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¿Una reforma estructural urgente? La del Gobierno
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Juan Carlos Escudier

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¿Una reforma estructural urgente? La del Gobierno

Por mucho que la vicepresidenta Fernández de la Vega repita machaconamente que el Gobierno es una maquinaria engrasadísima que trabaja para el país de sol a

Por mucho que la vicepresidenta Fernández de la Vega repita machaconamente que el Gobierno es una maquinaria engrasadísima que trabaja para el país de sol a sol e, incluso, hace horas extras, lo cierto es que la remodelación del Ejecutivo es hoy una urgencia nacional cuyo desenlace se ha demorado más de lo aconsejable. El retraso tiene mucho que ver con cuestiones internas de los socialistas, pendientes del insensato proceso de primarias en Madrid, una ruleta rusa con la que Zapatero juega a pegarse un tiro en el pie, y de las elecciones en Cataluña, donde puede preverse que el desalojo de Montilla de la Generalitat desatará una lucha por el poder en el PSC, asunto sobre el que Ferraz tiene mucho que decir y figuras que colocar.

En el caso de las primarias, el presidente del Gobierno no puede alegar ignorancia porque fue el propio Tomás Gómez quien, en su tumultuosa reunión en Moncloa del pasado mes de agosto, le advirtió que se metía en un jardín lleno de enredaderas del que podía salir, como poco, muy despeinado. Para entonces, Zapatero ya estaba pisoteando los parterres. Por si no tenía poco con sacar adelante la reforma laboral, afrontar la huelga general del día 29, negociar los Presupuestos y enfadar más a su hinchada con recortes en el sistema de pensiones, decidió enfangarse en una absurda batalla interna, creyendo que Gómez rendiría el fuerte antes de que sonaran las trompetas.

Ese fue su segundo error. El primero, según afirman ahora algunos dirigentes del partido que juzgan muy factible la derrota de Trinidad Jiménez, consistió en permitir las primarias y no imponer directamente al candidato, algo para lo que le facultan los estatutos del partido. “Mejor una vez rojo que ciento amarillo”, aseguran. Desde entonces se han sucedido los desatinos, comenzando por el despliegue artillero que sobre el de Parla tendieron los pesos pesados del Ejecutivo, pasando por distintas maniobras de guerra sucia. No sólo se ha acusado a Gómez de ser el candidato de la derecha o se ha tratado de retorcer las normas para facilitar el voto de cientos de sus expedientados, sino que también se ha advertido a algunos cuadros socialistas sobre los riesgos que representaba para su continuidad laboral en la Administración dar su apoyo al líder del PSM.

Del nerviosismo que se ha apoderado del llamado “tándem ganador” da prueba el altercado que protagonizó Jaime Lissavetzky en una reunión con los secretarios generales de las agrupaciones socialistas de la capital. Obligado también a las primarias después de que dos militantes decidieran competir contra él, el secretario de Estado para el Deporte invitó a cenar el pasado 7 de septiembre a los 21 dirigentes de estas agrupaciones. Los incidentes surgieron cuando, además de los avales a su candidatura, les solicitó su apoyo a Trinidad Jiménez. Como quiera que una amplia mayoría de los allí reunidos le dijeran que nones, Lissavetzky se encendió y terminó por abandonar precipitadamente la cena con cajas destempladas, esto es, a grito pelado.

No sólo se ha acusado a Gómez de ser el candidato de la derecha, sino que también se ha advertido a algunos cuadros socialistas sobre los riesgos que representaba para su continuidad laboral dar su apoyo al líder del PSM

Inspirado por sus colaboradores o por alguna brisa de sentido común, Zapatero se ha visto obligado a manifestar su neutralidad en un proceso en el que se juega su propio prestigio. Obviamente, no ha convencido a nadie. Cuenta con que Gómez tenga hechas las maletas por si pierde, pero una hipotética derrota de Trinidad Jiménez sería la suya y no faltará quien haga ver que al presidente le ha dado la espalda su propio partido. No es descartable que este desenlace tenga consecuencias más adelante, cuando la margarita que deshoja para anunciar si opta o no a la reelección en 2012 pierda todos sus pétalos.

“No hay que haber estudiado en Harvard para predecir que la crisis de Gobierno será en octubre”, afirmaba un miembro de la Ejecutiva socialista. Y así será una vez despejada la incógnita de si Jiménez se va o se queda -las elecciones son el próximo día 3- y amortizado el puesto del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, al que se envía a poner una tirita en la hemorragia del PSC después de pasar la penitencia de la huelga general. Si las especulaciones se confirman, su sustituto sería el actual secretario de Estado para la Seguridad Social, Octavio Granado, al que sus compañeros no paran de repetirle privadamente que se le ha puesto cara de ministro. A estas dos bajas, al menos una segura, habrán de sumarse otras de mayor alcance, si lo que se pretende es dotar de impulso a un Gabinete tan deshilachado como las nubes después de una tormenta.

La remodelación, por tanto, no debería ser cosmética, pero con Zapatero no se puede estar seguro de nada. Algunos datos inducen a pensar que se llevará por delante a la propia vicepresidenta primera, a la que se habría reservado plaza entre los miembros permanentes del Consejo de Estado, un puesto bien remunerado y para toda la vida. Esta sería la razón por la que la vacante dejada en julio por el hasta entonces responsable de la sección VII, Miguel Vizcaíno, un general auditor de 96 años que llegó a la casa en tiempos de Franco, sigue sin ser cubierta.

Además de aligerar la propia estructura del Gabinete, alguno de cuyos integrantes no sólo predicen su liquidación por fin de temporada sino también la defunción de su propio ministerio -tal podría ser el caso de los de Vivienda y Ciencia y Tecnología-, la crisis de gobierno habría de permitir la entrada de figuras de mayor relieve y con cierta autoridad en el área económica con las que intentar remontar el vuelo de unas encuestas que aproximan cada día más al PP a la mayoría absoluta.

El encaje final de las piezas servirá, sobre todo, para visualizar la nueva jerarquía tanto en el Gobierno como en el partido, donde la sucesión no termina de descartarse. A medida que Rubalcaba y Blanco han ido ganando peso en el consejo de ministros, han cesado las cábalas acerca del delfinato de la titular de Defensa Carme Chacón, cuya presencia en Cataluña empieza a ser reclamada tanto para sustituir en las listas de las municipales al alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, como para relevar al propio Montilla.

El país está a la espera de que los problemas de los socialistas se decanten y Zapatero resuelva el sudoku. El presidente tiene desaparecida o en silencio a la mitad de su Gobierno, hasta el punto de que muchos de estos evanescentes ministros podrían irse de cañas sin que nadie les reconociera. Ni se sabe qué hacen ni a qué dedican el tiempo libre.

Por mucho que la vicepresidenta Fernández de la Vega repita machaconamente que el Gobierno es una maquinaria engrasadísima que trabaja para el país de sol a sol e, incluso, hace horas extras, lo cierto es que la remodelación del Ejecutivo es hoy una urgencia nacional cuyo desenlace se ha demorado más de lo aconsejable. El retraso tiene mucho que ver con cuestiones internas de los socialistas, pendientes del insensato proceso de primarias en Madrid, una ruleta rusa con la que Zapatero juega a pegarse un tiro en el pie, y de las elecciones en Cataluña, donde puede preverse que el desalojo de Montilla de la Generalitat desatará una lucha por el poder en el PSC, asunto sobre el que Ferraz tiene mucho que decir y figuras que colocar.

Tomás Gómez