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La gran deslocalización de oficinistas que se nos viene encima
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Ángel Villarino

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La gran deslocalización de oficinistas que se nos viene encima

Igual que el matrimonio es consecuencia del arado, internet propicia sociedades en las que no es necesario vivir en el mismo lugar en que trabajas. Una gran oportunidad para España

Foto: Un británico, trabajando desde un hotel de Gran Canaria. (EFE)
Un británico, trabajando desde un hotel de Gran Canaria. (EFE)
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Antes de la invención del arado, el matrimonio no existía y tampoco existía la familia. La idea de establecer relaciones monógamas de por vida entre un hombre y una mujer, de crear un hogar y criar juntos a los niños, surgió para adaptarse a las nuevas necesidades de las civilizaciones del Neolítico.

"Es entonces cuando los hombres dejan de vivir en tribus, se hacen granjeros y crean la propiedad privada. Necesitan trabajadores para esa estructura productiva y herederos para consolidarla. Lo consiguen mediante la esclavitud, que crece exponencialmente, o teniendo hijos, que pasan a ser un valor económico. Ese es el origen del matrimonio, que nace como una manera de procurar mano de obra. Se necesitan mujeres que lleguen vírgenes y no tengan relaciones sexuales con nadie más para asegurar la paternidad".

Lo argumenta Debora Spar, decana de la Escuela de Negocios de Harvard, en un apasionante ensayo recién publicado ('Work, Mate, Marry, Love') en el que detalla cómo los grandes cambios tecnológicos traen aparejadas transformaciones radicales en nuestra forma de vida. Pero no solo en asuntos tan evidentes como el transporte, la alimentación o el reparto del trabajo, sino en cosas que creemos inherentes al ser humano. Como la familia.

Foto: Una mujer realiza teletrabajo en su casa mientras su hija juega a su lado. (EFE)

El vínculo entre amor y matrimonio, dice Spar, es mucho más reciente. No aparece hasta la Revolución industrial, cuando se establece el ideal de la 'pareja feliz', en que el hombre sale a buscarse el pan y la mujer se queda en casa cuidando del hogar. “El amor sí está muy dentro de nosotros, pero el amor romántico no aparece ligado al matrimonio hasta fechas muy recientes”, expone. En muchos países, como India, las parejas se siguen formando hoy con criterios que tienen poco o nada que ver con los utilizados en Occidente.

Otra revolución tecnológica, la propiciada por la píldora primero y la fecundación 'in vitro' después, desligó cosas que parecían indisolubles: el sexo y la reproducción, erosionando estructuras que creíamos eternas. En 2015, la mitad de los niños de EEUU estaban ya viviendo en hogares no tradicionales y el 40% nació de mujeres que no estaban casadas. Medio siglo antes, en 1960, eran solo el 5%. "De alguna manera", concluye Spar, "nos imaginamos inalterables como especie en asuntos esenciales. Pensamos que siempre vamos a tener sexo, enamorarnos, casarnos, criar niños y morir. Pensamos el futuro de la humanidad rodeados de resplandecientes herramientas tecnológicas, pero inalterados en lo realmente esencial de nuestras vidas. Y no tiene por qué ser así".

Foto: Un hombre, teletrabajando desde su casa. (EFE)
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El ensayo de la politóloga de Harvard dedica varios capítulos a imaginar cómo las revoluciones tecnológicas en curso transformarán nuestros principios más arraigados y universales, bajo la premisa de que las transformaciones son hoy mucho más rápidas de lo que han sido nunca. Aunque Spar no entra más que de soslayo en la materia, es evidente que la expansión del teletrabajo propiciado por internet tiene todas las papeletas para convertirse en una de estas grandes transformaciones de los próximos años. Igual que el arado propició el matrimonio y que la píldora disoció el sexo de la reproducción, en las próximas décadas se podría disolver lo que parecía de cemento hace unos años: hogar y trabajo, la elección del lugar de residencia en función del empleo, o viceversa.

Si acaba ocurriendo, lo hará de manera paulatina y progresiva. Con pioneros y proyectos experimentales. España, en cualquier caso, tiene muchos motivos para creer en ello. Los tiene porque nuestras ciudades aparecen en los primeros puestos en casi todas las encuestas globales en las que se pregunta a expatriados o trabajadores de multinacionales en qué país les gustaría vivir. Hay pocos sitios que puedan competir en la suma de factores que suele estar detrás de ese tipo de decisiones: seguridad, clima, precios, oportunidades de ocio, conexiones aéreas…

Foto: Foto: Reuters/Susana Vera.

