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Macron y la "clásica paletada" de que España ocupe el espacio de Italia
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Ángel Villarino

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Macron y la "clásica paletada" de que España ocupe el espacio de Italia

La idea de que España puede ocupar el espacio de Italia en el podio europeo ha vuelto a sobrevolar el ambiente estos días. Macron está mucho más cómodo con Sánchez que con Meloni

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el presidente francés, Emmanuel Macron. (EFE/Andreu Dalmau)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el presidente francés, Emmanuel Macron. (EFE/Andreu Dalmau)
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Incluso antes del calamitoso sorpaso de Zapatero en 2008, la pretensión de adelantar a Italia, de ocupar su espacio, ha estado siempre ahí. El razonamiento se hace a veces con tono excluyente, como si no se pudiese invitar a dos primos a la misma boda. Este sentimiento, que un embajador en activo define como "la clásica paletada", ha vuelto a sobrevolar el ambiente antes y durante la cumbre bilateral con Francia de esta semana. Ocurre que la prensa francesa, y el propio Elíseo, ha estado jugueteando con ello. Es verdad que Macron ha escogido Barcelona, y no Roma o Milán, para hacerse la foto que le conviene y lanzar el mensaje que anda buscando: quiere cerrar su ciclo con una alianza sureña para construir una Europa más estatal, más a la francesa, que financie proyectos industriales estratégicos, como hace Estados Unidos, que eleve el gasto público, que desabroche los corsés (cada vez menos apretados) de los vecinos del norte, que tenga una respuesta común en la guerra de Ucrania

A Macron le conviene dejarse ver con Sánchez por algunos motivos que no tienen demasiado que ver con nuestras neurosis habituales, y por otros que sí. El primero se llama Giorgia Meloni. Más allá de lo que esté pasando realmente en Italia desde que Fratelli d’Italia llegó al poder, el presidente francés está obligado a marcar distancias. Recordemos que está ahí tras haber construido de cero un proyecto político que se presenta ante los franceses como única alternativa al populismo. Una profecía autocumplida, por otra parte. Porque ahora mismo es exactamente eso: no hay alternativa a Macron. En cualquier caso, se trata de un rasgo tan identitario que ni siquiera se puede sacrificar en el altar de la realpolitik, al menos de cara al público.

Foto: Pedro Sánchez y Emmanuel Macron, durante la ceremonia de la firma del Tratado de Barcelona. (Reuters/Bruna Casas)

Es evidente que el relato le viene bien también al Gobierno español. El miedo a la extrema derecha y a Vox es una de las tres grandes bazas con las que cuenta para tratar de remontar las encuestas en el ciclo electoral que comienza en mayo. Y además rima con otra de las tres presuntas balas de plata, la del prestigio (real y hasta cierto punto merecido) de Sánchez en Europa, una carta que la presidencia europea debería agrandar. El presidente del Gobierno, en esto bien flanqueado por Ribera, Calviño y por un Albares cuya experiencia diplomática previa al ministerio pasa por París, firma un tratado de amistad con Francia cuya importancia no puede negarse, aunque habrá que ver en qué se concreta después. El tercer as en la manga, el del cambio de tendencia económica, también viene de fuera.

Los veteranos en Bruselas, que son gente muy descreída, recuerdan que todo este juego es más viejo que el hilo negro. Macron, insisten, nunca va a priorizar a nadie por delante de Alemania. "Normalmente, Francia usa a España o a Italia para volver a acercarse a Berlín cada vez que las relaciones se enfrían". Dejando a un lado la coyuntura actual y el teatro Meloni, Italia viene justo después en su lista de prioridades. Roma sigue teniendo una industria más potente, una diplomacia más engrasada y un tamaño significativamente mayor. Y, paradójicamente, su presencia en la UE está pasando por un momento dulce después de haber colocado a decenas de cargos importantes en puestos clave. "Institucionalmente, Italia parece la nueva Alemania". Pero además es que Meloni no está haciendo nada para aislarse de los demás. Más bien al contrario: desde antes de llegar al poder se esfuerza por homologarse con la derecha tradicional en el extranjero.

Foto: El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell (i), y el ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Albares (d). (EFE/Alejandro García)

Lejos de la mirada inquisitorial de Macron, Italia aspira a ocupar espacio en dos terrenos. El primero, el de las relaciones diplomáticas y energéticas privilegiadas con Argelia, era nuestro y ahora es básicamente suyo, lo que de paso les ha hecho ganar peso en el Mediterráneo. El segundo, el del este de Europa, es un ascua a la que algunos predecesores de Albares intentaron acercar la sardina. Recordemos que el país que más peso ha ganado en la UE en 2022 es Polonia. Y mucho se tienen que torcer las cosas para que no lo siga siendo en 2023.

Incluso antes del calamitoso sorpaso de Zapatero en 2008, la pretensión de adelantar a Italia, de ocupar su espacio, ha estado siempre ahí. El razonamiento se hace a veces con tono excluyente, como si no se pudiese invitar a dos primos a la misma boda. Este sentimiento, que un embajador en activo define como "la clásica paletada", ha vuelto a sobrevolar el ambiente antes y durante la cumbre bilateral con Francia de esta semana. Ocurre que la prensa francesa, y el propio Elíseo, ha estado jugueteando con ello. Es verdad que Macron ha escogido Barcelona, y no Roma o Milán, para hacerse la foto que le conviene y lanzar el mensaje que anda buscando: quiere cerrar su ciclo con una alianza sureña para construir una Europa más estatal, más a la francesa, que financie proyectos industriales estratégicos, como hace Estados Unidos, que eleve el gasto público, que desabroche los corsés (cada vez menos apretados) de los vecinos del norte, que tenga una respuesta común en la guerra de Ucrania

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