Bendita inopia.

Lo del PP es una tragedia shakesperiana en la que se huele lo podrido de aquí a Dinamarca. Quienes ahora se nos muestran como malolientes cadáveres políticos o carne de banquillo personificaban a comienzos del aznarato la regeneración que iba a librar el país de la corrupción socialista. Se habían acabado los roldanes y las filesas. Llegaba una nueva hornada de políticos de los que podríamos sentirnos orgullosos. Serían tan buenos custodiando las arcas públicas como organizando bodas en El Escorial para la hija del jefe. Eran la honradez con gomina.

En el núcleo duro de los populares, por supuesto, nadie podía imaginar que habría quien utilizaría los contratos públicos para enriquecerse y mucho menos aún los que les nombraron para ocupar puestos de responsabilidad en sus Gobiernos o les abrieron las puertas de los municipios. ¿Cómo iba a constarle a Esperanza Aguirre los tejemanejes de su consejero López Viejo o los del rosario de alcaldes que han tenido que dimitir por culpa del socialista Garzón? Aguirre no sabía nada y si conocía a López Viejo, a Ginés López, González Panero, Tomás Martín, Martín Vasco, Bosch o al propio Sepúlveda era de pasada. Los socialistas deben ser responsables por acción o por omisión, pero eso no va con los populares. Lo explicaba esta semana la presidenta de Madrid a los diputados de la oposición: “No somos como ustedes”. Pues eso.

Aquí nadie sabía nada, sin que eso implique demérito alguno. Estaban a otras cosas, a las importantes, a las que, según su líder, preocupan a los ciudadanos. Detengámonos en Camps, por ejemplo. ¿Cómo iba a saber este hombre que Rajoy había dejado de trabajar con Correa? Y aunque lo supiera, ¿cómo no confundir al Correa original con otro cualquiera si muy posiblemente no conocía al primero ni de vista?

Ello explicaría la abundancia de contratos que le concedió la Administración valenciana, aunque sus procedimientos debían de ser distintos a los que utilizaba en Madrid. Es decir, mientras en Madrid presuntamente repartía comisiones a diestro y siniestro o regalaba coches, en Valencia se atenía escrupulosamente a las bases de los concursos. De no haber sido así, Camps, que es distraído pero sólo con las facturas de su fondo de armario, lo habría detectado y hubiera tomado medidas contra el conseguidor y los supuestos sobornados. Es por eso que en Valencia no ha dimitido nadie.

A nadie le constaba nada, y por esta razón el PP respondió a las imputaciones de Garzón obligando a dimitir a todos los encausados, como si se hiciera de nuevas. Bueno, a todos menos a Camps y a su adjunto Costa porque, como se nos ha dicho, lo suyo, o sea, lo de los trajes de regalo, no se sostenía. En conclusión, que lo de los otros se sostenía perfectamente pero el partido no sabía nada y se enteró por los autos o por la prensa.

Algo parecido ha ocurrido con el supuesto espionaje de la Comunidad de Madrid. Lógicamente, nadie sabía nada porque para eso eran espías, aunque Esperanza se ha investigado a sí misma y ha concluido en un par de tardes que todo ha sido un montaje y que los partes de seguimiento eran albaranes del Carrefour. ¿Para qué iba a querer saber Aguirre lo que hacían sus rivales políticos en el PP si en ese partido todo el mundo vive feliz en su ignorancia?

Resumamos: Rajoy nunca ha sabido nada. Jamás le ha constado que Esperanza Aguirre, entre otros, estuviera esperando su fracaso electoral en Galicia para travestirse en Bruto y darle matarile; A Aguirre no le constaba que Rajoy fuera un flojo, pero se lo barruntaba ella y todo el partido; ninguno de los bandos del PP conocía que hubiera otros bandos parecidos a los suyos porque los espías, de haberlos habido, eran familiares de Mortadelo; Gallardón no sabe quién es Mortadelo; Ana Mato desconoce la diferencia entre un Jaguar y un BMW; Pizarro no sabe dónde se ha metido; a Aznar no le consta el cambio climático; y de Rato últimamente no sabemos nada. Esto es una tragedia en la que nos vamos a morir todos de risa.

Rajoy no sabe o no le consta y, por supuesto, no conoce. A Correa, el hombre que presuntamente ha dorado el riñón de un grupo numeroso de dirigentes del PP, apenas si lo vio una vez en Génova y quizás le diera una vez la mano, pero conocerle, lo que se dice conocerle, no le conocía. De sus andanzas, Rajoy no sabía nada, por lo que hay que suponer que estuvo muy inspirado el día que ordenó al partido que dejara de contratarle. A Rajoy nada le consta, como no le constaba a Ana Mato, la vicesecretaria de Organización, que Correa le comprara un Jaguar a su entonces marido, Jesús Sepúlveda, allá por 1999 cuando era secretario electoral de Aznar. Le han preguntado al estadista del bigote y no ha respondido, como si no le constara o no conociera. Nadie sabe nada en ese partido. Bendita inopia.

Francisco Correa Jesús Sepúlveda Francisco Camps