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China impone sanciones económicas por mucho menos que invadir un país
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Ángel Villarino

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China impone sanciones económicas por mucho menos que invadir un país

El gobierno chino lleva años practicando sus propias sanciones económicas por motivos mucho menos graves que la invasión de un país. En España nadie se atreve a traspasar las líneas rojas de Pekín

Foto: Xi Jinping, junto a Vladímir Putin. (Kenzaburo Fukuhara/Pool/Getty)
Xi Jinping, junto a Vladímir Putin. (Kenzaburo Fukuhara/Pool/Getty)
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Rushan Abbas y Abdulhakim Idris están de gira por Europa y han pasado unos días en Madrid esta semana. Son dos de las voces más reconocibles del “genocidio uigur” (minoría musulmana en China) pero no los están recibiendo en ningún sitio. No hubo apretones de manos. Ninguna foto oficial. Solo un grupo de alumnos de la Universidad Autónoma les dedicó un rato el lunes por la mañana. Proyectaron un documental e hicieron un foro de debate después. Los estudiantes no se podía creer lo que acababan de ver en la pantalla. ¿Un programa de exterminio en el siglo XXI? ¿Campos de concentración en tiempos de Tik Tok?

Abbas e Idris no se separan de sus maletines negros ni cuando salen a comer. Dentro están sus portátiles, con gigas de información sensible. Tratan de crear una base documental alrededor de la desaparición de sus propios familiares (entre otros, la hermana de Rushan o los padres de Abdulhakim). Quieren demostrar que el gobierno chino está aislando en centros penitenciarios a cientos de miles de personas para sacar de circulación a todo aquel que no agache la cabeza y se resista a la asimilación cultural. Oficialmente, se trata de un proceso de "reeducación" para prevenir el fanatismo islamista y el terrorismo. Resulta casi imposible verificar las denuncias (algunas, como el tráfico de órganos 'halall', dificiles de digerir) porque la región de Xingjiang -la más grande de toda China- está aislada. Una cárcel de 1,665 millones km², más de tres veces el tamaño de España.

Foto: Activistas musulmanes, en Turquía, protestando contra los abusos de China contra los uigures en Xinjiang. (Reuters)

Que nadie quiera escuchar a Abbas e Idris no es un problema español. Los países que se atreven a tratar con los activistas uigures se cuentan con los dedos de una mano. El motivo es que el Partido Comunista Chino castiga con severidad a todo aquel que cruce sus líneas rojas: Xingjiang, Tíbet, Taiwán, activismo político… Por usar un término en boga, se trata de una cancelación total. No consiste solo en silenciar sus reclamaciones, sino que hay que ignorar su propia existencia para no enfadar al gigante. Como afirma un experto en desinformación: "Mientras Rusia se esfuerza para difundir sus narrativas, China trabaja para suprimir el debate de raíz". La presión que ejerce Pekín por vías diplomáticas y comerciales ha llevado a que, por ejemplo, no haya ahora mismo ni un solo país musulmán en el planeta al que le importe el destino de los alrededor de diez millones de uigures que viven en China.

Ni siquiera Turquía -los uigures son una etnia turcomana y hay una amplia comunidad allí- se atreve ya a rechistar. Es más, Erdogán está accediendo a deportar solicitantes de asilo de vuelta a China. La Liga Árabe ha llegado aún más lejos y se ha posicionado abiertamente a favor de Pekín. “Aparece una viñeta de Mahoma en un país occidental y se producen disturbios durante varias semanas, pero cuando los chinos destruyen todos los símbolos islámicos no le importa a nadie. ¡Han llegado a reescribir el Corán, la mayor blasfemia posible, y a nadie le parece mal!”, se queja Idris.

Los representantes diplomáticos de Taiwán sufren desde hace años un trato similar. En España no es que no les reciban, es que ni siquiera les cogen el teléfono ni responden a sus emails en el ministerio de Exteriores. Ningún político de ningún partido quiere asumir el riesgo de ser visto o fotografiado en la sede oficial de Taipéi, a dos pasos de la Castellana. Nadie quiere exponerse a protagonizar un informe desfavorable redactado en la embajada china. El gigante asiático se ha consolidado en los últimos meses, por cierto, como el principal proveedor de España, por delante de Francia y Alemania.

Pekín se ha asegurado de demostrar qué ocurre cuando un país que no sea Estados Unidos se atreve a hacer un gesto que les resulte desagradable. En 2010 sancionó económicamente a Noruega después de que el jurado del Premio Nobel de la Paz (cuya sede está en Oslo) decidiese otorgar el galardón al disidente encarcelado Liu Xiaobo. En 2020 bloqueó las importaciones agrícolas de Australia cuando su gobierno apoyó una investigación internacional sobre los orígenes del coronavirus.

Foto: La embajadora de Australia en España, Sophia McIntyre. (Carmen Castellón)
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Pero la demostración de fuerza más aplastante es la que está ejerciendo con Lituania, nación diminuta (menos de tres millones de habitantes) que cometió el sacrilegio de aceptar ‘de facto’ la apertura de una embajada taiwanesa en su capital. El gobierno chino anunció en la prensa oficial (Global Times) que el pequeño país báltico sería aplastado “como un ratón, o como una pulga, bajo el pie de un elefante que pelea”. Pekín ordenó un bloqueo económico a sus empresas y suspendió importaciones y exportaciones. Incluso los productos o insumos ya abonados por compradores lituanos fueron retenidos en los puertos chinos. Se trata de un quebranto importante para la economía del país, especialmente en su cadena de valor tecnológica.

En un escenario previo a la unidad mostrada con la guerra de Ucrania, la Unión Europa salió tímidamente en defensa de Lituania, pero lo hizo sin tomar acciones concretas. Un ‘deeply concerned’ que se limitó a quejarse ante la Organización Mundial del Comercio asegurando que las sanciones chinas eran “ilegales y discriminatorias”. Theresa Fallon, analista de un centro especializado en Rusia y Asia, lo resume así: “Por usar un proverbio chino, están matando el pollo para asustar al mono, particularmente al mono alemán (...) Muchos líderes europeos están mirando a Lituania y diciendo: Dios mío, no vamos a hacer nada que enfade a China”.

A estas alturas, todo el mundo es consciente de que China puede imponer sanciones económicas por mucho menos que invadir un país.

Rushan Abbas y Abdulhakim Idris están de gira por Europa y han pasado unos días en Madrid esta semana. Son dos de las voces más reconocibles del “genocidio uigur” (minoría musulmana en China) pero no los están recibiendo en ningún sitio. No hubo apretones de manos. Ninguna foto oficial. Solo un grupo de alumnos de la Universidad Autónoma les dedicó un rato el lunes por la mañana. Proyectaron un documental e hicieron un foro de debate después. Los estudiantes no se podía creer lo que acababan de ver en la pantalla. ¿Un programa de exterminio en el siglo XXI? ¿Campos de concentración en tiempos de Tik Tok?

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