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No tenemos ni la más remota idea de qué quiere China de nosotros
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Ángel Villarino

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No tenemos ni la más remota idea de qué quiere China de nosotros

En el mejor de los casos, lo que sabemos de China lo leemos en inglés. España apenas tiene expertos y no está en absoluto preparada para afrontar el gran desafío global del siglo XXI

Foto: Un estudiante taiwanés, disfrazado para burlarse de Xi Jinping. (Reuters)
Un estudiante taiwanés, disfrazado para burlarse de Xi Jinping. (Reuters)
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La última vez que su presidente visitó Madrid, la embajada china exigió que la policía sacase de la Puerta del Sol a un señor que se viste todos los días de Winnie the Pooh para ganarse la vida. Las autoridades españolas accedieron para complacer a Xi Jinping, a quien en su país se ridiculizaba en Internet comparándolo con el oso glotón tras una famosa foto con Obama. La noticia nos hizo mucha gracia, pero no tiene ninguna, como pasa con otros malentendidos en las relaciones con el país llamado a reemplazar a Estados Unidos como gran potencia mundial.

¿Pueden las democracias competir con China sin entenderla? 'The Economist' lanzaba esta pregunta la semana pasada, en un análisis dedicado a lamentar la mala salud de la sinología ('As China’s power waxes, the West’s study of it is waning'). Se refería, por supuesto, a los países de habla inglesa. Y aportaba datos: desde 2017, el número de estudiantes de chino ha disminuido progresivamente en lugares como Reino Unido o Australia. En Estados Unidos, la tendencia es parecida, incluso más pronunciada.

El semanario aventuraba un par de hipótesis para explicarlo. La primera, la más convincente, es que los estudiantes son cada vez más conscientes de lo difícil que es aprender mandarín y lo frustrante que resulta después competir por el mismo puesto de trabajo con un chino que trabaja todas las horas del día y que habla inglés con fluidez. El segundo motivo de este desencanto sería el giro autoritario que ha dado China bajo el mandato de Xi Jinping y las tensiones agravadas por la Administración Trump.

Se acabaron para siempre los tiempos en que ser occidental en Pekín era vivir entre algodones

Ese 'clima represivo', en definitiva, estaría ahuyentando a los futuros sinólogos. Aunque el planteamiento es un poco exagerado, no es mentira que el decaimiento del romance globalista en Asia hace que cada vez haya menos programas de intercambio con Occidente y más desconfianza. Como también es cierto que se acabaron para siempre los tiempos en que ser occidental en Pekín era vivir entre algodones. “Algunos estudiosos se mantienen alejados de China por el miedo a ser detenidos”, dramatizaba el semanario británico.

¿Y en España? La situación de partida es infinitamente peor. "Jugamos en una liga distinta", reconoce Xulio Ríos, uno de los sinólogos españoles más veteranos, director del Observatorio de la Política China. En general, no tenemos ni la menor idea de lo que quiere China, de sus prioridades, ni de lo que espera de nosotros. Y la tendencia no llama a ser optimistas: aunque hoy hay más de lo que había hace 20 o 30 años, la crisis truncó muchos proyectos y acabó cerrando algunos de los programas de más calidad, como el máster de Estudios Chinos de la Universidad Pompeu Fabra. Lo que es peor: la mayoría de los expertos formados en estas dos o tres décadas de empuje viven hoy en terceros países o se dedican a cosas que no tienen mucho que ver con la sinología porque no han encontrado oportunidades laborales relacionadas en España.

Sería lamentable que se perdiese todo ese esfuerzo. Implicaría otra generación perdida y la necesidad de volver a empezar casi de cero”, lamenta Xulio Ríos. Se refiere a gente como Daniel Méndez, fundador del primer portal especializado (Zai China), con buen nivel de mandarín, y quien ahora trabaja para una gran multinacional americana en Madrid. “Cuando volví a España, tras muchos años viviendo, estudiando y trabajando en Pekín, todo el mundo me decía que no tendría ningún problema en encontrar trabajo, pero la realidad fue muy distinta. Pasaron meses y apenas surgieron oportunidades, así que cambié de rumbo (...) Mi percepción es que España vivió un 'miniboom' en los estudios chinos, un descubrimiento de China. Y después se ha ido desinflando”. "Ha habido una reorientación en las universidades para captar alumnos chinos, que traen dinero. Por ejemplo, en el máster de Estudios Chinos de Granada, un porcentaje apabullante eran alumnos chinos", dice a su vez Manel Ollé, otro de los veteranos de la sinología en España.

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Desnudos

En general, en España tenemos una escasez crónica de voces cualificadas en temas geopolíticos. Y menos con estabilidad profesional suficiente para actualizar sus conocimientos. En el caso de China más que un problema es una tragedia. La emergencia del país asiático es uno de los mayores desafíos que afrontamos y estamos desnudos, no disponemos de una estructura sólida para traducirlo y adaptarlo a nuestra realidad y nuestras necesidades. Somos capaces de analizar al detalle el electorado de un condado de Texas y, al mismo tiempo, incapaces de situar en un mapa la ciudad de Wuhan. La ignorancia nos condena a perder oportunidades, pero también nos incapacita para anticipar amenazas.

