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¿Le está pasando a la UE con las vacunas lo que a Hitler y Mussolini con los tanques?
EEUU y la URSS consiguieron poner su industria al servicio de la guerra con modelos políticos opuestos. Alemania e Italia fueron incapaces. ¿Le está pasando lo mismo a Bruselas?
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha admitido esta semana el fracaso de la estrategia para producir vacunas al ritmo que se necesitan. O, al menos, al ritmo de las expectativas. “Llegamos demasiado tarde para autorizar, fuimos demasiado optimistas en lo que respecta a la producción masiva y tal vez estábamos demasiado seguros de que lo que pedimos se entregaría a tiempo”, ha dicho. Y lo ha rematado con una frase redonda: “La ciencia ha superado a la industria”
¿Pero ha fallado la industria europea? ¿Somos incapaces de fabricar el arma contra el virus al ritmo que necesitamos, igual que los alemanes, italianos, japoneses y húngaros fueron incapaces de hacerlo en la Segunda Guerra Mundial? Cuando preguntas, los profesionales del sector lo primero que argumentan es lo largo y tedioso que resulta el proceso para poner en el mercado de manera segura una vacuna recién aprobada (esto incluye licencias, fabricación, logística…). De media, ronda los dos años. “Y aquí se ha hecho sobre la marcha, en cuestión de semanas”. La clave, indican, no es tanto que la industria existente haya fallado como que no hay capacidad de producción, ni incentivos para crearla. Por eso se está haciendo mejor en otras latitudes, independientemente del sistema político.
Se empieza a ver con más claridad cruzando un par de datos. El primero aparece en un informe de Vaccines Europe de mediados del año pasado, donde se subraya que, a diferencia de lo que ocurrió en otras fases de la pandemia —por ejemplo, con la fabricación de mascarillas—, Europa partía de una posición teóricamente ventajosa, ya que nos situábamos como primera potencia mundial en cuanto a vacunas. “El 76% del total de vacunas”, enfatiza el trabajo, “proceden de Europa, frente al 13 por ciento de Norteamérica y el 8 por ciento en Asia”. Lo que no dice la presentación es que el 70% de las vacunas que se distribuyen por el mundo se fabrican en laboratorios de India. No parece tan diferente a lo que ocurre con los iPhone de Apple: un producto estadounidense… fabricado por subcontratas en Asia. En situaciones de emergencia, la capacidad productiva puede resultar más importante que la marca que diseña, encarga y distribuye.
Los expertos del sector también insisten en que fabricar una vacuna no es en absoluto sencillo y hay infinidad de cuellos de botella. Como ocurre con otras tantas cosas, es complicadísimo empezar el proceso de cero si no hay capacidades previas que escalar o replicar. A diferencia de los medicamentos, que están basados en moléculas sintetizadas químicamente, las vacunas son fármacos biológicos. "Son células vivas y para fabricarlas hacen falta biorreactores, enormes bidones con miles de litros, hasta 10.000 litros, donde hay células cultivándose en suspensión. Esto lleva, además, una regulación larga y compleja, porque es vital que no falle nada", explica Ana Falcón, directora del Departamento de Biología Molecular de Algenex, una de las pocas empresas españolas del sector.
Por todo esto, y aunque se están levantando fábricas nuevas, la mayoría de las vacunas del covid se están haciendo por ahora en instalaciones que ya existían antes de la pandemia, algunas de ellas adaptadas y en ocasiones dejando de producir lo que se hacía antes. “Además, hay varias tecnologías, algunas de ellas nuevas. Y cada tecnología requiere un proceso de fabricación distinto. Por ejemplo, las vacunas de Pfizer y moderna no requieren células, eso permite que se puedan fabricar de manera más rápida y sencilla”.
Algenex acaba de construir una nueva planta de fabricación de vacunas con una tecnología propia. “En lugar de bidones, utilizamos insectos como biorreactores naturales. Tenemos granjas de insectos, los infectamos y ellos producen grandes cantidades de la proteína necesaria. Ocupan menos espacio, se puede hacer más rápido y a un coste mucho menor”, explica. En cuanto logren las licencias podrían empezar a ofrecer sus instalaciones para fabricar vacunas contra el covid en sus laboratorios.
Aquí entramos en el terreno de la especulación, pero sospecho que, si en lugar de en Tres Cantos los laboratorios de Algenex estuviesen en Hangzhou, ya estarían fabricando vacunas. Se saltarían parte del proceso regulatorio, se acelerarían las normas de validación —aún a riesgo de precipitarse y provocar un accidente—, habría mano de obra suficiente para sacar adelante la burocracia y los flecos logísticos a toda prisa y no tendrían que negociar acuerdos con los laboratorios, ya que el marco vendría impuesto por la emergencia sanitaria. “En Europa —recuerda Falcón— hay controles de seguridad y calidad muy exhaustivos. Aquí tenemos que hacerlas rápido y al mismo tiempo responder a quienes nos preguntan si es seguro ir tan rápido. Quizá tardamos algo más, pero podemos estar seguros de que no va a haber problemas”, reivindica.
