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Hay partido, para desesperación del PP
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Juan Carlos Escudier

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Hay partido, para desesperación del PP

Influido por unas encuestas favorables y por ese ambiente a suicidio colectivo que se respiraba entre los socialistas, el PP había empezado a creer que la

Influido por unas encuestas favorables y por ese ambiente a suicidio colectivo que se respiraba entre los socialistas, el PP había empezado a creer que la suerte estaba echada y que bastaba con tumbarse a la bartola para que el poder le cayera por la chimenea sin mover una pestaña. Los más optimistas, al estilo de Zapatero pero en versión liberal o democratacristiana, pensaban incluso que el reloj se adelantaría año y medio y que el Gobierno se vería forzado a anticipar las elecciones, ignorantes de aquello que decía Nervo de que la mayor parte de los fracasos suceden por pretender acelerar la hora de los éxitos.

Ello explicaría la sorpresa que ha causado entre los populares la remodelación del Ejecutivo y su airada reacción ante el pacto presupuestario suscrito por el PSOE con Coalición Canaria, su socio en el archipiélago, que no ha hecho nada distinto a lo que había venido practicando en años anteriores, esto es, sacar tajada de los que mandan en Madrid sean tirios o troyanos. Ambas maniobras, unidas a la alianza con el PNV, que sigue a setas y a rolex con independencia de quien controle el BOE, deberían haber sido descontadas por el principal partido de la oposición, del que se espera algo más que pedir al árbitro que pite el final del partido al inicio del segundo tiempo.

Es muy pronto para juzgar al nuevo Gobierno, aunque desde el propio PP ya se han filtrado, gracias a la indiscreción de los micrófonos, valoraciones muy positivas, lo que induce a pensar que su estrategia de inmovilismo habrá de ser sometida a una profunda revisión. Resulta cuando menos insólito que el consejo que sus asesores han dado a Rajoy sea que procure pasar desapercibido, ya que, al parecer, el líder del PP gana mucho cuando no sale del despacho, y se presume que está más guapo callado o dormido, que viene a ser lo mismo.

Pese a los antecedentes de todos conocidos, la derecha mantiene una testaruda inclinación a considerar que Zapatero es un tonto de capirote, de ahí que suela tener la guardia bajada cuando el “bobo solemne”, que diría Rajoy, mete sus ganchos a la mandíbula. Su última estratagema al presentar a Rubalcaba como un presidente bis o como un ministro plenipotenciario con marchamo de sucesor es un uppercut de libro, y coloca a los populares en una tesitura muy complicada. En este nuevo escenario, el presidente renuncia a que la recuperación electoral del PSOE derive de una mejora de la situación económica y confía el milagro al juego de la política, donde el Fouché de los socialistas es cinturón negro octavo dan.

La derecha mantiene una testaruda inclinación a considerar que Zapatero es un tonto de capirote, de ahí que suela tener la guardia bajada

A diferencia de De la Vega, que como este humilde juntaletras adelantó en el mes de agosto se encamina hacia una beca perpetua en el Consejo de Estado, la misión de Rubalcaba como vicepresidente no será apagar fuegos sino crear incendios pavorosos en las filas de sus adversarios, algo para lo que cuenta con aptitudes más que notables y con suficientes reservas de gasolina. Lo decía esta semana privadamente el director de comunicación de una conocida multinacional española: no existen antecedentes en ninguna democracia del mundo de que un ministro del Interior sea, a la vez, el vocero del Gobierno. ¿Acaso no temblarían los republicanos si el director de la CIA ejerciera de portavoz de la Casa Blanca?

El riesgo sería mínimo si a estas alturas de la película supiéramos cuál es la posición del PP en los grandes debates nacionales, fundamentalmente económicos, pero la discreción de los populares en estos asuntos es proverbial. ¿Alguien conoce en realidad cuáles son las reformas estructurales que haría Rajoy, qué gastos superfluos suprimiría o qué cambios introduciría en el sistema de pensiones, por citar sólo algunos ejemplos? Como en algún otro lugar he citado, si por algo se ha distinguido Rajoy es por limitarse a ser un alumno aventajado del Instituto Pierre Menard, la novela de Roberto Moretti ambientada en un colegio en el que se enseñaba a decir que no a más de mil propuestas, algunas de ellas irresistibles. Nada se espera de él, salvo su rechazo tajante.

De lo anterior no cabe deducir que los socialistas hayan ni de lejos equilibrado la partida, que sigue como esos viejos problemas de ajedrez que anunciaban el mate en tres jugadas. Pero han movido ficha, para desconcierto de sus contrincantes, que ya celebraban su victoria con champán francés, y lo habrían hecho con cava si sus escarceos con CiU se hubieran concretado ya en desenfrenado ayuntamiento carnal.

La irrupción de Rubalcaba como hombre fuerte del Ejecutivo y potencial delfín tiene otras derivadas para el PP, que contaba con que el rival electoral de Rajoy sería un Zapatero, desacreditado ante la opinión pública y antes sus potenciales votantes. La sola posibilidad de que sea otro el candidato, una incógnita que ahora sí tiene sentido no despejar, podría servir para movilizar a parte del electorado que ha dado la espalda al PSOE y del que se nutre la distancia que los populares mantienen en las encuestas. Súmese a esto los réditos que ofrecería un eventual final del terrorismo de ETA, del que cada día se está más cerca, y una leve mejoría de la situación económica, especialmente del desempleo, y se confirmaría que, para desesperación del PP, aún hay partido por disputar.

El PSOE tiene ante sí pruebas durísimas tanto en las elecciones catalanas de noviembre como en las municipales y autonómicas de mayo, donde las previsiones apuntan a un varapalo histórico. Lo que ha cambiado desde este pasado miércoles, cuando se conoció el nuevo Gobierno, es su actitud. Ahí residen sus esperanzas, que serían muy escasas si el PP dejará de limitarse a recoger el descontento y, sin que sirva de precedente, tratará de encantar con sus alternativas. Ni Zapatero está muerto ni es de esperar que el PP haga el canelo cuando tiene todo a su favor, aunque ninguna de las dos cosas son descartables, tal es el nivel de esta política nuestra de cada día.

Influido por unas encuestas favorables y por ese ambiente a suicidio colectivo que se respiraba entre los socialistas, el PP había empezado a creer que la suerte estaba echada y que bastaba con tumbarse a la bartola para que el poder le cayera por la chimenea sin mover una pestaña. Los más optimistas, al estilo de Zapatero pero en versión liberal o democratacristiana, pensaban incluso que el reloj se adelantaría año y medio y que el Gobierno se vería forzado a anticipar las elecciones, ignorantes de aquello que decía Nervo de que la mayor parte de los fracasos suceden por pretender acelerar la hora de los éxitos.