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La moderación ya no gana elecciones
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Verónica Fumanal

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La moderación ya no gana elecciones

Los electorados, bajo el influjo de una ansiedad producida por el no saber qué es lo próximo, se dejan seducir por candidatos contundentes y populistas

Foto: La líder de Agrupación Nacional, Marine Le Pen. (Reuters/Yves Herman)
La líder de Agrupación Nacional, Marine Le Pen. (Reuters/Yves Herman)
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Las teorías clásicas del comportamiento electoral dictan que las elecciones se ganan en el centro, por lo tanto, era habitual que las candidaturas con opciones reales de gobernar moderaran sus discursos y formas para seducir a esas amplias capas menos politizadas e ideologizadas que decidían las elecciones. Sin embargo, el ascenso al poder de candidatos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, Nayib Bukele, Viktor Orbán, Javier Milei pondrían en tela de juicio esa premisa dejando paso a otra bien distinta: las elecciones se ganan desde la radicalidad discursiva y la contundencia en las formas. La primera vuelta de las elecciones francesas lo corrobora. Mi tesis es que en tiempos VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad) los electorados, bajo el influjo de una ansiedad producida por el no saber qué es lo próximo, se dejan seducir por candidatos contundentes y populistas.

Todos los candidatos antes citados han llegado a las presidencias de sus respectivos países, todos ellos se caracterizan por sus contundentes formas de performar un discurso político. Ninguno de ellos ganó desde la moderación de sus planteamientos, sino por gritar, señalar, acusar, difamar y sudar la camiseta en atriles que se convierten en púlpitos desde los cuales dicen sin ningún titubeo quienes son los culpables de la situación nefasta del país y cuál es la sencilla solución, que a nadie se le había ocurrido. Si usted googlea cualquiera de los nombres que he mencionado en el anterior párrafo verán fotografías de personas en actitudes muy agresivas, gestos de indignación y enfado, dientes que no se muestran gracias a sus amplias sonrisas sino a muecas provocadas con los alaridos.

La polarización es el barro en el que estos candidatos chapotean con total desparpajo. No se ahorran un insulto, un exabrupto, una mentira, todo vale para hacer prevalecer sus particulares formas de ver el mundo, que son tan simples como falaces. Desmontar su visión dicotómica de la vida resulta muy difícil para sus rivales políticos. Salir de los marcos que dividen a la sociedad entre buenos y malos, morales e indignos, inocentes y culpables es una tarea que requiere un esfuerzo por parte del espectador/ elector que cuesta tiempo, dinero y ganas, que la mayoría no tienen ni quieren gastar.

Las enormes incertezas sobre qué será lo próximo que nos pase, unido a la complejidad de los hechos y a la ambigüedad de la mayoría de los asuntos controvertidos está relacionado con la emergencia de las fake news que son utilizadas por estos candidatos como armas de destrucción de la moderación y los consensos. El ciudadano ya no sabe a quién creer ni qué pensar. Si la información, si las noticias, ahora también pueden ser desinformación, dónde acudir para saber hacia dónde ir. Y esta sensación es terreno abonado para los candidatos radicales, que ejercen un liderazgo que para muchas personas sirve para distinguir el bien del mal y lo correcto de lo indeseable.

El populismo es la segunda cualidad de este tipo de liderazgos. Los discursos complejos no tienen cabida en la era de la inmediatez, porque el tiempo y la atención son dos recursos escasos que los ciudadanos no estamos dispuestos a derrochar en política. Así, aquellos candidatos que nos simplifican esa complejidad y aportan soluciones rápidas son los que ahora tienen más predicamento. Ante los retos migratorios, unas vallas altas; ante la tecnologización de la economía, nostalgia de los tiempos pasados; ante la diversidad de identidades sexuales, exaltación del matrimonio religioso tradicional; ante el empoderamiento de las mujeres y la lucha feminista, reivindicación de los roles tradicionales de la madre cuidadora; ante la crisis climática, negacionismo y victimización.

Emmanuel Macron ha intentado la última llamada de las supuestas bases moderadas francesas contra Agrupación Nacional (Rassemblement National), el partido de Marine Le Pen, y no ha funcionado. El 33,51% de los electores han votado por un partido que podría dar un vuelco no solo a la séptima economía mundial, sino a la Unión Europea. Si bien es cierto, que la cohabitación entre la presidencia y el primer ministro podría ser la clave de la estrategia de Macron: darles poder para desinflarlos desde las instituciones, sin embargo, esta misma estrategia, al situarlos en el poder, podría acabar con su estigma de radical para siempre. Cuando las instituciones los “institucionalizan”, estos candidatos suelen perder su principal baza electoral. Porque ahora, la moderación ya no gana elecciones, quizás esa es el arma secreta de Macron para proteger a Francia de la presidencia de Marine Le Pen.

Las teorías clásicas del comportamiento electoral dictan que las elecciones se ganan en el centro, por lo tanto, era habitual que las candidaturas con opciones reales de gobernar moderaran sus discursos y formas para seducir a esas amplias capas menos politizadas e ideologizadas que decidían las elecciones. Sin embargo, el ascenso al poder de candidatos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, Nayib Bukele, Viktor Orbán, Javier Milei pondrían en tela de juicio esa premisa dejando paso a otra bien distinta: las elecciones se ganan desde la radicalidad discursiva y la contundencia en las formas. La primera vuelta de las elecciones francesas lo corrobora. Mi tesis es que en tiempos VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad) los electorados, bajo el influjo de una ansiedad producida por el no saber qué es lo próximo, se dejan seducir por candidatos contundentes y populistas.

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