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Por qué los autónomos y las personas polarizadas son más reacios a las vacunas
Llevamos meses concentrados en el reto de lograr una vacuna efectiva contra el covid, pero no se ha hablado mucho de cuánta gente estaría realmente dispuesta a ponérsela
Hay un reto tan importante como conseguir una vacuna: lograr que la población se ponga esa vacuna. El momento de la verdad parece cercano y, como sucede a veces con los problemas más obvios, no le estamos prestando atención pese a que los sondeos pintan un panorama complicado. Este estudio de Ipsos y el Foro Económico Mundial estima que seis de cada 10 españoles tienen intención de esperar al menos un año antes de vacunarse. Solo el 13% de la población estaría dispuesto a hacerlo inmediatamente. Y el 28% dice que no va a ponérsela ni mañana ni nunca. La reticencia española se sitúa en la media de la mayoría de los países occidentales. Que la proeza científica quede superada por la desconfianza social es un escenario que encaja bien con los tiempos que vivimos, con la desconexión entre el mundo de los 'expertos' y la percepción del resto de la ciudadanía.
El sociólogo Josep Lobera ha sido uno de los primeros en dar la voz de alarma. A principios de otoño, publicó las conclusiones de este otro estudio comisionado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt). Hizo 2.100 encuestas y sacó varias conclusiones.
La primera es que los recelos frente a la vacuna del covid sobrepasan con mucho la penetración de los movimientos antivacuna, que en España son casi anecdóticos. Hay un elevado porcentaje de la población que no ha tenido nunca dudas a la hora de vacunar a sus hijos de otras enfermedades y que, sin embargo, ahora se muestra reticente. Personas alejadas de teorías de la conspiración, de chips y ‘plandemias’, a las que, sin embargo, les preocupa poner en riesgo su salud o la de sus familiares inyectándose algo que se ha desarrollado en menos de un año.
La segunda conclusión es que la mayoría de las decisiones no están bien maduradas y que el rechazo presenta diferentes grados de convencimiento, por lo que hay margen todavía para convencer a los indecisos. “La población se divide en tres tercios. El primero se pondría la vacuna mañana, sin dudarlo. El segundo tiene reticencias muy serias a vacunarse y el tercero está a la expectativa y teme efectos secundarios (...) La impresión es que muchos se acabarían vacunando si pudiesen verificar que se aplican los mismos procedimientos que con otras vacunas y que es un proceso testado y seguro”.
La tercera conclusión es que hay grupos de población más reticentes que otros. Crece la desconfianza, por ejemplo, entre personas con alto nivel de estudios, con altos ingresos y con buen estado de salud. Pero también entre los trabajadores autónomos, una de las categorías más castigadas por las medidas políticas utilizadas para frenar la pandemia (confinamientos duros y blandos) y, quizá por ello, más proclives a desconfiar de lo que "el sistema" tiene planeado para atajar el problema. En el plano político, ilustra Lobera, las posiciones más extremas son también las más reticentes a vacunarse, tanto a la derecha como a la izquierda.
En definitiva, parece que cuanto más se desconfía del sistema en global y del gobierno en particular, más se desconfía de sus planes para vacunar a la población. En España, por ahora, ningún partido político relevante se ha posicionado en contra de la vacunación. Esto es muy positivo, ya que en otros países las posiciones de sus líderes sobre asuntos de prevención tan básicos como el uso de mascarillas han acabado arrastrando y legitimando a millones de seguidores, como es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en Estados Unidos o Andrés Manuel López Obrador en México.
Es previsible que en los próximos meses se empiecen a poner sobre la mesa medidas para enfrentar las resistencias a la vacunación en todo el mundo. Hay quienes, como el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, ya han sugerido convertirlo en algo obligatorio. Y quienes se plantean medidas coercitivas alternativas, algo parecido a lo que ya sucede en algunos estados de EEUU con otras vacunaciones universales. Cosas que se han hecho en los últimos años: prohibir la asistencia a centros educativos públicos a quien no se haya vacunado, vetar el empleo en ciertas compañías y organismos o, directamente, ejercer sanciones económicas. Y hay otras ideas circulando, como la de cobrar los servicios médicos en la Sanidad pública de aquellos pacientes de coronavirus que se negaron a ponerse la vacuna. En función de su sistema político, social y cultural, cada Gobierno irá tomando sus decisiones, pero los sociólogos y epidemiólogos occidentales se inclinan por descartar cualquier medida coercitiva por ahora. “La evidencia en ciencias sociales es que un enfoque de obligatoriedad suele generar más resistencia”, recuerda Lobera.
¿Y si se mantiene el rechazo?
