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Biden no tiene motivos para dedicar más de 29 segundos de su tiempo a España
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Ángel Villarino

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Biden no tiene motivos para dedicar más de 29 segundos de su tiempo a España

España lleva más de 20 años sin tener una política exterior consistente y ningún gobierno ha querido afrontar el problema. Más allá del ridículo de este lunes, el problema es mucho más grande que Sánchez

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), junto al mandatario de Estados Unidos, Joe Biden. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), junto al mandatario de Estados Unidos, Joe Biden. (EFE)
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Si los 29 segundos que duró el paseo de Pedro Sánchez y Joe Biden por un ‘hall’ de Bruselas fueron un “encuentro entre homólogos”, cualquier conversación de ascensor o de retrete que se produjese ayer en ese edificio podría definirse como 'cumbre de Estado'. O como 'summit', si les parece más fino. Se tarda más en leer el primer párrafo de una de esas largas piezas analizando los temas que se supone que iban a tratar que en visualizar el trayecto entero. Ahora intenten encontrar una sola frase en la prensa americana sobre lo que sea que ocurrió ayer. No es que la 'cita' no estuviese en las agendas oficiales de la Casa Blanca, es que no existió a ningún efecto.

El problema no es que las relaciones entre España y Estados Unidos estén atravesando un mal momento. Nada hace pensar que sean peores que hace diez años. Lo que realmente saca a relucir la escena de ayer es que nuestro país no tiene una política exterior. Y lo peor: ni siquiera creo que haya un interés real por construirla. Los periodistas acreditados en las sedes de la Unión Europea se quejan a menudo de que nuestros políticos casi nunca abordan los temas comunitarios en sus visitas. Al revés, utilizan las comparecencias para hablar de la polémica nacional del momento. Puedes sacar al presidente del Gobierno de España, pero no puedes sacar a España del presidente del Gobierno.

Puedes sacar al presidente de España, pero no puedes sacar a España del presidente

Al acabar el encuentro, Sánchez dijo que le había dado tiempo a sacar varios temas en esos 29 segundos, incluso a charlar sobre los problemas migratorios de Latinoamérica. No sabemos qué velocidad es capaz de alcanzar el presidente cuando habla en inglés con mascarilla, pero sí sabemos que es poco probable que Biden haya podido procesar tal cantidad de información en tan poco tiempo. Da un poco igual. Es evidente que Moncloa no tenía ningún objetivo geopolítico concreto cuando suplicó un “encuentro, cualquier tipo de encuentro” con el presidente de los Estados Unidos. Y así lo entendió la Casa Blanca al acceder a que se hicieran una foto juntos —el único compromiso que se alcanzó, a pesar de las expectativas creadas por el propio Gobierno—. Lo que interesaba era tener algo que enseñar para consumo interno. Nada más. No había una estrategia diplomática detrás del esfuerzo, sino una estrategia televisiva.

El resultado, cocinado de una manera confusa —hasta el punto de que pocas horas antes ni siquiera estaba claro cómo y dónde iba a hacerse—, tiene un doble efecto devastador. Primero, por el ridículo que supone desde el punto de vista propagandístico: no hay que tener una cátedra en Relaciones Internacionales para entender lo que ocurre en esos 29 segundos. Pero es que además es un espanto diplomático. “Nos pone en una situación que francamente da vergüenza. Es de una debilidad extrema arrastrarse por un gesto tan pequeño. Nos deja como un país mendigo y así quedará reflejado en los informes que envíe la embajada americana al Departamento de Estado”, resume un veterano embajador.

En la cabeza de alguien debía de ser espectacular. Moncloa había preparado una ‘performance’ que incluía traca final: el anuncio de que Madrid iba a alojar una cumbre estratégica de la OTAN en 2022. El compromiso lo había alcanzado Mariano Rajoy para 2019, lo declinó el propio Sánchez por los problemas para formar Gobierno y la sobrecarga del calendario electoral, y fue reactivado por la ministra González Laya en cinco conversaciones y dos reuniones presenciales. Desde el mes de marzo, venía prácticamente atado, pero alguien pensó que era buena idea anunciarlo como un éxito justo después del 'encuentro' con Joe Biden. La primicia de El Confidencial y la franqueza del presidente lituano, Gitanas Nauseda, complicaron la operación.

Más allá de los detalles y los tiempos, lo más lamentable es que no había ninguna necesidad de forzar una persecución de Benny Hill por los pasillos de la OTAN. España lleva ya muchos años sin tener una importancia estratégica para Washington —concretamente, desde el giro atlantista de Aznar, que acabó regular— y no hay grandes explicaciones coyunturales. Se han dicho muchas cosas, pero todas tienen puesto el prisma madrileño. Gobernar con un partido de extrema izquierda como Podemos no es algo a lo que le hayan dado demasiada importancia nunca en el Departamento de Estado. Y menos hoy, cuando en el seno del Partido Demócrata hay posiciones que no son tan distintas. Ya me dirán cuáles son las diferencias insalvables entre Yolanda Díaz y Alexandria Ocasio-Cortez.