Con una notable excepción que lastra siempre la calificación de España en estos 'rankings': los sueldos y el mercado de trabajo. Pero ¿y si ese factor desaparece de la ecuación? ¿Y si las condiciones laborales se negocian en un país con mayor poder adquisitivo? De la misma manera que muchos británicos, alemanes u holandeses optan por jubilarse en urbanizaciones de la Costa del Sol, de la misma manera que muchos latinoamericanos eligen estudiar su carrera universitaria aquí, no es disparatado pensar que quieran también pasar una parte de su vida laboral en España. La mayoría además ya conocen el país, dado que durante décadas hemos sido uno de los principales destinos turísticos del planeta. Desde Malasia a México, hay decenas de países que han creado iniciativas públicas y privadas para atraer jubilados, pacientes y teletrabajadores de naciones más opulentas.

¿Provo? ¿Dónde está Provo?

Como tantas otras tendencias, el proceso se ha acelerado y está cogiendo cuerpo gracias a la pandemia. Hay miles de casos en España, algunos tan sorprendentes como el de Malcom Kennedy, concejal del Ayuntamiento de Liverpool, que decidió teletrabajar desde España en plena pandemia, generando una gran polémica entre los vecinos de Kirkdale, el distrito que representa.

En Estados Unidos, las cosas se han acelerado hasta tal punto que en ciudades como San Francisco y estados como Maine han empezado a cuestionarse qué va a ocurrir con el mercado inmobiliario o con las infraestructuras. Está afectando más, lógicamente, a aquellas áreas en las que el sector tecnológico o el financiero tienen más peso, ya que sus trabajadores van a tener más oportunidades para seguir teletrabajando cuando acabe la pandemia.

Foto:  Malcolm Kennedy. (Liverpool City Council)

Zonas como el condado de Columbia, en el Hudson Valley —al norte de Nueva York—, están recibiendo un aluvión de neoyorquinos, provocando una fiebre inmobiliaria y una necesidad urgente de mano de obra para dar servicio a los nuevos vecinos: dependientes para los supermercados, profesores para los colegios, policías para vigilar las calles. Mientras eso ocurre, se vacían cientos de oficinas de Manhattan o Silicon Valley. Algunas volverán a llenarse. Pero otras no lo volverán a hacer nunca.

En las listas de las ciudades más prósperas de Estados Unidos (consulta aquí el informe), han aparecido este año localidades que muchos estadounidenses no sabrían poner en el mapa. Como Provo (Utah), Palm Bay (Florida), Boise (Idaho) y Ogden (Utah). Y otras hacia las que lleva ya algunos años desplazándose el 'sueño americano', como Austin (Texas), Raleigh (Carolina del Norte), Phoenix (Arizona) o Nashville (Tennessee). Algunas ofrecen mejores precios, otras mejor clima, otras tienen playas o montañas cerca. O simplemente tranquilidad y un estilo de vida más pausado. Condiciones de vida más 'mediterráneas', salvando todas las distancias.

Si coge velocidad, la tendencia plantea también infinidad de desafíos. La llegada de teletrabajadores del norte de Europa, de Asia, de las élites latinoamericanas o de Estados Unidos podría calentar mercados inmobiliarios, encarecer precios y provocar otros desequilibrios que ahora no podemos imaginar... Como en toda transformación, habría ganadores y perdedores y quedarían muchas cosas por resolver en el campo internacional. Para empezar, los visados o la fiscalidad (¿dónde van a pagar impuestos?). Lo más inteligente sería empezar a hablar de ello, tratando de evitar que sea caótico o sobrevenido, como casi todo lo que nos ocurre. Mientras discutimos acerca del fin de la globalización, quizás estemos entrando en una nueva fase de la internacionalización del trabajo. Tenemos algunas cosas que perder y muchas que ganar, siempre que no nos pase por encima.

Antes de la invención del arado, el matrimonio no existía y tampoco existía la familia. La idea de establecer relaciones monógamas de por vida entre un hombre y una mujer, de crear un hogar y criar juntos a los niños, surgió para adaptarse a las nuevas necesidades de las civilizaciones del Neolítico.

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