Si no se consigue vacunar a un porcentaje elevado de la población, no habrá protección de grupo y la vacuna no será efectiva. “Si la gente no se vacuna, habrá brotes importantes y no se solucionará el problema. Quizá la situación no sea tan grave como ahora, porque mucha población de riesgo estará vacunada y bajará la mortalidad, pero no creo que se logre controlar la enfermedad”, dice Estanislao Nistal Villán, virólogo de la Universidad San Pablo CEU. Resulta preocupante lo que ocurre con enfermedades controladas cuando las poblaciones se relajan. “En algunos países ha habido brotes fuertes de sarampión, por ejemplo, cuando baja del 80% la esterilización. Así que es lógico pensar que si la gente no se vacuna, habrá brotes. Quizá se contengan antes porque haya más gente inmunizada, pero el problema seguirá activo”. Es difícil valorar el impacto económico y social en caso de que eso ocurra. En los peores escenarios, incluso gobiernos que ahora mismo descartan cualquier tipo de medida coercitiva al respecto podrían cambiar de opinión si el problema se enquista.
¿Qué genera desconfianza?
"Hace unos meses, nos juraban que las mascarillas no hacían falta y ahora resulta que son indispensables. Igual ahora nos dicen que la vacuna es segura, pero yo ya no me fío". El razonamiento está recogido en una conversación con una madre de tres hijos, una persona en general bien informada, que ha decidido que solo va a vacunar a su madre octogenaria y con varios achaques. “Yo he vacunado a mis hijos siempre, incluso con las vacunas no obligatorias para viajar a otros países, pero ahora es diferente. No quiero arriesgar la salud de mi familia en un proceso que me genera muchas dudas. Es evidente que hay presiones para vacunar a la población para solucionar esto y no veo las garantías”. Utiliza argumentos aparecidos en prensa, como que algunas multinacionales farmacéuticas han conseguido un ‘legal waiver’, una exención de responsabilidades legales en caso de que algo salga mal.
Tanto Nistal Villán como Lobera insisten en la importancia de la transparencia para generar confianza y en no tratar como locos conspiranoicos a quienes tienen dudas sobre la vacuna y los efectos que pueda tener a medio o largo plazo sobre su salud y la de sus familias. En definitiva: dar la batalla con información y datos, persuadiendo, sin ridiculizar, demonizar o tratar de imbéciles insolidarios a quienes tienen dudas. Dos ejemplos de cómo afrontar el debate en serio:
Ignacio López Goñi, microbiólogo, divulgador y autor de '¿Funcionan las vacunas?'.
"No veo problema en que se aceleren los procesos de fabricación de las vacunas siempre que aseguran que no se saltan los pasos —como en el caso ruso—, sino que se aceleran los pasos. Muchas cosas que antes tardaban tiempo ahora se aceleran con más gente, más recursos y trámites administrativos diferentes (...) Las vacunas, en general, son los medicamentos más seguros, porque son los más regulados y los más vigilados. Pero en esta situación hay que hacer las cosas con máxima transparencia porque nos podemos cargar la confianza de la población con esta y otras vacunas. Y eso sería gravísimo. A mí es lo que más me preocupa (...) Hay que tener en cuenta cómo se planifica la vacunación, las personas sanas y sin riesgo van a ser en cualquier caso las últimas, así que habrá más tiempo para reflexionar. Y hay que recordar que las vacunas solo tienen sentido en el rebaño, en el individuo. Aunque no te dé miedo enfermar, los efectos sociales y económicos los pagamos todos".
Estanislao Nistal Villán, virólogo de la Universidad San Pablo CEU.
“La gente tiene que ser consciente de que una cosa es lo que diga la empresa que hace la vacuna y otra cosa es lo que digan las agencias reguladoras. Las vacunas se van a enfrentar a las agencias de todos los países donde quieran comercializarse. A la FDA estadounidense, a la EMA europea y luego a las agencias nacionales de los Estados miembro, como la Agencia del Medicamento Española (...) No ha pasado el tiempo suficiente para saber si tienen efectos secundarios a medio y largo plazo, pero estos suelen ser anecdóticos, hablamos a lo mejor de un 0,0001% y en circunstancias muy particulares. Se trata de entender que el beneficio es mucho mayor que el riesgo, y los gobiernos y empresas tienen que hacer un esfuerzo más grande para explicar sus sistemas de producción y sus controles de calidad para tranquilizar a la población”.
Hay un reto tan importante como conseguir una vacuna: lograr que la población se ponga esa vacuna. El momento de la verdad parece cercano y, como sucede a veces con los problemas más obvios, no le estamos prestando atención pese a que los sondeos pintan un panorama complicado. Este estudio de Ipsos y el Foro Económico Mundial estima que seis de cada 10 españoles tienen intención de esperar al menos un año antes de vacunarse. Solo el 13% de la población estaría dispuesto a hacerlo inmediatamente. Y el 28% dice que no va a ponérsela ni mañana ni nunca. La reticencia española se sitúa en la media de la mayoría de los países occidentales. Que la proeza científica quede superada por la desconfianza social es un escenario que encaja bien con los tiempos que vivimos, con la desconexión entre el mundo de los 'expertos' y la percepción del resto de la ciudadanía.