No había ninguna necesidad de forzar un encuentro de pasillo con Joe Biden

Para entender que el problema viene de largo, no hay más que comparar la agenda de viajes de los últimos presidentes y secretarios de Estado americanos. Hillary Clinton, la secretaria que pulverizó la marca de kilómetros realizados en viajes oficiales, pasó menos de 24 horas en España. Mientras, viajó decenas de veces a encontrarse con sus principales socios y se prodigó por otras latitudes incansablemente. Por ejemplo, estuvo tres veces en Tailandia, tres en Camboya, tres en Vietnam, dos en Perú, dos en Myanmar, dos en Nigeria, dos en Marruecos, dos en Kenia, dos en Liberia… Incluso naciones diminutas como Serbia, Kosovo o Georgia recibieron más atenciones que España.

La diplomacia americana, por cierto, no te premia con su atención cuando no das problemas. Más bien al contrario, le sucede como a los padres: que le dedican más tiempo a los niños problemáticos. Cuando realmente hay algo que tratar, presidentes y secretarios se sientan con dictadores teocráticos, exguerrilleros maoístas o presidentes perseguidos por corrupción. Ayer mismo, Biden pasó un buen rato con uno de los tipos más díscolos del panorama actual: el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en lo que sí fue una auténtica reunión bilateral. “Es importante continuar trabajando juntos de manera constructiva cuando hay oportunidad, y también áreas en las que tenemos un fuerte desacuerdo”, dijo días antes la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, subrayando que se trataba de “una prioridad” de la primera visita al extranjero del presidente estadounidense.

Si no hay interés por hablar de tú a tú con España, no es porque nos portemos mal o hayamos hecho algo que disguste al Tío Sam, sino por pura irrelevancia. “En las reuniones solo sacan el bolígrafo cuando hablamos de América Latina. Es el único asunto en el que aún tenemos algo de peso. Lo hemos perdido del todo con Oriente Medio, en Europa tienen interlocutores más importantes que nosotros, en el norte de África nos consideran un actor muy secundario... y en el resto del mundo no existimos”, resume un diplomático que trabajó durante años en la embajada española de Washington.

La falta de interés hace que los sucesivos gobiernos se limiten a evitar problemas

Los problemas de fondo son muchos y tratarlos en serio es una misión que viene grande a las páginas de este blog. Pero hay algunos que se repiten en casi todos los análisis. 1) España no tiene definido su papel en el mundo y se queda casi siempre en ningún sitio. 2) La falta de interés por la política exterior hace que los sucesivos gobiernos se limiten a evitar meterse en problemas. 3) Una vez pasada la Transición y el viento a favor de una nueva democracia presentándose al mundo, no se ha vertebrado nada a largo plazo. 4) Mientras, los constantes giros de timón (nos levantamos europeístas, nos acostamos atlantistas y al día siguiente retiramos las tropas de Irak) dejan desorientados a nuestros socios. 5) Carecemos de los instrumentos para hacerlo mejor porque nadie se atreve a abordar la reforma que necesitan el cuerpo diplomático y el propio ministerio desde hace ya décadas. 6) Por si fuera poco, ha habido que concentrar los esfuerzos en combatir la propaganda independentista. “No había más remedio que ir país por país asegurándose el apoyo explícito de todos los gobiernos. Pero en diplomacia cada favor que pides te debilita. Cuando te ves obligado a hacer algo como lo que tuvo que hacer Borrell, obviamente no sale gratis”.

En los últimos años, se han puesto de moda lo que un exembajador llama “las grandes descripciones del mundo”, que están bien como punto de partida, pero no resuelven la gran cuenta pendiente: qué tiene que hacer España y cuáles son nuestros intereses más básicos como país. En definitiva, hay que preguntarse cuáles son nuestros objetivos finales cuando decimos que nuestra prioridad en política exterior es oponerse a la pena de muerte en el mundo, defender las libertades o practicar la diplomacia feminista. ¿Sirve eso para asegurarse el suministro energético, para compartir información sobre seguridad o defender los intereses de tus empresas estratégicas? La pregunta es la misma que dejan los 29 agónicos segundos compartidos ayer por Biden y Sánchez: ¿es política exterior o es 'marketing' de consumo interno?

Si los 29 segundos que duró el paseo de Pedro Sánchez y Joe Biden por un ‘hall’ de Bruselas fueron un “encuentro entre homólogos”, cualquier conversación de ascensor o de retrete que se produjese ayer en ese edificio podría definirse como 'cumbre de Estado'. O como 'summit', si les parece más fino. Se tarda más en leer el primer párrafo de una de esas largas piezas analizando los temas que se supone que iban a tratar que en visualizar el trayecto entero. Ahora intenten encontrar una sola frase en la prensa americana sobre lo que sea que ocurrió ayer. No es que la 'cita' no estuviese en las agendas oficiales de la Casa Blanca, es que no existió a ningún efecto.

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