Hasta tal punto es así que buena parte de los libros que se traducen del chino al español pasan antes por el inglés o el francés. Son traducciones de traducciones. Con honrosas excepciones, como las que hace la pequeña editorial Automática con las novelas de Yan Lianke, traducidas por Belén Cuadra. “Cuando yo empecé, en el año 2000, el chino apenas era una asignatura optativa de los estudios de Traducción e Interpretación de unas pocas ciudades", dice. "Frente a esto, en China llevan décadas formándose en lengua española y cultura del ámbito hispanohablante y, por lo general, el nivel de especialización suele ser elevado. Mi sensación es que nos conocen mejor de lo que nosotros los conocemos a ellos”.

La sinología tiene una última barrera que quizás es más difícil de superar que la política o institucional: la incapacidad de la cultura china contemporánea para seducir en el extranjero. Lo resume bien Mario Esteban, investigador del Real Instituto Elcano y profesor titular del Centro de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma. “Especializarse en China es más atractivo para el que quiere hacer negocios, pero en ese caso estudia derecho, o economía, y luego intenta aprender chino. Quienes de jóvenes se deciden a estudiar una cultura es por fascinación, y lo que vemos en los estudios orientales es que la cultura popular de Japón, o incluso de Corea del Sur, es mucho más atractiva”.

Al final, España no tiene una visión propia sobre China, sino que en el mejor de los casos se apaña con lo que se lee en inglés o francés. Ese vacío, además, se rellena a menudo con lugares comunes o discursos disparatados, pronunciados por personas que hilan dos o tres ideas inconexas que han escuchado, ocurrencias parecidas a las que puede tener, yo qué sé, un japonés que ha visto un documental de media hora sobre ETA, se ha comido una paella y aventura teorías sobre España. Por si fuera poco, el relato de las relaciones entre China y el mundo hispanohablante está mayormente en manos de las autoridades chinas, del Partido Comunista Chino, el único actor que invierte y se interesa en promover y dar forma a la relación. En otras palabras: es Pekín quien lidera ese intercambio, atraído sobre todo por la importancia geoestratégica de Latinoamérica. Por poner un ejemplo, el Instituto Confucio tiene ya siete centros y nueve aulas en España. No solo en Madrid o Barcelona, sino también en ciudades como León, Granada, Valencia, Zaragoza o Las Palmas.

Las élites españolas están empezando a notar el aliento pekinés en cada vez más ámbitos. Y la primera impresión a menudo resulta agradable

Esa fortaleza se encuentra en el camino con nuestras debilidades, que se resumen bien con el caso de Casa Asia. El proyecto arrancó con ímpetu y sentido estratégico en tiempos de Josep Piqué, cuando lo inauguró Ion de la Riva. Pero ha acabado infrafinanciado y sin músculo, presa de los recortes y de una guerra entre la Generalitat y el Gobierno español. Como se quejaba recientemente uno de sus primeros impulsores, los partidos independentistas no tienen ningún interés en reforzar una institución que representa a España, y a Madrid dejó de interesarle hace años la idea de regar un organismo con sede en Barcelona.

Manel Ollé se lamenta también de que la primera generación de españoles con estudios específicos en China no está siendo aprovechada por la política, la empresa ni los medios. Ese desconocimiento, según opina, provocó por ejemplo que los avisos sobre el covid se viesen como algo que estaba sucediendo en un planeta lejano. “Me acuerdo de que pensé que se decían las tonterías de siempre, los mitos que se repiten: el régimen chino, el hermetismo, el confucianismo milenario... Hay un desconocimiento total. Es preocupante que la gente que toma decisiones tenga un desconocimiento tan enorme sobre lo que pasa allí. Al menos, las élites tendrían que saber algo más”.

No tener ni la más remota idea de qué pasa en China, de qué quiere China y de cómo se comporta China puede acabar teniendo consecuencias dramáticas. Las élites españolas están empezando a notar el aliento pekinés en cada vez más ámbitos. Y la primera impresión no siempre resulta desagradable. El encuentro se efectúa muchas veces a través de las 'empresas del partido', como Huawei, y con mucho dinero de por medio. Mientras esto ocurre, la diplomacia estadounidense se desespera y está convirtiendo la confrontación con el gigante asiático en su gran prioridad, hasta el punto de que a algunos diplomáticos muy veteranos la situación les recuerda cada vez más a la Guerra Fría.

La última vez que su presidente visitó Madrid, la embajada china exigió que la policía sacase de la Puerta del Sol a un señor que se viste todos los días de Winnie the Pooh para ganarse la vida. Las autoridades españolas accedieron para complacer a Xi Jinping, a quien en su país se ridiculizaba en Internet comparándolo con el oso glotón tras una famosa foto con Obama. La noticia nos hizo mucha gracia, pero no tiene ninguna, como pasa con otros malentendidos en las relaciones con el país llamado a reemplazar a Estados Unidos como gran potencia mundial.

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