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¿20-N? Por el Rey sabremos cuándo termina la pesadilla
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Juan Carlos Escudier

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¿20-N? Por el Rey sabremos cuándo termina la pesadilla

Quizás la prueba más elocuente de que en el pasado hemos vivido por encima de nuestras posibilidades sea el retraso con el que el Rey inicia

Quizás la prueba más elocuente de que en el pasado hemos vivido por encima de nuestras posibilidades sea el retraso con el que el Rey inicia sus vacaciones en Mallorca, tras unos años en los que nos había acostumbrado a que el mes de agosto comenzara a mediados de julio, en abierta contradicción con el calendario gregoriano. La crisis nos ha devuelto a la realidad del almanaque. Agosto arranca justo al terminar julio y el jefe del Estado ha decidido no sustraerse a una verdad tan notoria. No están los tiempos para exacerbar al respetable con un moreno extemporáneo.

En general, como todo el mundo sabe, incluido el Rey, corren muy malos tiempos para la lírica, y de ahí que una parte de la sociedad se manifieste indignada y otra, aún mayor, esté hasta las narices, que viene a ser lo mismo pero durmiendo en casa y sin que nadie te llame perroflauta, que es el calificativo con el que los defensores de ese orden establecido que siempre les beneficia tildan a quienes tratan de cambiarlo con acciones tan subversivas como pasar la noche al raso y vocear esa otra evidencia de que no hay pan para tanto chorizo.

Dirán que hay muchas razones para esta indignación colectiva, pero si existe una que solivianta especialmente es el cinismo. Hay quien sobrelleva dignamente el paro, la falta de vacaciones, el pedir dinero prestado a la familia para pagar la hipoteca y hasta el desahucio. Lo que no soporta es escuchar en boca de quienes mantienen intacto el peinado, repleta la billetera y dispuesto en la puerta el coche oficial recomendar a los demás que se acostumbren a que las cosas nunca serán igual que antes, como si aquí todo el mundo hubiera atado a los perros con longaniza o tuviera que expiar el pecado de haber intentado ser propietario de un piso de 70 metros cuadrados en las afueras, en plan nuevo rico.

Los pobres no son necesariamente imbéciles ni tienen tragaderas bastantes para comulgar con tantas ruedas de molino. De momento, están que se suben por las paredes y ya veremos si el techo es capaz de contenerles

Dentro de un clima general de cristiana resignación ante lo que sucedía, al común le costó reaccionar. Sin embargo, ha bastado el empeño que algunos pusieron en convertir a las víctimas en culpables para conseguir prender una mecha que avanza lenta pero sin pausa directamente hacia el polvorín. Los pobres no son necesariamente imbéciles ni tienen tragaderas bastantes para comulgar con tantas ruedas de molino. De momento, están que se suben por las paredes y ya veremos si el techo es capaz de contenerles.

Impresiona la falta de pudor. Hace algún tiempo se habría recibido de forma diferente que los ejecutivos de Repsol decidieran duplicarse la soldada, pero hoy es una gota más en el vaso del hartazgo de quienes se racionan la gasolina porque no pueden pagarla. Y es fácil suponer que en los cerca de 1,4 millones de hogares con todos sus miembros en paro no habrá sentado bien que el Estado les niegue una limosna mientras corre en auxilio de la Caja del Mediterráneo con 6.000 millones de euros –la mitad a fondo perdido-, ahora que saben además que la entidad iba tan sobrada de crédito que lo repartía entre su consejeros al 0%.

Se comprende que den ganas de vomitar cuando el consejero delegado del Santander, Alfredo Sáenz, presenta como un generoso servicio a esta España doliente su oferta de conceder tres años de carencia a los hipotecados que se queden sin empleo, cuando no deja de ser una más de sus estrategias para contener la morosidad y seguir ganando dinero. Y como la solidaridad empieza por uno mismo, nada mejor que subir el sueldo un 24% a la alta dirección del banco. No hay reservas suficientes de Primperan para tanta náusea.

Los socialistas, contentísimos con el CIS

De no ser porque nuestros políticos están entretenidos en asuntos de mayor enjundia deberían haber fijado por ley el límite a tanta tomadura de pelo, al estilo del techo de gasto de las administraciones públicas. Eso sí, su comprensión hacia la indignación social es completa. Comprenden incluso que los ciudadanos les vean como uno de los principales problemas del país y, quizás por eso presten más atención a los barómetros del CIS que a la EPA, aunque sólo sea por ver si mejoran en valoración. La inquietud es compartida: a los españoles les preocupa quedarse sin trabajo; a nuestros dirigentes, también.

Los socialistas, por ejemplo, se han puesto contentísimos al comprobar que con Rubalcaba han reducido de 10 a 7 puntos la distancia que les separaba del PP. Ocurre lo mismo con algunos ahogados: se hunden hasta el fondo, se propulsan desde allí con muchas esperanzas y mueren antes de llegar a la superficie. Lo que no se entiende es la extrañeza de los populares por la bajísima valoración de Rajoy, cuando hasta ellos mismos tiene claro el motivo sin necesidad de que nadie se lo explique.

El campo se acaba para las patadas hacia adelante. Se nos dijo que 2010 sería mejor que 2009 y luego que siguiéramos confiados por el túnel ya que en 2011 habría una luz indicando la salida. A estas alturas del año, no hay quien vea tres en un burro aunque se pide paciencia para continuar avanzando hasta 2012, que por allí ha de estar la dichosa bombilla. En tan accidentado viaje, hay quien tiene las piernas llenas de moratones porque la oscuridad es propicia a las caídas y los trompicones.

Quizás la prueba más elocuente de que en el pasado hemos vivido por encima de nuestras posibilidades sea el retraso con el que el Rey inicia sus vacaciones en Mallorca, tras unos años en los que nos había acostumbrado a que el mes de agosto comenzara a mediados de julio, en abierta contradicción con el calendario gregoriano. La crisis nos ha devuelto a la realidad del almanaque. Agosto arranca justo al terminar julio y el jefe del Estado ha decidido no sustraerse a una verdad tan notoria. No están los tiempos para exacerbar al respetable con un moreno extemporáneo.