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La otra lección para Putin es que China tiene la bolsa del dinero... y también las pistolas
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Ángel Villarino

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La otra lección para Putin es que China tiene la bolsa del dinero... y también las pistolas

Asia Central es el mejor lugar para escenificar la nueva relación entre dos gigantes que han mantenido durante décadas un equilibrio de poderes que los rusos ya no pueden sostener

Foto: El presidente chino, Xi Jinping, el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente mongol, Ukhnaa Khurelsukh. (EFE/EPA/Sputnik/Alexandr Demyanchuk)
El presidente chino, Xi Jinping, el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente mongol, Ukhnaa Khurelsukh. (EFE/EPA/Sputnik/Alexandr Demyanchuk)
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Durante varios años se dio por cierto eso de que “China tiene la bolsa del dinero y Rusia las pistolas” a la hora de explicar el equilibrio de fuerzas entre dos de los tres países más extensos del mundo (entre medias queda Canadá, que supera a China por muy poco). La desastrosa invasión de Ucrania obliga ahora a renovar el refrán y consolida la percepción de que Pekín ya tiene en su poder las dos cosas: el dinero y las pistolas.

No hay mejor sitio para escenificar esta nueva realidad que Asia Central, donde se ha producido el encuentro entre Vladímir Putin y Xi Jinping. El presidente ruso acudió a la cita admitiendo que su “viejo amigo” tiene “preguntas y preocupaciones” acerca de la guerra. Después, en la comparecencia conjunta, hubo sonrisas y unas —muy medidas— expresiones de apoyo mutuo frente a Estados Unidos, con menciones concretas a las sanciones occidentales y a Taiwán. En realidad, no han cambiado demasiado las cosas desde que estalló el conflicto. China continúa asumiendo parte de la narrativa del Kremlin sobre las responsabilidades de la guerra, al tiempo que sigue mostrándose ambigua en las cuestiones más prácticas, negándose sobre todo a cualquier tipo de cooperación militar o tecnológica.

Foto: Vladímir Putin, junto a Xi Jinping. (Getty/Kenzaburo Fukuhara)

Pero hay otras lecturas que hacer. En una cita previa con el presidente kazajo, Kassym-Jomart Tokayev, Xi remarcó que su país siempre respaldará “la independencia, la soberanía y la integridad territorial” de Kazajistán. La frase quizá no tiene demasiado significado para nosotros, pero sí para los nacionalistas rusos, que han jugado mucho estos meses con la idea de que grandes extensiones de Asia Central, especialmente el norte de Kazajistán, están destinadas a acabar volviendo a formar parte de su país. El mensaje de Xi también tiene significado para los kazajos, abiertamente consternados por la invasión de Ucrania. Sus ciudadanos han dado muestras públicas de ello, por ejemplo, abucheando a los turistas rusos que se adentraban por su frontera norte con la famosa 'Z' en la chapa del automóvil.

Tal y como le van las cosas a Putin, no parece que los kazajos tengan motivos objetivos para preocuparse, pero es un hecho que Xi Jinping no demuestra tanta sensibilidad con las angustias existenciales de Moscú cuando el área de influencia no se disputa con las potencias occidentales, sino con su propio país. Igual que es evidente que la pérdida de poder regional de Moscú se está acelerando tanto en su flanco sur como lo ha venido haciendo en el occidental. El reparto del botín exsoviético —como ha pasado siempre con los imperios en la última etapa de su decadencia— se intensifica ahora que en el vecindario empieza a quedar claro que Rusia no tiene ni el dinero ni tampoco las pistolas. La OTAN avanza por el oeste, sí, pero China avanza por el sur y Turquía desde el Cáucaso.

Foto: Putin y Xi, en su encuentro anterior en febrero de 2022. (Reuters)

Un analista experto en la región matiza que a Moscú nunca le ha preocupado tanto Asia Central como Ucrania o Bielorrusia, a pesar de que se trata de países con enormes riquezas naturales. No son comparables, dice, porque los lazos culturales y sentimentales no son los mismos, pero también porque las repúblicas exsoviéticas de la región miran con enorme recelo la alternativa, China, al revés de lo que ha sucedido en Kiev con Occidente. Digamos que no hay una corriente de simpatía prochina en Kazajistán, pero tampoco en Turkmenistán, Uzbekistán… y mucho menos en Kirguistán. Hay miedo a quedar aplastados por la demografía y el poder de China. Ni siquiera a la hora de hacer negocios se han abierto de brazos, conscientes de que tienen mucho que perder con una zona de libre comercio.

Pero eso no significa que China no esté penetrando y que no esté determinada a hacerlo cada vez más, incluso en temas de seguridad, aprovechando la excusa del terrorismo, como hace en Xingjiang con las minorías kirguizas. Pekín, de momento, no desafía abiertamente el rol de Moscú, pero sus líderes ya se permiten actuar de tú a tú en la región. A pesar de la estabilidad y continuidad que el gigante asiático ha proyectado en sus relaciones a lo largo de los últimos años, hay motivos para pensar que pueden llegar tiempos turbulentos. Ya solo queda un mes para el congreso en el que Xi Jinping pretende asentar las bases de su próximo mandato y aferrarse al cargo. Con la economía en plena desaceleración, la capital paralizada en los preparativos y un creciente hastío frente a medidas anticovid cada vez más extremas, la cosa es más volátil de lo que ha sido en mucho tiempo. Y la historia demuestra que China es una civilización muy tranquila... excepto cuando deja de serlo.

Durante varios años se dio por cierto eso de que “China tiene la bolsa del dinero y Rusia las pistolas” a la hora de explicar el equilibrio de fuerzas entre dos de los tres países más extensos del mundo (entre medias queda Canadá, que supera a China por muy poco). La desastrosa invasión de Ucrania obliga ahora a renovar el refrán y consolida la percepción de que Pekín ya tiene en su poder las dos cosas: el dinero y las pistolas.

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