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Exclusiva: el 29-S hubo huelguistas
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Juan Carlos Escudier

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Exclusiva: el 29-S hubo huelguistas

No se creerá pero el 29-S hubo trabajadores que decidieron hacer huelga para defender sus derechos. No secundaron el paro engañados por los sindicatos, ni forzados

No se creerá pero el 29-S hubo trabajadores que decidieron hacer huelga para defender sus derechos. No secundaron el paro engañados por los sindicatos, ni forzados por los piquetes. No eran radicales sectarios ni antisistema con capucha, ni siquiera liberados de UGT o de CCOO. Era gente normal, de la que se toma el café con churros por la mañana, discute de fútbol porque lo de la política está imposible, lleva a los niños al cine cuando se estrena la última de Disney y se considera afortunado porque aún pueden pagar la hipoteca y ayudar a la familia de su hermano que está en el paro.

Son tipos corrientes cuyo número no se mide en las estadísticas de Red Eléctrica. En su mayoría trabajan en alguna de esas pequeñas empresas que no llegan a los diez empleados –el 95% de todas las empresas del país-, donde comunicar al jefe que al día siguiente no irían al tajo porque pensaban ejercitar su derecho constitucional a la huelga resultó algo muy parecido a una heroicidad. Muchas de esas personas, con contrato temporal y sueldos raquíticos, entregaron un día de su salario y se arriesgaron a sufrir represalias por su insolencia. Esas personas, como digo, se merecen un respeto.

Habrá quien les llame locos por sumarse a una causa cuyo fracaso estaba escrito en los grandes titulares de unos medios que practican con gran éxito ese nuevo periodismo llamado de anticipación. Aún así, este pasado miércoles decidieron no enfundarse el mono, ni abrir la tienda, ni rellenar los albaranes que quedaron pendientes del día anterior porque no les gusta lo que hace el Gobierno y, sobre todo, aborrecen lo que está pasando en este país desde que la crisis se acomodó en los salones de estar de sus viviendas y se apropió, además, del mando a distancia de la televisión.

Hablamos de ciudadanos que fueron a la huelga por perplejidad, porque no alcanzaban a entender cómo ha cambiado un cuento en el que los malos empezaron siendo los especuladores financieros y los bancos -si es que caben matices entre ambos- y que, a medida que pasaban las páginas, esos tiburones con trajes de Ermenegildo Zegna acabaron transformados en víctimas de unos desalmados mileuristas que se empeñaron en vivir por encima de sus posibilidades cuando se compraron a crédito un Seat Ibiza.

Hablamos de ciudadanos que fueron a la huelga por perplejidad, porque no entendían cómo ha cambiado un cuento en el que los malos empezaron siendo los especuladores financieros y los bancos

No entendían, por ejemplo, por qué la primera factura de la crisis la tuvieron que pagar los funcionarios, que ya no encajan en el retrato de aquellos señores de manguito y alzacuellos que dibujó Larra, sino que son bomberos, médicos, jardineros, policías o profesores, a los que nadie pagó una extraordinaria cuando aquí se ataban los perros con longanizas. Ni que, además de meterles la mano en la cartera, hubiera quien se empeñara en someter a escarnio a los empleados públicos, presentándoles como parásitos de un Estado que lo mejor que podía hacer con ellos era darles el finiquito.

No comprendían tampoco que se congelaran las pensiones para recaudar lo que se había despreciado antes eliminando el Impuesto del Patrimonio, ni que se pusiera en tela de juicio el Estado del bienestar, ni que se culpabilizara a los parados de incrementar el déficit con los subsidios con los que comen ellos y sus familias, ni que los ricos pagaran ahora menos impuestos que con Aznar. A esas alturas, la verdad, es que ya apenas entendían nada.

A toda esa gente le importaba en realidad muy poco que los sindicatos tuvieran o no que salvar la cara convocando una huelga general. A quienes llevaban veinte años trabajando en una misma empresa lo que les preocupaba es que, con la reforma laboral, pudieran ser despedidos por cuatro perras y reemplazados por otros más sumisos y peor pagados. Y se plantaron el día 29 mientras se preguntaban cómo era posible que en un país con un tercio de trabajadores temporales y que en dos años había enviado al paro a más de dos millones de personas la gran preocupación fuera la de despedir barato a los fijos.

Sabían que, aunque otros no hubieran hecho la huelga, ellos no eran los únicos que habían decidido quedarse en casa, no llevar a los niños al colegio y manifestarse por la tarde por el centro de su ciudad. Por eso, se sorprendieron al ver los periódicos del día siguiente en los que se hablaba de fracaso general. Y los que chapurreaban inglés fueron a The Wall Street Journal y leyeron esto: “Gran parte del país paralizado”. Y los que se defendían mejor en francés creyeron entender que Le Monde titulaba “España, al ralentí”. Entonces pensaron que, quizás, tendrían que volver a escuchar la BBC para enterarse de lo que pasaba a su alrededor, como se hacía en otros tiempos.

Todos esos españoles, que para muchos medios de su propio país no existen, se sobrepusieron al miedo que les provoca una crisis que puede acabar con sus sueños de una vivienda digna o de llevar a los niños a la universidad. Dieron un paso al frente  para decir basta a un Gobierno que trata de transmitir confianza a los mercados mientras extiende la desconfianza entre su propia población. Ellos hicieron huelga; yo, también.

No se creerá pero el 29-S hubo trabajadores que decidieron hacer huelga para defender sus derechos. No secundaron el paro engañados por los sindicatos, ni forzados por los piquetes. No eran radicales sectarios ni antisistema con capucha, ni siquiera liberados de UGT o de CCOO. Era gente normal, de la que se toma el café con churros por la mañana, discute de fútbol porque lo de la política está imposible, lleva a los niños al cine cuando se estrena la última de Disney y se considera afortunado porque aún pueden pagar la hipoteca y ayudar a la familia de su hermano que está en el paro.

Sindicatos Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA)