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El inquietante abismo entre lo que lee Pedro Sánchez y lo que leen los políticos chinos
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Ángel Villarino

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El inquietante abismo entre lo que lee Pedro Sánchez y lo que leen los políticos chinos

Sánchez y Casado leen biografías inspiradoras, ensayos ideológicos y novelas. Biden lee poesía irlandesa. Obama lee manifiestos contra el racismo. Xi Jinping lee cosas diferentes

Foto: Libros con el rostro del presidente chino, Xi Jinping. (Reuters)
Libros con el rostro del presidente chino, Xi Jinping. (Reuters)

El lunes pasado publicamos una entrevista con Pablo Casado, y el fotógrafo, Daniel González, tuvo el acierto de hacer un primer plano de la estantería del despacho. En la imagen aparecen biografías (Churchill, Tony Blair, Romanones, la princesa Leonor), ensayos políticos (Ignatieff, la visión de Kissinger ‘On China’, 'Moneyland', ‘Por qué fracasan los países’, de Acemoglu y Robinson), antropológicos (‘Homo Deus’, de Harari), de historia de España (San Quintin) y algo de literatura. No sabemos cuántos ha leído, ni siquiera cuántos ha elegido el propio Casado. Pero eso es lo de menos.

placeholder La estantería de Pablo Casado. (Daniel González)
La estantería de Pablo Casado. (Daniel González)

La selección de libros es una estrategia de imagen sencilla porque, 'a priori', es difícil quedar mal recomendando lecturas. A Pedro Sánchez se lo pidieron en 2019 para la Feria del Libro y escogió a escritores como Jorge Volpi, Javier Cercas o Leonardo Padura. Metió también la biografía de Obama y unas memorias de trabajo del superfontanero diplomático estadounidense Richard Holbrooke. No faltaron tampoco clásicos: Lope de Vega, Herman Hesse… incluso el 'Quijote'. A finales de 2020, le volvieron a preguntar y el presidente añadió a Virginia Woolf, a Galdós, Stefan Zweig, Marguerite Yourcenar, Valle-Inclán, Saramago, Almudena Grandes, las memorias de Willy Brandt y los 'Diarios' de Azaña. Dicen que entre los últimos libros que ha leído están el último ensayo de César Rendueles ('Contra la igualdad de oportunidades') e ‘Identidad’, de Francis Fukuyama.

Joe Biden suele decir que lo que más disfruta es la poesía irlandesa, reivindicando sus orígenes, mientras que Barack Obama hace listas mucho más sofisticadas con novedades editoriales donde combina el ensayo, la novela ligera y el activismo, con especial atención a los alegatos afroamericanos. Todo medido al milímetro para cultivar una imagen determinada.

Sin embargo, el político que más tiempo y audacia dedica a escoger sus lecturas no está en Estados Unidos, sino en China. En parte por tradición cultural y en parte por el hermetismo del régimen y sus líderes, se trata de un acto calculado, observado y analizado hasta la extenuación. El economista e ingeniero Claudio F. González lo narra en el ensayo más importante escrito en español sobre China de los últimos años (‘El gran sueño de China’). Arranca hablando del mensaje televisado de Xi Jinping en la víspera del Año Nuevo chino de 2018, donde compareció delante de una estantería con títulos que dieron más que hablar que cualquier anuncio programático.

Xi Jinping suele alardear de haber leído a los grandes autores chinos, rusos y occidentales. Pero la actual librería del presidente chino no tiene mucho que ver con la de los políticos occidentales. En lugar de la tradicional mezcla de clásicos, ensayos ideológicos y lecturas recomendadas en cualquier suplemento cultural, Xi Jinping presenta una selección donde mandan la ciencia y la tecnología. Aparece, por ejemplo, ‘The master algorithm', un libro que también recomienda Bill Gates y que firma Pedro Domingos, profesor de informática e ingeniería de la Universidad de Washington. Habla de la posibilidad de crear un algoritmo que pueda entender cómo funcionan las sociedades. Se trata de meter todas las variables disponibles para que la inteligencia artificial las procese y ayude a tomar decisiones administrativas y políticas de la manera más eficaz. Una versión moderna de la vieja idea de Salvador Allende de crear una máquina capaz de hacer eficaz el socialismo.

