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Combatir el racismo, no copiar su mensaje
Además de diseñar las políticas públicas, es necesario combatir años de discursos racistas con un marco narrativo alternativo que acabe con la xenofobia institucionalizada, sobre todo, por parte de la ultraderecha
Las encuestas cualitativas ya hace años que avisaban de que, en España, igual que en otros países occidentales, la migración y sus múltiples aristas se estaban consolidando como una preocupación de una parte de los españoles. Sobre todo, de aquellos que, sin compartir barrios con ellos y con gran desconocimiento de la situación real, ven amenazado su modo de vida, por mentiras repetidas en prime time. Vox fue la expresión en las urnas de ese malestar social y su institucionalización ha sido un catalizador de tendencias que ha aumentado la presencia en el debate público, siempre desde una perspectiva negativa, del fenómeno migratorio. Pero este debate está tremendamente contaminado por el racismo del partido de Abascal, que ha conseguido imponer un marco tan falaz como cargado de mitos que no se puede, ni debe, combatir desde una perspectiva más amigable de su narrativa, sino con un marco alternativo que dé la batalla real y que afronte con políticas públicas aquellos retos que supone la convivencia entre diferentes y la falta de igualdad de oportunidades.
En los siglos XIX y XX, fueron los españoles los que con una maleta de cartón y más hambre que ganas emigraron a Sudamérica y otros países de Europa (Francia, Bélgica, Alemania). Entre 1860 y 1920 llegaron a EEUU 6 millones de alemanes, 4,75 millones de irlandeses y 4,2 millones de ingleses; por millones también llegaron a Argentina y Brasil cuando en el viejo continente el hambre campaba a sus anchas. Buscaban esperanza, una vida mejor para los suyos. El efecto llamada no consiste, pues, en que en otros países sean "benévolos" o no con los migrantes.
La fuerza del efecto llamada es la riqueza de un país y se mide en posibilidades de empleo; básicamente, es la tasa de crecimiento económico la que llama o deja de llamar a las personas que buscan trabajo. Durante la crisis económica del 2008, en España no solo disminuyeron las personas que intentaron la ruta del Mediterráneo, sino que miles de personas migradas retornaron a sus países de origen porque España no les ofrecía lo que venían a buscar. En estos momentos, la tasa de actividad de las personas migradas es del 78%, mayor que las personas españolas, otro dato que confirma que vienen a trabajar, no a delinquir. Así que, el hecho de que ahora cientos de personas se jueguen la vida para venir a nuestro país significa que España está creciendo y que tiene demanda de puestos de trabajo, y no la declaración de un político.
Cando Vox habla de "inmigrantes" y se refiere a ellos como delincuentes en potencia, no habla de los venezolanos que viven en España y que huyen del chavismo, aunque, objetivamente, sean inmigrantes. Este partido que, ha hecho del odio al diferente un activo electoral se refiere sobre todo a las personas del continente africano, fundamentalmente a los musulmanes, que, aunque también huyan de conflictos políticos, no son merecedores del mismo estatus porque no comparten una cultura religiosa y un idioma, como con los otros no.
Y, justamente, ese es el centro de la polémica: quién merece nuestra solidaridad y quién no, con quién compartimos grupo y quienes no. Porque nadie duda que hay que ser solidarios con personas con las que se comparte una identidad social y no por el mero hecho de ser personas. Digámoslo claro, cuando Vox o Aliança Catalana hablan de migración de forma despectiva, deshumanizada, fundamentalmente, se refieren a personas musulmanas y pobres, porque para el racismo, el migrante rico nunca fue un problema y con el que se comparte una identidad social, tampoco.
Y ahí es donde ahondan en la sarta de bulos contra estos colectivos, como que se llevan todas las ayudas sin acreditación, o como decía Albiol en su infame tuit, "con móvil", "saludables" y con "cuerpo de gym", dispuestos a cometer crímenes. La delincuencia no se correlaciona con el lugar de origen de una persona, sino con su condición socioeconómica. Vale la pena recordar que hay cientos de miles de personas que nacieron en otros lugares fuera de España que están trabajando y perfectamente integrados en nuestro país, de igual manera, que hay una parte de la población española que en situaciones de exclusión social puede cometer robos, hurtos para sobrevivir.
Quien puede hacer una vida plena e independiente no se dedica a ser delincuente
Lo que minimiza la posibilidad de la delincuencia no es que todos hayamos nacido en el mismo lugar, sino que haya igualdad de oportunidades. Pero eso no se consigue hacinando en centros de menores a niños en situación de orfandad, como si fueran poco menos que delincuentes, porque yo les aseguro, que si cogen a niños españoles y les exponen a la misma situación, no saldrán personas de "provecho" ni "respetables". La inversión en políticas públicas es una inversión en seguridad, porque quien puede hacer una vida plena e independiente no se dedica a ser delincuente porque sea de un color de piel determinado. Y para los barrios populares en los que conviven múltiples culturas es imprescindible la inversión en servicios públicos dimensionados a las necesidades reales y políticas de mediación e integración que acaben con los prejuicios que todos tenemos sobre el resto —unos y otros— y que aprendamos a vivir en el respeto al diferente.
Por último, además de las políticas públicas, es necesario combatir años de discursos racistas con un marco narrativo alternativo que acabe con la xenofobia institucionalizada, sobre todo, pero no únicamente, por parte de la ultraderecha. Copiarlo, adecuarlo a un discurso más institucional y menos radicalizado, no funciona; al contrario, lo legitima y lo amplía. Así, los partidos políticos que tradicionalmente habían apartado este debate del pimpampum político no deben caer en la tentación de "tapar los huecos" copiando conceptos.
Es imprescindible abordar el debate con todas sus aristas, asumiendo que la convivencia entre diferentes necesita inversión pública, de igual modo, que la igualdad de oportunidades. Porque mientras en España, y en Europa, sigamos teniendo un nivel de vida muy superior al de los países de origen, la migración seguirá llegando. El hambre o la esperanza de un futuro mejor no se puede frenar con un muro o una devolución. España ha sido, hasta hace nada, un país de migrantes, de personas que no iban a violar a nadie, ni a robar, solo querían trabajar para progresar. Nadie mejor que nosotros, que en casi todas las familias tenemos migrantes, debería saberlo.
Las encuestas cualitativas ya hace años que avisaban de que, en España, igual que en otros países occidentales, la migración y sus múltiples aristas se estaban consolidando como una preocupación de una parte de los españoles. Sobre todo, de aquellos que, sin compartir barrios con ellos y con gran desconocimiento de la situación real, ven amenazado su modo de vida, por mentiras repetidas en prime time. Vox fue la expresión en las urnas de ese malestar social y su institucionalización ha sido un catalizador de tendencias que ha aumentado la presencia en el debate público, siempre desde una perspectiva negativa, del fenómeno migratorio. Pero este debate está tremendamente contaminado por el racismo del partido de Abascal, que ha conseguido imponer un marco tan falaz como cargado de mitos que no se puede, ni debe, combatir desde una perspectiva más amigable de su narrativa, sino con un marco alternativo que dé la batalla real y que afronte con políticas públicas aquellos retos que supone la convivencia entre diferentes y la falta de igualdad de oportunidades.
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