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El náufrago de la Moncloa
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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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El náufrago de la Moncloa

Otra cosa no tendrá, pero entre las virtudes de Zapatero ha despuntado su capacidad para la supervivencia. Tildado en otro tiempo de radical inflexible, el devenir

Otra cosa no tendrá, pero entre las virtudes de Zapatero ha despuntado su capacidad para la supervivencia. Tildado en otro tiempo de radical inflexible, el devenir más inmediato le ha descubierto tan cimbreante como un junco mecido por el viento. Su nueva filosofía quedó resumida en la frase que pronunció esta semana desde la tribuna del Congreso: “He cambiado de opinión, sí, pero lo he hecho por las circunstancias, no por las convicciones”. Es una nueva forma de pragmatismo, en el que las ideas permanecen aunque no sean el factor determinante. En resumen, se trata de hacer lo necesario para no caer, sabiendo que sin el huracán de fuerza 5 soplando en la coronilla, el movimiento sería completamente distinto o no existiría.

Maleable por imperiosa necesidad, nuestro Crusoe de la crisis tiende al olvido cuando la tempestad amaina. Es como esos niños traviesos que duermen sin sueños y al día siguiente no recuerdan por qué fueron castigados y apartan de su mente el propósito de enmienda. Lo imprescindible se torna accesorio. Esto es lo que ha ocurrido con el cambio de Gobierno que todo el mundo daba por hecho, incluido él mismo, y que con el sol enmarcado en algo parecido al arco iris ha dejado de ser prioritario.

Robinson reunía a sus tres Viernes en Moncloa para explicarles la penúltima de sus decisiones, que implicaba que ninguno de ellos, vicepresidentes por su gracia, tendría que hacer la mudanza y abandonar la isla. La anterior, justamente la contraria, ya estaba siendo manejada como hipótesis cierta por el PP. Uno de sus dirigentes, muy próximo a Rajoy, revelaba privadamente este martes que habían tenido conocimiento de los trabajos de Rubalcaba en esta dirección: “Ha estado llamando a algunas personas para pedirles opinión sobre el Gobierno y ver cuál era su disponibilidad para formar parte del mismo”.

Las quinielas habían contemplado todas las posibilidades, desde la entrada en el Ejecutivo de viejas glorias del partido, como Javier Solana o Joaquín Almunia, a la incorporación al mismo de la propia Leire Pajín, cuyas relaciones con José Blanco son manifiestamente mejorables. Precisamente, un presidente autonómico socialista, refiriéndose a quién debía ocupar la cartera de Economía en la nueva etapa, citaba al propio Blanco, ya que, en su opinión, este ministerio exige ser ocupado por un político con formación económica o sin ella, que para eso ya existen los asesores. Como se ve, las especulaciones sobre este asunto constituyen un terreno abonado a los más variados disparates.

Conocida ya la aparente intención de Zapatero de no remodelar el Gabinete, una fuente de Moncloa ofrecía argumentos para apoyar este criterio ante una caña de cerveza. “Zapatero no podía llegar al debate del Estado de la Nación (previsto para los días 14 y 15 de julio) con un nuevo Gobierno, porque eso es tanto como reconocer que todo se ha hecho mal”, explicaba. Por lo visto, reconocer la realidad sigue siendo un pecado.

Zapatero no podía llegar al debate del Estado de la Nación con un nuevo Gobierno, porque eso es reconocer que se ha hecho mal

Desde el PP han empezado a contemplar desde otra perspectiva al náufrago de Moncloa. Parten de que las encuestas han certificado que su capacidad para generar confianza es irrecuperable pero se han hecho a la idea de que superará la prueba de los Presupuestos y no se verá obligado a convocar elecciones inmediatamente. “Apuesto porque agota la legislatura o porque no serán antes de noviembre de 2011”, afirmaba el dirigente popular antes citado. La nueva estrategia opositora parece confirmarlo. Han pasado del no, al no sé y, de ahí, al sí pero. Como apuntaba Rajoy este viernes, ahora están por los pactos de Estado, como el que ya han empezado a negociar sobre el modelo energético. ¿Renunciará el cimbreante Zapatero a su fe antinuclear? Como siga el viento pueden contar con ello.

Junio ha sido un mes clave en la historia del presidente. Tras contemplarse al borde del precipicio, la aprobación del fondo de rescate europeo le llevó al tijeretazo, luego examinado con lupa por parte de Europa, y de ahí a la reforma laboral, en medio de nuevas tensiones sobre la deuda soberana española. Superados en gran medida estos hitos, le queda por coronar la reestructuración financiera y entrar a lo largo de julio en la harina de las pensiones. Manchados de blanco, los que puedan se jubilarán a los 67.  Lástima de convicciones y de circunstancias.

La reforma laboral, endurecida en su trámite parlamentario, puede transformarse en ley antes de agosto, lo que convierte la huelga general de finales de septiembre en un enojoso trámite. “Vamos a intentar retrasarlo todo lo que podamos que no será mucho”, me reconocía Gaspar de Llamazares en los pasillos del Congreso. Sólo la izquierda votó en contra del decreto, aunque Esquerra lo hiciera muy a su pesar. “Nos lo tomamos en serio y fuimos al Ministerio con nuestras propuestas. Las acogieron bien pero no prometieron nada. No tenemos suerte. Da igual que vayamos de responsables o de frikis”, se lamentaba Joan Tardà, diputado de ERC.

En medio de la vorágine y a la búsqueda de un barco aunque fuera pirata, el náufrago ha tenido tiempo para confesarse a Pedro J. Ramírez, quien se ha visto obligado a dar explicaciones dentro de la caverna acerca de esas charlas de café, una “interlocución crítica” mantenida desde “la cordialidad y el aprecio personal”, algo parecido a lo que le llevó al balcón de Carabaña con Aznar y Rato. La gran aportación de las mismas ha sido la revelación de que los líderes europeos se referían al acoso de los mercados como Pearl Harbor. Una victoria más del periodismo de investigación.

Otra cosa no tendrá, pero entre las virtudes de Zapatero ha despuntado su capacidad para la supervivencia. Tildado en otro tiempo de radical inflexible, el devenir más inmediato le ha descubierto tan cimbreante como un junco mecido por el viento. Su nueva filosofía quedó resumida en la frase que pronunció esta semana desde la tribuna del Congreso: “He cambiado de opinión, sí, pero lo he hecho por las circunstancias, no por las convicciones”. Es una nueva forma de pragmatismo, en el que las ideas permanecen aunque no sean el factor determinante. En resumen, se trata de hacer lo necesario para no caer, sabiendo que sin el huracán de fuerza 5 soplando en la coronilla, el movimiento sería completamente distinto o no existiría.