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De la apasionante cita con las europeas y los filetes empanados
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Juan Carlos Escudier

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De la apasionante cita con las europeas y los filetes empanados

Para contrarrestar el vídeo del PSOE, en el que un cura salido del concilio de Trento, algo parecido a un skin y un xenófobo se nos

Para contrarrestar el vídeo del PSOE, en el que un cura salido del concilio de Trento, algo parecido a un skin y un xenófobo se nos ofrecen como arquetipos del electorado del PP, los de Génova han contraatacado con un catálogo de fauces caninas. Por si fuera poco, Mayor Oreja se ha hecho grabar otro vídeo en su página web en el que confiesa que de pequeño mordía las corbatas para desesperación de su pobre madre. No se preocupen porque, al parecer, Jaime se ha corregido y ya come otras cosas. Con semejantes destellos de política de altura se entiende que el personal aguarde con impaciencia la hora de depositar su voto en las elecciones europeas del 7 de junio. Una vez más, a los electores nos sonríe la fortuna: tenemos el privilegio de votar a unos señores que otro ha elegido, que diría Bierce.

El problema con las europeas es que no hay vídeo que lo remedie. Será porque somos muy olvidadizos, pero algo debe pasar cuando en cada convocatoria hay que recordar como una letanía lo importante que es la UE, lo mucho que Estrasburgo o Bruselas influyen en nuestra vida diaria, lo divino de la muerte que es la unión de 27 estados en un mundo globalizado, lo maravilloso que resulta que puedan sablearte en París o en Roma con la misma moneda, y así.

Pero la gente se extraña y con razón de que, siendo colosal el reto, los designados por los partidos sean el deshecho de tienta de la política nacional, a los que se agradece los servicios prestados con un retiro dorado en ese cementerio de elefantes que es el Europarlamento. Con todos los respetos, no es creíble que Europa pueda estar en manos de Agustín Díaz de Mera, el del imaginario informe que vinculaba a ETA con el 11-M, o de Magdalena Álvarez, la reina de los socavones, y si realmente lo está es que a los gobernantes Europa les importa un carajo o que el proyecto es tan sólido que resiste perfectamente que los ciudadanos se vayan al campo a comer tortilla y filetes empanados en vez de echar la papeleta en la urna.

En esta ocasión, además, se espera batir el récord de tortillas. Las previsiones más optimistas estiman en un 40% la participación global en los comicios, más de cinco puntos por debajo del mínimo histórico. ¿Por qué en 1979 votaba el 62% de los ciudadanos europeos y ahora aburre hasta pensarlo? Habrá muchas razones, pero quizás la principal sea la sensación de que Europa se construye al margen de sus ciudadanos y que da igual su opinión porque los burócratas harán lo que les plazca. De esta forma, si franceses y holandeses dicen 'no' a la Constitución Europea, Bruselas hace un regate y cuela un tratado; y si los irlandeses se oponen al tratado, se les amenaza con un referéndum permanente hasta que, por agotamiento, digan que sí. Todo sea por la causa.

El caso es que a esos abstencionistas que somos los europeos nos importa Europa bastante más que los políticos que se envuelven en la bandera azul de las estrellitas y cantan el himno de la alegría o, cuando menos, lo tararean. Lo ha demostrado un estudio que ha realizado la Fundación para la Innovación Política Pública entre 15.130 continentales y que ha publicado el diario Le Figaro. Los resultados no dejan lugar a dudas: un 56% cree una suerte la pertenencia a un club como la Unión, y simultáneamente, un 53% opina que las elecciones del 7 de junio se la traen al pairo.

Lo que podría entenderse como una contradicción no es tal si se tiene en cuenta que, salvo excepciones, los objetivos que los partidos persiguen en las contiendas europeas son esencialmente nacionales. En el caso español, lo que está en juego no son las dos visiones de Europa que tienen socialistas y populares, sino si la crisis ha erosionado tanto al Gobierno como para legitimar a la oposición, tras un hipotético triunfo de Mayor Oreja, a pedir machaconamente elecciones anticipadas como un revival del “váyase señor González”. O por el contrario, a resucitar la batalla interna por el liderazgo en el PP si son los socialistas los que se hacen con la victoria. ¿Europa? Bien, gracias.

De los llamados a cruzar las espadas está casi todo dicho. Mayor Oreja es un político amortizado, cuya pasión por la causa europea empezó, probablemente, el día en que descubrió que su tiempo había pasado y que Estrasburgo paga estupendamente a los ociosos. Lo que no deja de resultar curioso es que uno de los dirigentes más críticos con los supuestamente volátiles principios de Rajoy no haya tenido inconveniente en abrazar su causa y que, por arte de magia, se haya vuelto incapaz de pronunciar el nombre de María San Gil. Por su parte, López Aguilar ha encontrado una vía de escape. El canario, que entendió como un castigo su misión en el archipiélago, puede al fin volar, como cantaba Nino Bravo. Aspira a que Estrasburgo no sea su destino final sino una escala inevitable. Veremos cuánto le dura este pensamiento.

El último aliciente de estas europeas ha venido de la mano del Tribunal Constitucional y su decisión de autorizar la presencia de la candidatura de Iniciativa Internacionalista-La Solidaridad entre los Pueblos, después de que el Supremo la hubiera invalidado en virtud de la Ley de Partidos por estar contaminada por el entramado de ETA. El debate sobre si el dramaturgo Alfonso Sastre es un testaferro de Josu Ternera promete ser interesante, pero no deja de ser un tema local que nada tiene que ver con la construcción europea, ni con la política agraria común, ni con el plan Bolonia, ni siquiera con las políticas lingüísticas, suponiendo que Alfonso Sastre llegue a hablar desde su escaño.

Con todos estos antecedentes, la cita con las europeas promete ser apasionante, siempre y cuando los electores no se inclinen por los filetes empanados. Admitan un consejo por si prevalece la excursión al monte: no traten de meter la tortilla en un tupper rectangular como acostumbran algunas madres: la cuadratura del círculo no es posible ni para las patatas.

Para contrarrestar el vídeo del PSOE, en el que un cura salido del concilio de Trento, algo parecido a un skin y un xenófobo se nos ofrecen como arquetipos del electorado del PP, los de Génova han contraatacado con un catálogo de fauces caninas. Por si fuera poco, Mayor Oreja se ha hecho grabar otro vídeo en su página web en el que confiesa que de pequeño mordía las corbatas para desesperación de su pobre madre. No se preocupen porque, al parecer, Jaime se ha corregido y ya come otras cosas. Con semejantes destellos de política de altura se entiende que el personal aguarde con impaciencia la hora de depositar su voto en las elecciones europeas del 7 de junio. Una vez más, a los electores nos sonríe la fortuna: tenemos el privilegio de votar a unos señores que otro ha elegido, que diría Bierce.

Jaime Mayor Oreja Mariano Rajoy