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La paradoja del PP
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Juan Carlos Escudier

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La paradoja del PP

Dando por bueno que el CIS se equivoca y que las que aciertan son las encuestas que dan por ganador en las elecciones europeas a Jaime

Dando por bueno que el CIS se equivoca y que las que aciertan son las encuestas que dan por ganador en las elecciones europeas a Jaime Mayor Oreja, el PP se hallará inmerso en una paradoja a la que no será ajeno ninguno de sus protagonistas. De un lado el ex ministro, que después de cuestionar públicamente los principios de Rajoy y de pasear por calles y plazas el cadáver político de María San Gil como símbolo de la gran traición genovesa, sería el responsable no sólo de la continuidad del gallego al frente del partido sino de cimentar sus aspiraciones de llevar a la Moncloa sus cambiantes valores; y del otro el propio Rajoy, que renegó de sus compañeros del Cretácico y luego tuvo que recurrir a uno de los dinosaurios más afamados para apaciguar la organización y contrarrestar el empuje de una señora llamada Rosa Díez que gira la derecha con el intermitente de la izquierda siempre puesto, lo cual tiene muy desconcertados al resto de conductores. Por lo que al PP respecta, la paradoja es que ganando todos, todos pierden.

Sea cual sea el resultado final de las europeas, lo indiscutible es que el PP no está bien, que no anda muy católico que diría el castizo, y que la herida que no se cerró con la reelección de Rajoy en Valencia sigue supurando pese a que la victoria en las gallegas haya sido un buen cataplasma. La situación, poco o nada, ha cambiado desde entonces: un buen puñado de dirigentes cree que Rajoy es un incapaz;  y de ellos, un ramillete no dudaría en sacar la daga que ocultan bajo la toga y darle matarile a la menor ocasión que se les presente para ocupar su lugar. O sea, paz y amor.

Es cierto que, de estos últimos, algunos como Camps se han hecho el haraquiri por su cuenta y se han puesto perdido el traje de Milano. Lo que ha terminado de perder al elegante levantino no ha sido un sastre bocazas sino su intervenida declaración de amor al Bigotes, uno de los cerebros de la trama Gürtel. “Me he pasado todo el día aclarando que Camps no es homosexual”, explicaba en privado uno de sus ex colaboradores tras conocerse que el presidente valenciano quiere un huevo a Alvarito el del mostacho y que éste le hace regalos caros a su señora. Ha dicho Camps que se muere de ganas de explicarlo aunque, por el momento, se nos esté haciendo de rogar.

Rajoy rema mas que antes y hasta parece haberse sobrepuesto a la natural molicie que le caracteriza, pero su avance obedece más al viento a favor de la crisis que a sus propios bíceps. ¿Aguantará el ritmo si la economía le da un respiro a Zapatero en los próximos tres años? Remar es duro y más si encima hay que cargar con polizones empeñados en llegar a un puerto distinto. Con todo, lo peor es escucharles. Un tipo como Aznar que se pasa el día diciendo cosas del estilo “conmigo en el Gobierno no se hubiera producido esta crisis” o  “yo creo saber lo que España necesita para salir de la crisis” puede resultar tremendamente cargante.

A las ya de por sí turbulentas aguas de la mar oceana se han añadido las pestilentes aguas menores de las cloacas internas, un vertido que podría evitarse con un buen fontanero pero cuya solución Rajoy pospone, ya sea para llenar de detritus a algunos de sus opositores o porque carece de seguro multirriesgo y teme que la factura le salga por un pico.

De momento, los apaños en la red de saneamiento están siendo de traca. No es que el PP haya echado de sus filas a los diputados de la Asamblea de Madrid a los que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid les imputa de cohecho, tráfico de influencias, fraude fiscal, asociación ilícita, blanqueo de capitales y falsedad -a dos de los cuales les ha impuesto además fianzas millonarias-, es que el partido ha aceptado la humilde petición de estos honestísimos señores para dejar de ser militantes por si su penosa situación empaña la acrisolada probidad de la organización. El gesto más audaz ha sido el de dejar compuesto y sin escaño en Estrasburgo a Gerardo Galeote, con la promesa, eso sí, de que tendrá su recompensa en el futuro si es capaz de esquivar a la Justicia.

Puede ser que las sospechas de corrupción no tenga un coste inmediato sobre el electorado, pero el sonrojo diario provocado por los implicados en la trama no tiene precio. Un día es Ricardo Costa, mano derecha de Camps y hermano de esa esperanza blanca del PP llamada Juan Costa, el que dice tener un descubierto en sus cuentas de 1.400 euros poco antes de darse el castañazo con su bólido de 80.000 euros. Pobre hombre. ¿Lo tendrá a terceros o a todo riesgo?

Otro día es Luis Bárcenas, el tesorero que se compra las casas a tocateja pero pide un crédito de 330.000 euros para vestir sus paredes de cuadros. El resto es conocido: como Soroya no le llama y la pintura flamenca está salida de madre, el abnegado Bárcenas ingresa el dinero en su cuenta en billetes de 500, como haría el común de los mortales. ¿Alguien ve algo sospechoso? ¿Nos enseñará Bárcenas sus casas para comprobar que no compró los cuadros y que el dinero del crédito era el mismo que devolvió a su cuenta?

A medida que pasa el tiempo, la continuidad del tesorero ha dejado de ser un misterio dentro de un enigma para convertirse en algo más que una evidencia. ¿Trata Rajoy de mantenerlo para evitar que el intachable de la caja registradora caiga en la tentación de tirar de la manta? En absoluto. Todo lo más, asistimos una cruzada en defensa de la presunción de inocencia. ¿Quién dijo que se habían perdido los principios?

Pues bien, este es el partido que el mismo día de las elecciones europeas -si las gana, claro está- comenzará a pedir a Zapatero que tome las de Villadiego para emprender cuanto antes la regeneración económica y moral que el país necesita. ¿Estamos o no ante una paradoja?

Dando por bueno que el CIS se equivoca y que las que aciertan son las encuestas que dan por ganador en las elecciones europeas a Jaime Mayor Oreja, el PP se hallará inmerso en una paradoja a la que no será ajeno ninguno de sus protagonistas. De un lado el ex ministro, que después de cuestionar públicamente los principios de Rajoy y de pasear por calles y plazas el cadáver político de María San Gil como símbolo de la gran traición genovesa, sería el responsable no sólo de la continuidad del gallego al frente del partido sino de cimentar sus aspiraciones de llevar a la Moncloa sus cambiantes valores; y del otro el propio Rajoy, que renegó de sus compañeros del Cretácico y luego tuvo que recurrir a uno de los dinosaurios más afamados para apaciguar la organización y contrarrestar el empuje de una señora llamada Rosa Díez que gira la derecha con el intermitente de la izquierda siempre puesto, lo cual tiene muy desconcertados al resto de conductores. Por lo que al PP respecta, la paradoja es que ganando todos, todos pierden.

Mariano Rajoy Jaime Mayor Oreja