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¿A quién puede molestar la expectativa de acabar con ETA?
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Juan Carlos Escudier

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¿A quién puede molestar la expectativa de acabar con ETA?

Debe de tratarse de algún tipo de alergia a las buenas noticias que, en vez de irritar los ojos, irrita a secas y les pone de

Debe de tratarse de algún tipo de alergia a las buenas noticias que, en vez de irritar los ojos, irrita a secas y les pone de muy mala leche. Es lo único que explicaría algunas de las reacciones que viene suscitando las expectativas sobre el final de ETA, una posibilidad que por primera vez en lo que llevamos de democracia es real y no un simple deseo. Puede que sea pronto para echar las campanas al vuelo, pero tampoco hay por qué reprimir una cierta satisfacción colectiva, si es que esa maldita alergia de los que ven negociaciones por todas partes les deja respirar tranquilos. A falta de un guión escrito, pueden surgir las dudas sobre cómo será el último capítulo de la banda, pero se antoja imprescindible que andemos precavidos, no vaya a ser que un día de éstos decidan entregar las armas y no haya nadie allí para recogerlas.

La estrategia que está conduciendo a la derrota de ETA ha combinado con acierto dos elementos: de un lado, una eficacísima acción de la Policía, en la que ha sido determinante la cooperación internacional; de otro, el estrecho cerco legal levantado en torno a Batasuna, con el que se ha querido impedir que intente travestirse de lagarterana para acudir a las urnas. La última manifestación de este asedio ha sido el reciente acuerdo para modificar la ley electoral y la de Partidos, contra la que ya no caben objeciones –algunas de ellas expresadas por el que suscribe- tras ser validada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. La nueva regulación ha introducido tanto la incompatibilidad sobrevenida para los concejales de formaciones que sean ilegalizadas tras las elecciones, como la opción de anular las listas de un partido legal que hubieran sido contaminadas por candidatos procedentes de organizaciones ilegales. Con ello se abortaba la vía abierta por Eusko Alkartasuna.

Debe de tratarse de algún tipo de alergia a las buenas noticias que, en vez de irritar los ojos, irrita a secas y les pone de muy mala leche. Es lo único que explicaría algunas de las reacciones que viene suscitando las expectativas sobre el final de ETA, una posibilidad que por primera vez en lo que llevamos de democracia es real y no un simple deseo. Puede que sea pronto para echar las campanas al vuelo, pero tampoco hay por qué reprimir una cierta satisfacción colectiva, si es que esa maldita alergia de los que ven negociaciones por todas partes les deja respirar tranquilos. A falta de un guión escrito, pueden surgir las dudas sobre cómo será el último capítulo de la banda, pero se antoja imprescindible que andemos precavidos, no vaya a ser que un día de éstos decidan entregar las armas y no haya nadie allí para recogerlas.

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