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La multitudinaria soledad de Zapatero
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Juan Carlos Escudier

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La multitudinaria soledad de Zapatero

La prensa, ya lo decía ese gran cáustico llamado Ambrose Bierce, es una “poderosa máquina para exagerar las cosas, que con la ayuda del ‘nosotros’ y

La prensa, ya lo decía ese gran cáustico llamado Ambrose Bierce, es una “poderosa máquina para exagerar las cosas, que con la ayuda del ‘nosotros’ y la tinta del impresor, convierte el chillido de un ratoncito en el rugido de un león editorialista, cuyas opiniones (supuestamente) la nación espera en vilo”. Por los rugidos lanzados desde El País hemos sabido estos días que el PSOE asiste con estupefacción y desconcierto a las improvisaciones con las que Zapatero afronta la crisis económica y que el pretendido talante del presidente es pura fachada tras la que esconde un autoritarismo que ahoga la crítica interna, por lo que a la disidencia sólo le queda el silencio o el abandono. Casualmente, el espectacular descubrimiento del diario ha coincidido con la convalidación parlamentaria de la TDT de pago, ese enojoso asunto que hará perder a Prisa unos cientos de millones de euros. ¿Escuchan al león cómo se acerca?

Las desafecciones que estaría sufriendo Zapatero habrían tenido como avanzadilla el abandono de sus escaños de tres de sus ex ministros -Molina, Sevilla y Pedro Solbes, éste último anunciado meses atrás-, a los que, presumiblemente, se unirán en la huida Bernat Soria, Mercedes Cabrera y Fernández Bermejo. A este pretendido frente crítico habría que sumar representantes de la vieja guardia, dirigentes nacionales y barones regionales, cuyos nombres el ex diario independiente de la mañana nos ahorra para evitar que la dirección del partido incremente su descontento con alguna represalia. Todo un detalle.

Si hay algo sorprendente en estas revelaciones periodísticas es que han tenido que pasar nueve años desde su ascenso a la secretaría general del PSOE para que el considerado diario de cabecera de los socialistas descubra que Zapatero es personalista, que no acepta consejos o que se ha rodeado paritariamente, no de dirigentes sino de admiradores, que le deben su carrera política y no discuten sus decisiones. Hace algo más de dos años le pregunté al hoy jubilado Jordi Sevilla por la primera Ejecutiva de Zapatero, en la que se suprimió la Permanente, un órgano más reducido que tenía como misión agilizar la toma de decisiones. Me dijo lo siguiente: “Él hablaba con quien quería, en el momento que quería y de lo que quería. Conmigo de esto y con aquel de lo otro, que es como él gestiona las cosas. Bajo la apariencia de eliminar la Permanente para que todo fuera sea más democrático, en realidad incrementaba la capacidad de discrecionalidad  por  su parte (...)  Había mucha ingenuidad en aquella Ejecutiva. Sobre todo al principio, algunos creíamos que éramos un  equipo que íbamos a cambiar las cosas y poco a poco nos fuimos dando cuenta de que ni éramos equipo, ni todos querían cambiar las cosas ni todos las queríamos cambiar en el mismo sentido”. En resumen, no es que el poder haya transformado a Zapatero; es que siempre ha sido así.

Sin discutir el malestar que puede reinar en el partido por la nefasta gestión de la subida de impuestos, lo cierto es que cuesta encontrar algún crítico con pedigrí, más allá del ‘bloguero’ Joaquín Leguina, que llevó fatal que el partido le desaconsejera presentarse a las primarias y optar a la alcaldía de Madrid en 2003 porque la designada era Trinidad Jiménez. Pocos, además, están en disposición de cuestionarle, ni siquiera esa vieja guardia, cuya experiencia algunos añoran, que está jubilada o vive feliz y resguardada en puestos bien remunerados. Más allá de alguna velada censura, Felipe González ha asumido su papel de jarrón chino y está muy ocupado con la presidencia del grupo de reflexión sobre el futuro de Europa, con el cargo de embajador plenipotenciario para la conmemoración del bicentenario de la independencia de las repúblicas iberoamericanas y dejándose querer como futuro presidente de la UE; Alfonso Guerra preside una comisión parlamentaria y una fundación del partido; Almunia es comisario europeo; Bono preside el Congreso; Chaves, el partido, y se jubilará como vicepresidente; y así.

De hecho, quienes más pueden quejarse de maltrato son aquellos que desembarcaron con él en el PSOE allá por el año 2000. A Zapatero le gustan las pruebas de fidelidad, dejar caer a sus colaboradores en la sima de su indiferencia para luego rescatar a los que se mantuvieron firmes y creyeron en él. Antes de hacerle ministro, lo hizo con Sevilla, que ya se cansó de tanta prueba; lo está haciendo con Caldera, que purga sus penas en la macrofundación de pensamiento que quedó en nada; y ha vuelto a hacerlo con su otrora ideólogo Torres Mora, al que acaban de dejar compuesto y sin presidencia de comisión parlamentaria, es decir, sin 1.500 euros de vellón al mes.

El poder de Zapatero en el PSOE es absoluto, pero ya lo era cuando tomó las riendas del partido, en parte porque la situación era tan terrible y las expectativas de llegar al Gobierno tan escasas que nadie quiso soplar por no constiparle. A diferencia de González, que pasó años sin pisar su despacho de Ferraz, Zapatero ejerce un control directo sobre la organización por Blanco interpuesto, y no hay suceso que se registre en una agrupación socialista, por muy remota que sea, del que no tenga conocimiento.

Y si no caben esperar noticias del ala histórica, menos aún de esa nueva hornada de socialistas, que le debe su fulgurante carrera. ¿Alguien se imagina a Leire Pajín o a Eduardo Madina pronunciando una palabra más alta que otra contra el líder? Zapatero ejerce sin contrapeso, hasta el punto de que no se vislumbra ni en el PSOE ni en el Gobierno -cuyos miembros salvo excepciones son, en la práctica, simples jefes de negociado-, alguien con capacidad e influencia para asumir un hipotético relevo. Es más, si los socialistas perdieran las próximas elecciones y Zapatero decidiera dimitir, volvería a ser Bono el mejor colocado para alcanzar el liderazgo.

Así las cosas, el comité federal de este sábado volverá a ser la acostumbrada balsa de aceite para el presidente del Gobierno, mecida, si acaso, por algún representante de Izquierda Socialista, por eso de que en algún momento fue una corriente crítica. El poder es un excelente relajante para la tensiones y el mejor pegamento jamás inventado. No hay fisura posible, por mucho que los ratones se queden afónicos con tanto rugido.

La prensa, ya lo decía ese gran cáustico llamado Ambrose Bierce, es una “poderosa máquina para exagerar las cosas, que con la ayuda del ‘nosotros’ y la tinta del impresor, convierte el chillido de un ratoncito en el rugido de un león editorialista, cuyas opiniones (supuestamente) la nación espera en vilo”. Por los rugidos lanzados desde El País hemos sabido estos días que el PSOE asiste con estupefacción y desconcierto a las improvisaciones con las que Zapatero afronta la crisis económica y que el pretendido talante del presidente es pura fachada tras la que esconde un autoritarismo que ahoga la crítica interna, por lo que a la disidencia sólo le queda el silencio o el abandono. Casualmente, el espectacular descubrimiento del diario ha coincidido con la convalidación parlamentaria de la TDT de pago, ese enojoso asunto que hará perder a Prisa unos cientos de millones de euros. ¿Escuchan al león cómo se acerca?

El País