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Cablegate: del servilismo de Zapatero a Aznar, el salvapatrias
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Juan Carlos Escudier

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Cablegate: del servilismo de Zapatero a Aznar, el salvapatrias

A medida que se suceden las entregas sobre las comunicaciones confidenciales de la diplomacia de Estados Unidos filtradas por Wikileaks, se va confirmando que el trabajo

A medida que se suceden las entregas sobre las comunicaciones confidenciales de la diplomacia de Estados Unidos filtradas por Wikileaks, se va confirmando que el trabajo de embajada no está pagado, ya que no puede ir uno a tomar una ración de pulpo al bar de la esquina sin verse obligado a redactar un memorando sobre la pesca del cefalópodo. Salvo excepciones, lo que los documentos demuestran es que el servicio exterior norteamericano funciona aceptablemente porque sus funcionarios hacen exactamente lo que se espera de ellos: recopilar información y defender los intereses del país. Se puede tener un embajador para ofrecer recepciones fastuosas o lucir palmito pero parece razonable que sea la vista y el oído de su Gobierno, ya que lo del tacto se le supone.

Por lo general, los cables no dejan mal a los diplomáticos sino a sus interlocutores. Existen algunos especialmente tronchantes como el que describe la propuesta surrealista del rey Abdalá de Arabia Saudí de implantar chips a presos liberados de Guantánamo para tenerles localizados por bluetooth como se hace con los caballos y los halcones, y la sardónica respuesta de John Brennan, el consejero antiterrorista de Obama: “Los caballos no tienen buenos abogados”. Los que hacen referencia a España no son ninguna excepción, en la medida que los altos funcionarios citados, incluidos miembros del Gobierno, reflejan el mismo espíritu servil que demostraría un palafrenero por complacer al señor del caballo.

De los casos que hemos conocido hasta el momento, resulta especialmente sangrante el comportamiento del Ejecutivo socialista respecto del asesinato de José Couso, ya que los precedentes eran clamorosos: a los mismos que pedían desde la oposición una investigación internacional sobre el ataque al hotel Palestina se les retrata maniobrando para que la Justicia diese carpetazo a la causa contra tres militares estadounidenses, como finalmente sucedió.

La vergüenza ajena que se siente por el comportamiento del gremio de fiscales, empezando por Conde Pumpido, no es menor que la que inspira la entonces vicepresidenta Fernández de la Vega o el titular de Justicia Juan Fernando López Aguilar. Este último ha aclarado que los cables no merecen credibilidad ya que se trata de “informes que los funcionarios de las embajadas remiten a sus superiores donde dan cuentan de sus gestiones con la versión que a ellos mismo les interesan, para quedar bien y para hacer ver que están cumpliendo las órdenes que tienen sobre su propia agenda de intereses”. Sin quitarle la razón, cabría preguntarle por qué su Gobierno no hizo ninguna condena pública de estos hechos como insistentemente exigía a Aznar antes de su llegada al poder.

Si acaso, lo más revelador de los telegramas es la intensa actividad que muestra la legación estadounidense en relación al PP. Por la embajada o por el embajador pasa hasta el conserje de Génova para reportar novedades

Por lo general, los informes relativos a España no hacen sino ratificar lo que era de público conocimiento, esto es, la intención de las autoridades españoles de congraciarse a cualquier precio con la superpotencia después de la afrenta que supuso la retirada de las tropas de Irak. Dicho precio incluía la acogida de un puñado de presos de Guantánamo, que por lo que hemos sabido ahora vinieron con un pan de 85.000 dólares debajo del brazo, o hacer la vista gorda a los vuelos de la CIA con sospechosos de terrorismo, utilizando como base principal el aeropuerto de Palma de Mallorca. Ni una palabra más alta que otro se escuchó decir sobre este último asunto al Gobierno de Zapatero, mientras Alemania exigía explicaciones y la Administración Bush le ofrecía sus disculpas después de haber secuestrado y enviado a una cárcel de Kabul a uno de sus ciudadanos.

Ninguna sorpresa hay, por tanto, en estas revelaciones, como tampoco las hay en las referidas a Aznar, al que su arrogante megalomanía empujaba a revelarse ante el embajador estadounidense como un perfecto salvapatrias: “Si veo a España desesperada, quizá tendría que volver a la política”. Los telegramas confidenciales de la embajada se limitan a poner negro sobre blanco lo ya conocido a esas alturas de 2007: que a Aznar no le entusiasmaba Rajoy, lo cual era evidente hasta para el gallego; que el ex presidente vivía como una obsesión el ya famoso “España se rompe”; o que una cosa era lo que decía en público sobre la rendición ante ETA y otra su reconocimiento en privado de que el Gobierno jamás aceptaría la autodeterminación de Euskadi.

Si acaso, lo más revelador de los telegramas es la intensa actividad que muestra la legación estadounidense en relación al PP. Por la embajada o por el embajador pasa hasta el conserje de Génova para reportar novedades. Lo hace Rajoy en varias ocasiones, claro, pero también Gallardón, quien, por cierto, se muestra más fiel que ambicioso. Pero también acuden personajes de segundo nivel como Ana Pastor, Jorge Moragas o Gustavo de Arístegui, muy crítico por entonces - por después de la derrota electoral de 2008- con el líder del partido. Y llama la atención el lenguaje desapasionado de los cables, casi periodístico.

Las filtraciones de estos documentos producirán sonrojo en muchos de los mencionados pero no deberían tener mayores repercusiones en Estados Unidos. Lo explicaba José Ignacio Torreblanca este viernes en El País con una frase del secretario de Estado de Defensa, Rober Gates: “Los gobiernos del mundo no tratan con nosotros porque que les gustemos, ni tampoco porque confíen en nosotros; ni siquiera porque crean que somos capaces de guardar un secreto (…). Unos gobiernos tratan con nosotros porque nos temen, otros porque nos respetan, pero la mayoría lo hace porque nos necesitan”. Con toda su carga cínica, es un resumen perfecto.

A medida que se suceden las entregas sobre las comunicaciones confidenciales de la diplomacia de Estados Unidos filtradas por Wikileaks, se va confirmando que el trabajo de embajada no está pagado, ya que no puede ir uno a tomar una ración de pulpo al bar de la esquina sin verse obligado a redactar un memorando sobre la pesca del cefalópodo. Salvo excepciones, lo que los documentos demuestran es que el servicio exterior norteamericano funciona aceptablemente porque sus funcionarios hacen exactamente lo que se espera de ellos: recopilar información y defender los intereses del país. Se puede tener un embajador para ofrecer recepciones fastuosas o lucir palmito pero parece razonable que sea la vista y el oído de su Gobierno, ya que lo del tacto se le supone.

José Couso