Otra de las lecturas destacadas es ‘Money changes everything’ (una reivindicación del papel del dinero y las finanzas como base de la civilización y de los avances más importantes de la humanidad) y ‘Augmented: Life in the smart lane’, una obra de divulgación que pone el foco en la nueva generación de innovaciones tecnológicas —AI, genética, impresión 3D, robótica, realidad aumentada, nanomateriales, baterías, Blockchain, 'big data'…— y en cómo van a cambiar el mundo en las próximas décadas.

Pero quizás el ensayo que más útil le haya sido al presidente chino en este año y medio es ‘The gray rhino’, cuyo subtítulo se lee con estremecimiento: “Cómo reconocer y actuar ante los peligros obvios que estamos ignorando”. La posibilidad de que una pandemia destruya nuestra economía y nuestra forma de vida era en 2018 un buen ejemplo de rinoceronte gris.

Foto: Macron, en su visita a China en 2019. (EFE) Opinión

La sociedad china ha entrado en una fase de exaltación tecnológica y científica que emana de la política y que permea ya casi todas las esferas de su vida pública. Sus clases medias y altas han alcanzado la vanguardia en muchas cosas: uso de plataformas 'online', redes sociales, pago electrónico, domótica... En el plano cultural, la mejor literatura de ciencia ficción se hace hoy en China. El Julio Verne contemporáneo no ha nacido en Nantes, sino en Chongqing o Guangzhou.

La visión tecnológica china tiene más actualidad que nunca ahora que en España hemos empezado a hablar de prospectiva. Por definición, la mirada a largo plazo depende de la manera en que interpretamos el futuro. Y es cierto que Xi Jinping es el presidente chino más autoritario desde Mao Zedong. Pero cualquiera que haya pasado una temporada larga en Pekín o Shanghái ha vivido la sensación de que el viento sopla a su favor y de que el Partido Comunista chino mantiene una hoja de ruta bien definida para aprovecharse de ello y convertirse en el poder hegemónico de las próximas generaciones.

Le preguntamos a Claudio F. González qué cosas está haciendo Pekín mejor que cualquier centro de poder occidental y subrayó tres.

1. Un futuro en clave histórica

Xi Jinping y el engranaje del PCCh afrontan el largo plazo pensando en clave histórica, algo que contrasta con el cortoplacismo de Occidente. “Por ejemplo, no hablan de ser líderes en 2049, sino de ser el mejor país, algo que suena parecido pero que plantea un concepto diferente. Les preocupan mucho las corrientes de la historia. Repiten que los ciclos duran 200 o 300 años. Esto además les permite tener paciencia para analizar mejor las tensiones a corto plazo”. Xi Jinping está convencido de que Estados Unidos no ha cubierto aún ninguno de esos ciclos y “esa ceguera les hace cometer errores”.

Foto: Ilustración: R. Arias

2. Marcar la meta, no el camino

“El sistema en China funciona de una manera muy simple, con directrices”. Se refiere a planes generales como el 'China Standards 2035', en los que se marcan su siguiente meta pero sin definir la ruta. “Una vez que queda claro dónde quieren llegar, hay bastante libertad en las regiones y distritos para buscar el camino”. Esto propicia una constante experimentación: las ciudades y las regiones compiten para ser el primero de la clase, para demostrar que lo hacen mejor que el resto. “Dejan que sucedan experimentos incluso contradictorios. Cuando uno funciona, lo empiezan a escalar, una y otra vez, hasta convertirlo en nacional. Es una visión muy emprendedora”.

