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A Zapatero puede salvarle ETA si el PP lo permite
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Juan Carlos Escudier

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A Zapatero puede salvarle ETA si el PP lo permite

Entre los socialistas inmunes al optimismo se ha instalado la creencia de que Zapatero no llegará al tatis, que es expresión antigua que hace referencia a

Entre los socialistas inmunes al optimismo se ha instalado la creencia de que Zapatero no llegará al tatis, que es expresión antigua que hace referencia a ese final de la misa en latín en la que el sacerdote, leyendo varios versículos del evangelio de San Juan, concluye con un “plenum gratiae et veritatis”. El presidente está solo y no hay nadie en el espejo, que diría Borges, porque hasta su antiguo yo le ha abandonado como un desodorante barato. Al nuevo Zapatero, convertido a la fe de los mercados en su papel de apóstol del ajuste y de las reformas, le gustaría bailar con alguien el tango de la crisis pero no encuentra pareja, mientras Sam la toca una y otra vez. El temor es que la música deje de sonar en la negociación de los Presupuestos, ya sea porque el piano reviente o porque sus antiguos socios ignoren el cartel que prohíbe disparar al pianista.

Más allá de la anécdota que podría representar una huelga general, que muchos ya descuentan, la verdadera preocupación del PSOE es sacar adelante los Presupuestos de 2011, para lo cual son necesarios siete votos además de los propios, una minucia para el campeón de la geometría variable, pero un abismo para el recién nacido estadista del sangre, sudor y lágrimas. ¿Que con quién se cuenta a estas alturas para aprobar los Presupuestos y esquivar la espada del adelanto electoral? Pues con nadie salvo con Coalición Canaria, que hace a todo.

Como ya se dio cuenta aquí hace algunas semanas, antes de que Durán le bajara el pulgar desde el circo del Congreso, CiU ya no baila. Pendientes de las elecciones autonómicas, cuya fecha deshoja Montilla en función de la visita del Papa a Barcelona, prevista para el 7 de noviembre, los nacionalistas catalanes están convencidos de que a la tercera será la vencida para Artur Mas, que ahora pretende servirse en plato frío la venganza de aquella promesa incumplida por Zapatero de dejarle gobernar si era la fuerza más votada al rescoldo del pacto para aprobar el Estatut.

Descartadas las izquierdas, que no tienen cuerpo ni ganas de marcarse un agarrado con unos Presupuestos que profundizarán en los recortes, el objetivo es el PNV, cuyo precio va subiendo al rito de la prima de riesgo de la deuda española. Todo conduce a bailar con la más fea, quien ya no parece contentarse con contrapartidas económicas o competenciales, ni siquiera con recibir el Guernica de Picasso envuelto en papel de regalo. ¿Qué tendría que hacer Zapatero para no verse obligado a adelantar las generales? “Intentar otro tipo de relaciones sólidas con los grupos”, como explicaba el líder peneuvista Iñigo Urkullu en una entrevista con El Correo publicada el 30 de mayo.

No se trata, claro está, de dar entrada en el Gobierno de Madrid a los nacionalistas vascos, como cuando en 1993 Felipe González ofreció la cartera de Industria al entonces lehendakari José Antonio Ardanza, y tuvo que ser Arzalluz el que le quitara a txapelazos esa idea de la cabeza. Lo que quiere el PNV es que los socialistas vascos liquiden su pacto con el PP en Euskadi, idéntica condición a la que someterían a los populares para brindarles su apoyo en una hipotética investidura. Más claramente: “Con pacto PSE-PP, no apoyaremos a Zapatero ni a Rajoy”, en palabras de Urkullu. El PNV baila, sí, pero a un precio teóricamente inasumible. O explicado de otra forma: si el PP sigue apoyando al PSOE en el País Vasco, Zapatero podría verse obligado a adelantar las elecciones y a entregar, a tenor de las encuestas, el Gobierno a Rajoy, que aún se sigue pellizcando el brazo para demostrarse que no está soñando.

Existen, sin embargo, algunas circunstancias que podrían variar el final de la historia. La más obvia es una declaración de tregua por parte de ETA, tarea en la que trabaja denodadamente la izquierda abertzale para conseguir estar presente en las próximas elecciones municipales. Su intención, tal y como se informaba este pasado jueves en el diario El País, sería que ETA secundara su estrategia con una declaración de cese de la violencia y, de no conseguirlo, marcar distancias definitivas con una apuesta por las vías políticas y pacíficas. Todos los observadores apuntan a que la tregua es inminente.

De producirse dicha declaración, no faltarían en el PP quienes vinieran a dar la razón a Mayor Oreja, cuya única tarea en la vida es demostrar que el Gobierno no ha dejado de negociar con ETA. Según su hipótesis, presentar las detenciones que han puesto a los terroristas contra las cuerdas como prueba de que no se negocia con ellos es una de las grandes mentiras del proceso. Curiosamente, en el PNV, que son vascos pero no tontos, han simulado dar crédito a las teorías del ex ministro, porque el hecho de que esa idea se extendiera en el PP no podría sino beneficiarles.

¿La razón? Si el PP concluye que el Gobierno ha negociado con ETA, el pacto con los socialistas en Euskadi tendría los días contados. Ello lógicamente abriría al PNV las puertas del Gobierno vasco y, de rebote, facilitaría su apoyo en Madrid a los Presupuestos de Zapatero, que vería aflojado inesperadamente el nudo de la soga que lleva al cuello.

Rajoy estaría ante una disyuntiva crucial. O se coloca junto al Gobierno y aborda con inteligencia el que podría ser el final del terrorismo o se sitúa frente a él y da pábulo a las especulaciones del eurodiputado. O mantiene su apoyo a Patxi López en el País Vasco, obliga al PNV a dejar a Zapatero solo en la pista de baile  y fuerza con ello el anticipo de las elecciones generales, o deja caer a López en brazos del PNV y da oxígeno a Zapatero para que acabe la legislatura. La solución, en próximos capítulos.

Entre los socialistas inmunes al optimismo se ha instalado la creencia de que Zapatero no llegará al tatis, que es expresión antigua que hace referencia a ese final de la misa en latín en la que el sacerdote, leyendo varios versículos del evangelio de San Juan, concluye con un “plenum gratiae et veritatis”. El presidente está solo y no hay nadie en el espejo, que diría Borges, porque hasta su antiguo yo le ha abandonado como un desodorante barato. Al nuevo Zapatero, convertido a la fe de los mercados en su papel de apóstol del ajuste y de las reformas, le gustaría bailar con alguien el tango de la crisis pero no encuentra pareja, mientras Sam la toca una y otra vez. El temor es que la música deje de sonar en la negociación de los Presupuestos, ya sea porque el piano reviente o porque sus antiguos socios ignoren el cartel que prohíbe disparar al pianista.