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El nuevo Gobierno y los coches de colores
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Juan Carlos Escudier

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El nuevo Gobierno y los coches de colores

Salvo a los incondicionales, la remodelación del Gobierno ha dejado al personal un tanto frío y bastante escéptico, como si, a la vista de las figuras

Salvo a los incondicionales, la remodelación del Gobierno ha dejado al personal un tanto frío y bastante escéptico, como si, a la vista de las figuras que nos ha servido Zapatero para hacer frente a la crisis, se nos haya revelado que esta mano está perdida  aunque la partida continúe. Se confiaba, quizás, en que ante lo excepcional de la situación pudiera reclutarse a un puñado de notables -socialistas o no- cuyo prestigio fuera indiscutible y, sin tener soluciones mágicas a los problemas, hicieran abrigar la esperanza de que terminarían por encontrarlas. Después de tanto ilusionismo, no hubiera venido mal algo de ilusión. En lugar de eso, han jurado el cargo, entre otros, Blanco y Chaves. La decepción puede ser comprensible.

 

A falta de lírica, la prosaica realidad nos ha colocado frente a Elena Salgado, sobre cuyos hombros Zapatero ha depositado la losa que tenía a Solbes tan encorvado. De la nueva timonel del área económica poco o nada se sabe. Se ignora si cree más en el mercado que en el Estado, si prefiere a Keynes antes que a Fridman o si se llevaría a Krugman a una isla desierta para que le explique sus teorías sobre cómo reducir los salarios y los precios. De hecho, lo que de Salgado ha destacado su mentor es su capacidad de gestión, por lo que cabe deducir que serán otros lo que tengan las ideas y ella quien se encargue de redactarlas para el BOE.

Decía Borges que con el tiempo mereceríamos no tener gobierno y, siendo argentino, es muy posible que lo creyera sinceramente. Lo curioso es que Zapatero, ferviente admirador del escritor, se empeñó durante un tiempo en satisfacer aquel deseo. Nos hemos pasado años sin un gobierno propiamente dicho, si se entiende éste como un órgano compuesto esencialmente por políticos y no por funcionarios. Maura, que algo sabía de esto, diferenciaba entre estar en el Gobierno y gobernar. Con contadas excepciones, los últimos gabinetes socialistas han estado formados por un presidente y un nutrido grupo de directores generales.

Este esquema, del que Salgado ha formado en sus distintas responsabilidades, se demostró eficaz en las épocas de bonanza con pequeñas disfunciones. Los burócratas no están programados para hacer sombra al líder ni para discutir sus decisiones, aunque tienen el inconveniente de que se les traga la tierra cuando surgen las dificultades o se les piden iniciativas. Bruñen la armadura del caballero pero difícilmente empuñan la espada. Con ellos uno se asegura la exclusiva de los éxitos si está dispuesto a pagar la factura por los errores.

A Zapatero le convino ese estado de cosas hasta que la crisis económica le dejó expuesto permanentemente a sus abrasadores rayos, más aún después de que Solbes se acercara cojeando a la banda para pedir el relevo. Ante una previsible sucesión de malas noticias, ha optado por repartir la carga y dar entrada en el Ejecutivo al núcleo duro del partido, mientras se reserva para él la dirección de la política económica que Salgado ejecutará y las competencias en Deportes, parcela que le brindará alguna foto victoriosa.

Con la incorporación de Chaves -que repite en Andalucía la transición que Bono hizo en Castilla-La Mancha-, José Blanco y Trinidad Jiménez, y la omnipresencia de Rubalcaba y en cierta medida la de Fernández de la Vega –que es una funcionaria reconvertida- no es que haya formado el Ejecutivo con más peso político, es que ha formado un Gobierno. ¿Que los fichajes no entusiasman? Bueno, es lo que hay.

A partir de aquí se puede sugerir que la vicepresidencia económica hubiera requerido algo más de prestigio, pero a la lumbrera también la están buscando en Irlanda (-7,1% del PIB en el IV trimestre de 2008), Suecia (-2,1), Alemania (-2,1), Dinamarca (-1,9), Bélgica (-1,7) o Portugal (-1,6) sin encontrarla. La oposición haría bien en esquivar a Salgado y dirigir sus dardos contra Zapatero porque será el presidente con las luminosas ideas de Sebastián quien marque el camino a seguir.

Zapatero ha colocado los departamentos del gasto y los que pueden hacerle más sencilla la travesía parlamentaria en manos de la ‘sección política’ del Gabinete, que es a la que corresponde vender la imagen del Ejecutivo. ¿Puede comprenderse que la llegada del AVE a Barcelona, tras una inversión multimillonaria, fuera maldecida por quienes se beneficiarían de ella? A los ‘políticos’ les tocará además hacer frente a la etapa de dura confrontación que se abrirá tras las elecciones europeas, donde una derrota de los socialistas convertiría lo que queda de legislatura en una exigencia constante de elecciones anticipadas por parte del PP.

La remodelación es también un reconocimiento de errores y de la errática distribución de competencias que se decidió en 2008. Hacer residir en Educación la ejecución de la ley de Dependencia era un disparate semejante a desgajar las universidades de ese ministerio para hacerlas recaer en Ciencia. ¿Que se podía haber aprovechado para eliminar ministerios superfluos y adelgazar la estructura del Gobierno? Sin duda, pero eso era pedir demasiadas peras a un pobre olmo. 

Un Gobierno puede gustar más o menos pero tampoco conviene sacralizar su importancia. Hay países como Italia que han prosperado sin gobierno hasta que ha llegado Berlusconi con las rebajas. ¿Que hubiéramos elegido otros ministros más altos, más guapos y más rubios? Seguro, pero en esto es de aplicación la máxima de Ford sobre los coches: cualquiera puede elegir el color de su vehículo, a condición de que sea negro. Que sea negro entonces, pero que ande.

Salvo a los incondicionales, la remodelación del Gobierno ha dejado al personal un tanto frío y bastante escéptico, como si, a la vista de las figuras que nos ha servido Zapatero para hacer frente a la crisis, se nos haya revelado que esta mano está perdida  aunque la partida continúe. Se confiaba, quizás, en que ante lo excepcional de la situación pudiera reclutarse a un puñado de notables -socialistas o no- cuyo prestigio fuera indiscutible y, sin tener soluciones mágicas a los problemas, hicieran abrigar la esperanza de que terminarían por encontrarlas. Después de tanto ilusionismo, no hubiera venido mal algo de ilusión. En lugar de eso, han jurado el cargo, entre otros, Blanco y Chaves. La decepción puede ser comprensible.