Sin permiso
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Sánchez, punto y aparte
Lo que más llama la atención del discurso de Sánchez es ese punto y aparte. Sánchez sabe, que a pesar de los llamamientos que ha realizado a sosegar el tono en la política española, los decibelios van a seguir en la zona insoportable del ruido
Todos expectantes, el país 5 días haciendo cábalas sobre si era verdad o no. Sobre si Sánchez estaba realmente al borde del abismo, sobre si el hombre que hizo de la resistencia una forma de entender la política, sucumbía ante los poderes fácticos de este país, ante un lawfare insinuado, ante la fachosfera. Todo apuntaba a que se marchaba. El silencio absoluto, la desazón de un partido en shock y el viaje a la Zarzuela a las 10 de la mañana eran tres indicios de que Sánchez ponía punto y final a su presidencia. Pero no. Sánchez se queda, Sánchez vuelve a batir (casi) todos los augurios sobre Sánchez. Se respira alivio entre las bases socialistas, se escucha un grito de euforia del personal de Moncloa durante su comparecencia. Todo sigue igual.
Estos 5 días han sido los de la especulación; los “sanchólogos” se apresuraban a hacer sus pronósticos sobre qué pasaba por la cabeza del líder. Estas próximas horas serán las de “yo ya lo sabía” era obvio y también las de las recogidas de cable “pues todo apuntaba a lo contrario”. Y a partir de este martes qué; a partir de este martes la cimentación de los bloques, ahora ya no ideológicos, sino de cemento armado. Este movimiento in extremis de Pedro Sánchez personaliza, todavía más, la política española en torno a su figura. Si la oposición quería “sanchismo” a partir de estos 5 días, Sánchez les ha dado lo que querían. No queréis sanchismo, pues toma dos tazas.
Si lo que Sánchez pretendía era una reflexión colectiva sobre la “altura” y los decibelios que ha tomado la vida pública española, mucho me temo, que este gesto lejos de parar toda la maquinaria del fango, la va a poner a trabajar a pleno rendimiento. Aquellos que siempre pensaron que el movimiento de Sánchez era táctico, propio de alguien que busca cambios de guion cada vez que la actualidad mediática no le es propicia, sin duda, ahondaran en este argumento con la misma convicción de que se iba, como apuntaban las crónicas de este lunes por la mañana hasta las 11:30. La oposición política y sus altavoces mediáticos cimentarán el relato del Sánchez superviviente, dará igual si alguna vez consideró realmente la opción de dimitir. Porque en la era de la polarización afectiva, los sentimientos del otro también son deslegitimados.
Lo que más llama la atención del discurso de Sánchez es ese punto y aparte. Sánchez sabe, que a pesar de los llamamientos que ha realizado a sosegar el tono en la política española, los decibelios van a seguir en la zona insoportable del ruido. Y sinceramente, ese punto y parte, hace intuir un cambio en el rumbo de la legislatura, que no puede ser presupuestaria, sino legislativa y quien sabe, con un nuevo gabinete ministerial. No podemos esperar pactos de estado, ni que de la noche a la mañana, el PP reconsidere lo del Consejo General del Poder Judicial; pero Sánchez nunca defrauda la palabra dada y en las próximas semanas podemos esperar un nuevo cambio, una página nueva en la que vuelva a reinventarse.
No se dejen engañar, lo que está en la cabeza de Sánchez solo está en su cabeza, nadie más. Ha demostrado ser un político que hace de la falta de predecibilidad su principal arma. Desconcierta a propios y extraños. Un liderazgo bien particular, según las teorías del comportamiento electoral, la predecibilidad de un líder suele ser una de las cualidades más apreciadas por el electorado. Sánchez ha decido quedarse, a pesar de las críticas, a pesar de la furia de la oposición. Veremos lo que quiere decir “ese punto y a parte”, imposible descifrar. Lo que a buen seguro tendremos en la oposición es un “punto y seguido”.
Todos expectantes, el país 5 días haciendo cábalas sobre si era verdad o no. Sobre si Sánchez estaba realmente al borde del abismo, sobre si el hombre que hizo de la resistencia una forma de entender la política, sucumbía ante los poderes fácticos de este país, ante un lawfare insinuado, ante la fachosfera. Todo apuntaba a que se marchaba. El silencio absoluto, la desazón de un partido en shock y el viaje a la Zarzuela a las 10 de la mañana eran tres indicios de que Sánchez ponía punto y final a su presidencia. Pero no. Sánchez se queda, Sánchez vuelve a batir (casi) todos los augurios sobre Sánchez. Se respira alivio entre las bases socialistas, se escucha un grito de euforia del personal de Moncloa durante su comparecencia. Todo sigue igual.
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