De esta manera, subraya el ingeniero y economista español, está claro lo que hay que hacer mañana y también la dirección a largo plazo. “Pero a medio plazo van moldeando, probando y adaptándose. Con eso, compensan los errores y permiten una cierta tranquilidad. En Occidente parece que los políticos no pueden cometer ningún error, en China están convencidos de que solo los grandes errores pueden acabar con su mandato celestial”.

Esa preocupación por descarrilar en algún asunto realmente importante marcó, por ejemplo, la gestión durante el estallido del SARS-CoV-2. Con dicha perspectiva, Pekín no teme demasiado las crisis políticas puntuales y los pequeños escándalos sin significado histórico, pero sí el contrato social de que China sea un país cada vez más seguro, "entendido no solo como seguridad física sino también económica". Si hay algo que el PPCh cree que no puede permitirse es que los jóvenes chinos piensen que van a vivir peor que sus padres. En esta estrategia, también destaca la necesidad de mantener la cohesión social. “El régimen chino tiene claro que no hay liderazgo sin tranquilidad y hace esfuerzo para llevar a la gente hacia el centro”. En este sentido, exagerar la polarización y la inestabilidad de las democracias occidentales es uno de los mensajes preferidos de la propaganda china.

Foto: Michael Pettis.

3. Poder para el señor cero

Basándose en una anécdota personal, Claudio F. González llama “señor cero” a las personas que realmente controlan todo lo que ocurre en las instituciones chinas por encima incluso del número uno jerárquico. El señor cero es la figura situada por encima de presidentes y directores en todos los centros de poder, ya sean grandes empresas, universidades o centros de poder político. “Un político chino que ha llegado a tener un cargo es un profesional, mientras que los nuestros son 'amateurs'. Tienen una formación específica para liderar la Administración. Proceden de las mejores universidades y escuelas de negocio, particularmente de Singapur, que es el gran modelo en el que se miran”.

Foto: Enrique Villarino.
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Todos los políticos chinos que llegan a puestos importantes tienen décadas de experiencia de gobierno reales, han gestionado cosas pequeñas antes de hacerse cargo de cosas grandes. “Van progresando por ciclos. A un secretario de partido en la universidad lo pasan a vicealcalde en una provincia compleja de la otra punta del país. Después lo mueven nuevamente de sitio para crecer hasta que toca techo. Reciben constantemente cursos de capacitación para adaptarse y evitan los localismos para no crear camarillas y para no fragmentar ni fraccionar el país". Y, aunque suene paradójico, la gestión diaria tiene menos tensión ideológica que en muchos países occidentales, en el sentido de que el pragmatismo está por encima del dogma y de la competición de visiones en abstracto.

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Aunque quizá no sea necesario, siempre es mejor decirlo. El hecho de que los políticos chinos escojan de manera más inteligente sus lecturas, que tengan una visión más clara de lo que quieren hacer con su país y una manera más eficaz de conseguirlo, no significa que tengamos que copiar o aspirar a un modelo inexportable a Occidente. En China, las libertades se sacrifican hasta extremos de crueldad intolerables para cualquier ciudadano europeo o norteamericano, la corrupción se practica en una escala distinta, el nacionalismo está desatado y el margen para el pensamiento crítico es aplastado cuando surge fuera de los cauces del sistema. Pero tenemos que asumir que están haciendo muchas cosas mejor que nosotros. Por la cuenta que nos trae.

El lunes pasado publicamos una entrevista con Pablo Casado, y el fotógrafo, Daniel González, tuvo el acierto de hacer un primer plano de la estantería del despacho. En la imagen aparecen biografías (Churchill, Tony Blair, Romanones, la princesa Leonor), ensayos políticos (Ignatieff, la visión de Kissinger ‘On China’, 'Moneyland', ‘Por qué fracasan los países’, de Acemoglu y Robinson), antropológicos (‘Homo Deus’, de Harari), de historia de España (San Quintin) y algo de literatura. No sabemos cuántos ha leído, ni siquiera cuántos ha elegido el propio Casado. Pero eso es lo de menos.