Pero hay más cosas, admite Falcón. En China es el Gobierno quien ha financiado la creación de al menos un porcentaje de las nuevas plantas de producción de vacunas, mientras que en Europa lideran las multinacionales, tras firmar contratos millonarios con las autoridades europeas. Es cierto que en la UE ha habido intervención pública, con subvenciones y pagos por adelantado, para empezar a fabricar antes de concluir el proceso regulatorio. Pero sobre todo han entrado en juego, como es logico, decisiones estratégicas y de mercado. Las empresas operan arriesgando su negocio y tienen que vigilar el riesgo: no pueden lanzarse a levantar nuevos laboratorios o nuevas fábricas sin saber qué acabará ocurriendo. Por ejemplo: durante varias etapas de la pandemia han surgido serias dudas al respecto de la efectividad de las vacunas y de la necesidad de fabricarlas en masa. Y esas dudas, obviamente, fueron tenidas en cuenta por las grandes empresas farmacéuticas en todo momento.
Volviendo a la analogía con la Segunda Guerra Mundial, el historiador Álvaro Lozano recuerda que “los aliados ganaron porque convirtieron su potencial industrial y su fuerza económica en capacidad combativa eficaz en el frente de batalla”. En este sentido, se suele destacar el caso de EEUU y el Comité de Producción de Guerra creado tras el ataque de Pearl Harbor con el objetivo de dirigir la reconversión de las industrias de tiempos de paz en fábricas de armamento. El 40% de las armas se fabricaron gracias a esto.
Hay anécdotas increíbles. En 1941, la industria automovilística norteamericana de los Grandes Lagos (Detroit, Chicago…) producía 3,5 millones de automóviles al año. Durante la guerra bajaron hasta la ridícula cifra de 139. El resto de sus instalaciones y sus operarios estaban fabricando armas. Chrysler hacia cañones antiaéreos y Ford, que entre otras cosas ensamblaba los B-24, produjo más material para el ejército que toda Italia. Entre 1943 y 1944, EEUU estaba produciendo un buque al día y un avión cada cinco minutos.
Pero no fueron solo los EEUU. Lozano recuerda que “la habilidad para fabricar cantidades extraordinarias de equipamiento con una economía muy disminuida fue la razón principal de la victoria de la URSS. La planificación, la producción en serie y la movilización de las masas fueron los pilares de la supervivencia y posterior recuperación. El país fue convertido en un gigantesco y durísimo campamento de guerra”. Hacia 1941, la URSS tenía un ejército equipado con 24.000 tanques “cuya calidad era muy superior a todo lo que produjo Italia y, en parte, a todo lo que poseía Alemania”. Y esto con una mano de obra industrial que se había reducido de 8,3 millones en 1940 hasta los 5,5 en 1942.
Frente a esto —permítanme el triple— los errores de Alemania en la Segunda Guerra Mundial también evocan al presente. Dice Lozano que “Hitler se equivocó al no movilizar la economía alemana para una guerra total hasta 1942 y su juicio y el de sus principales asesores militares fueron erráticos (...). En lugar de un núcleo de armas de eficiencia demostrada y producidas de acuerdo con pautas estandarizadas, las fuerzas armadas alemanas pusieron en marcha una desconcertante variedad de proyectos. En un momento dado de la guerra, había 425 modelos diferentes de avión con sus variantes”.
Insiste Lozano en desligar el éxito a un determinado modelo político: “Países autoritarios como Alemana e Italia fracasaron en desarrollar al máximo su potencial, mientras una democracia como EEUU lo logró en poco tiempo y otro estado autoritario, como la URSS, logró desarrollar al máximo su potencial económico” a pesar de haber perdido en la Operación Barbarroja el 40% de su población, el 60% de su industria armamentística, el 40% de su grano, el 38% de su ganado, el 71% de su hierro y el 57% de su acero. Al lado de algo así, el desafío que tenemos ahora con las vacunas palidece. Parece cosa de niños.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha admitido esta semana el fracaso de la estrategia para producir vacunas al ritmo que se necesitan. O, al menos, al ritmo de las expectativas. “Llegamos demasiado tarde para autorizar, fuimos demasiado optimistas en lo que respecta a la producción masiva y tal vez estábamos demasiado seguros de que lo que pedimos se entregaría a tiempo”, ha dicho. Y lo ha rematado con una frase redonda: “La ciencia ha superado a la industria”