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¿Crispación en EEUU? A Noé le van a hablar de la lluvia
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Juan Carlos Escudier

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¿Crispación en EEUU? A Noé le van a hablar de la lluvia

Como una metáfora perfecta de la congresista Gabrielle Giffords, a la que un perturbado metió una bala en la cabeza después de asesinar a seis personas

Como una metáfora perfecta de la congresista Gabrielle Giffords, a la que un perturbado metió una bala en la cabeza después de asesinar a seis personas y dejar heridas a otras catorce, los estadounidenses han abierto los ojos y han descubierto los riesgos de convertir el debate político en una cacería del adversario. Ésta, sin embargo, es sólo una de las enseñanzas que parece haber dejado la matanza de Tucson, sobre la Obama se elevó con un bello discurso en el que llamaba a recuperar la civilidad y la cordura. La segunda es la confirmación de que la pistola semiautomática Glock 9mm –la misma que utilizó Jared Lee Loughner para su carnicería- funciona de maravilla, de ahí que el modelo haya despertado un notable interés entre quienes, sobre todo en Arizona, llenaron las armerías tras la matanza.

Es obvio que las palabras no matan y que sería una temeridad acusar a Sarah Palin, al Tea Party y a sus altavoces de la Fox de los actos de un tarado. No hay por qué considerar una llamada a violencia que un candidato a la alcaldía de Nueva York como Carl Paladino opine que unos golpes de bate se arreglarían las cosas, ni una incitación la xenofobia que el aspirante al Senado por Alaska Joe Miller abogue por un Muro de Berlín para los inmigrantes, o que refiriéndose al mismo tema, Sonny Thomas, fundador del Tea Party en Ohio, se pregunte en Twitter dónde está su pistola. Como tampoco ha de entenderse que fomenta el racismo que uno de los líderes del partido, Rand Paul, diga que no comparte todos los puntos de la ley de derechos civiles de 1964, ni que Ken Buck, aspirante a senador por Colorado, sostenga que el alcoholismo y la homosexualidad están cortados por el mismo patrón. Ninguno de ellos, por supuesto, sería responsable de que un desequilibrado la emprendiera a tiros contra un grupo de inmigrantes, gays o negros.

Aclarado este punto, no está de más volver la cara hacia el espejo para constatar que la crispación que ha contagiado a Estados Unidos no se diferencia excesivamente de la que tiene aquí parada y fonda desde hace algunos años. Si hasta el momento no hemos tenido que lamentar desgracias es porque a los chiflados, de los que también disponemos en abundancia, les resulta muy difícil armarse hasta los dientes tras escuchar un debate en el Congreso o algunas de las tertulias de radio y de la TDT.

Lo llamativo de esta polarización que se ha transmitido a la ciudadanía con la virulencia de una gripe es que no se sostiene racionalmente, ya que faltan discrepancias de calado en los programas de los dos grandes partidos. Quizás por ello, han radicalizado su discurso de manera tan soez y han obligado a la sociedad a posicionarse a diario en un desquiciante y artificial cara o cruz.

¿Acaso no escuchamos decir a Zapatero lo útil que resultaba para movilizar a su electorado mantener la tensión –es decir la crispación- en la campaña de las pasadas elecciones generales?

La crispación se ha convertido en una simple estrategia electoral que se activa o se relaja según convenga. De la misma forma que el PP dejó de clamar contra la ruptura de España, la aniquilación de la familia o la rendición del Gobierno ante ETA porque consideró que era un lastre para sus expectativas de alcanzar el poder, habrá que suponer que lo consideró beneficioso a esos mismos fines durante los cuatro años que mantuvo su cruzada. ¿Acaso no escuchamos decir a Zapatero lo útil que resultaba para movilizar a su electorado mantener la tensión –es decir la crispación- en la campaña de las pasadas elecciones generales? He ahí la prueba del nueve.

Más allá de los matices, es imposible encontrar entre los dos grandes partidos visiones tan antagónicas que justifiquen el grado de sectarismo con el que han impregnado a la sociedad española. Aunque a veces no lo parezca, tal es el grado de visceralidad de sus ataques, ambos defienden la misma forma de gobierno, idéntico modelo de Estado y opiniones muy semejantes en torno a los grandes asuntos nacionales. Ni siquiera en el tema de la crisis económica, ahora que Zapatero se ha vuelto reformista, resulta fácil distinguir unas propuestas de otras, más de allá de ese empeño en sostener que unos ofrecen confianza y otros inquietud.

Pese a ello, el clima de permanente enfrentamiento ha sembrado un odio perceptible al que piensa de forma diferente, que no por ello ha de ser un facha o un giliprogre, expresiones muy habituales, sin ir más lejos, en los comentarios que recibe esta columna. Por lo general, la gente ignora que gran parte de esos terribles conflictos a los que asiste como espectadora en el Congreso de los Diputados o en esos vociferantes programas televisivos en permanente lucha por la audiencia no dejan de ser dramatizaciones, a cuyo término sus protagonistas comentan lo bien que han estado entre cañas de cerveza.

La crispación es, además, un negocio. A los políticos les proporciona presencia pública y un protagonismo que sólo alcanzarían en sus sueños más placenteros. Analicen, por ejemplo, las declaraciones de este jueves de este ex presidente nuestro tan enfadado llamado Aznar, que sólo llama la atención cuando ficha como consejero de una nueva empresa o cuando despotrica contra Zapatero. Cualquiera que le escuchara afirmar que la situación es límite y que el país no es política ni financieramente viable tendría la tentación de hacer las maletas y salir huyendo. ¿Cómo propone cambiar Aznar este rumbo hacia el desastre que ha convertido a España en un estado marginal? Con un Gobierno del PP. Siendo tan rápido y tan barato conjurar el cataclismo, no deberíamos alarmarnos tanto.

Los beneficios de esta agitación permanente alcanzan también a unos medios de comunicación plácidamente acomodados en las dos trincheras disponibles, cuya función social se reduce a pagar favores políticos a quienes les proporcionaron sus negocios y licencias o a los que les concederán nuevas prebendas cuando lleguen al poder.

El contrario puede estar equivocado pero no por ello es un enemigo al que haya que eliminar después de mentar a su madre. Es legítimo preocuparse por la marcha del país, por el paro, y hasta por el modelo energético, pero acumular bilis por culpa de esta obra de teatro, cuyo reparto es bastante mediocre, sólo conduce a la úlcera de estómago. Por algo parecido, en Estados Unidos un loco se ha puesto a pegar tiros. Si no pueden evitar estar crispados elijan, al menos, la úlcera.

Como una metáfora perfecta de la congresista Gabrielle Giffords, a la que un perturbado metió una bala en la cabeza después de asesinar a seis personas y dejar heridas a otras catorce, los estadounidenses han abierto los ojos y han descubierto los riesgos de convertir el debate político en una cacería del adversario. Ésta, sin embargo, es sólo una de las enseñanzas que parece haber dejado la matanza de Tucson, sobre la Obama se elevó con un bello discurso en el que llamaba a recuperar la civilidad y la cordura. La segunda es la confirmación de que la pistola semiautomática Glock 9mm –la misma que utilizó Jared Lee Loughner para su carnicería- funciona de maravilla, de ahí que el modelo haya despertado un notable interés entre quienes, sobre todo en Arizona, llenaron las armerías tras la matanza.

Sarah Palin