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Bajas flexibles o cómo abonar el mantra del absentismo
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Verónica Fumanal

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Verónica Fumanal

Bajas flexibles o cómo abonar el mantra del absentismo

Introducir, por parte de un gobierno progresista, la propuesta de las bajas flexibles, incluso si es un globo sonda y no se llega a aprobar, resulta reincidir en el mantra del absentismo que de nuevo penaliza a la parte con menos poder de la relación

Foto: La ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz. (Europa Press/Diego Radamés)
La ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz. (Europa Press/Diego Radamés)
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Introducir un tema en la agenda mediática no es una cuestión procedimental, sino una declaración de intenciones que sitúa el marco del debate. La semana pasada, el concepto “bajas laborales flexibles” fue lanzado por la ministra Saiz fuera del marco del diálogo social, como una especie de globo sonda que explotó pinchado por el principal socio de la coalición, Sumar, y por los sindicatos, que rápidamente se desmarcaron de la propuesta. Sin embargo, la CEOE admitió que esta medida podría llegar a discutirse. El PP ha preferido no pronunciarse, porque no quieren darle ni una concesión al PSOE.

Sorprende que el PP quiera ampliar las bajas por paternidad y maternidad, al mismo tiempo que el PSOE se abra a proponer unas bajas laborales flexibles que, sobre el papel, solo son aceptables para la patronal. ¿Por qué? Porque refuerzan una creencia, un estereotipo promovido desde los ámbitos empresariales, basado en que en España se cogen bajas laborales con mucha laxitud y que esas bajas suelen durar más de lo que sería necesario para el trabajador, es decir, la narrativa del “absentismo”.

En España, un trabajador o trabajadora no puede cogerse la baja, como popularmente se habla. Una baja es concedida por un médico cualificado para tal efecto que puede ser del sistema público de salud o de una mutua, si es por contingencia profesional. Las bajas médicas se deben renovar temporalmente en función de la patología diagnosticada y hacer un fraude supone el despido procedente inmediato. Por lo tanto, en nuestro país las bajas fraudulentas tienen un alto precio, se castigan con el despido sin indemnización.

Pero veamos al otro lado del espejo. ¿Cuál es el coste para el fraude empresarial? Que consiste básicamente en que los trabajadores hagan más horas sin cobrar o trabajos a tiempo parcial cuando realmente se trabaja una jornada completa, lo cual, no solo implica que los trabajadores dejen de cobrar directamente por un trabajo realizado, sino que además, las empresas dejan de cotizar por esas horas. En primer lugar, a la empresa se le tiene que hacer una inspección de trabajo, en segundo lugar, el trabajador debe querer denunciar y poder demostrarlo; en tercer lugar, la empresa podría ser sancionada por una cantidad hasta de 7.500 euros, que podría no llegar a toda la facturación que las horas extras le hicieron ganar. ¿Cuántos trabajadores denuncian a sus empresas sabiendo las consecuencias que para ellos tendrán?

Foto: La ministra de Inclusión y Seguridad Social, Elma Saiz. (Efe/Fernando Alvarado)

La balanza está absolutamente descompensada, el poder reside en la empresa y los mitos sobre los trabajadores vagos es impuesta, de forma persistente, en la narrativa pública, cuando la realidad es que hay muchas más horas extras trabajadas que las bajas fraudulentas, que nunca son autoprescritas, sino fijadas por un especialista al que se le ha “supuestamente” engañado. Por lo tanto, introducir, por parte de un gobierno progresista, la propuesta de las bajas flexibles, incluso si es un globo sonda y no se llega a aprobar, resulta reincidir en el mantra del absentismo que de nuevo penaliza a la parte con menos poder de la relación.

Existen empresas en las que hacer horas extras sin cobrar o sacrificarse por encima de los deberes preestablecidos en el contrato hacen que una persona sea calificada de “buen trabajador” o “trabajadora ejemplar”. Mientras que, no se considera a la parte que lo permite y lo aúpa como una “empresa explotadora” o como un “empresario ilegal”. Por eso, las bajas flexibles contribuirían a que un trabajador o trabajadora que “voluntariamente” (añade todas las comillas posibles) se reincorporara a trabajar ciertas horas, fuera considerado un “superbuén trabajador”, mientras que la persona que finalizara la baja prescrita por un facultativo sería un “trabajador que se escaquea”.

Douglas McGregor publicó en su obra El lado humano de las organizaciones en los 60 la teoría X y la teoría Y sobre los trabajadores. Simplificándolo mucho, la teoría X afirma que los trabajadores son vagos por naturaleza y la teoría Y afirma que los trabajadores disfrutan con su tarea, se implican. De ambas teorías, se destilan diferentes tipos de gestión y liderazgo para las empresas. Aunque no tengo ninguna duda, de que existen casos en los que las bajas flexibles podrían ser una buena idea, para empresas con una perspectiva Y, según McGregor, que confiaran en sus trabajadores, que les pagaran un salario justo, que les proporcionaran unas condiciones adecuadas; en la realidad, esta medida solo incide en el mantra impuesto por la patronal sobre los supuestos trabajadores X, los que trabajan lo menos posible y por ello, hay que “incentivarlos” para que sean productivos.

Introducir un tema en la agenda mediática no es una cuestión procedimental, sino una declaración de intenciones que sitúa el marco del debate. La semana pasada, el concepto “bajas laborales flexibles” fue lanzado por la ministra Saiz fuera del marco del diálogo social, como una especie de globo sonda que explotó pinchado por el principal socio de la coalición, Sumar, y por los sindicatos, que rápidamente se desmarcaron de la propuesta. Sin embargo, la CEOE admitió que esta medida podría llegar a discutirse. El PP ha preferido no pronunciarse, porque no quieren darle ni una concesión al PSOE.

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