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"La geopolítica es así": la trampa para cazar osos y defender lo indefendible en Ucrania
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Ángel Villarino

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"La geopolítica es así": la trampa para cazar osos y defender lo indefendible en Ucrania

El rechazo a la causa ucraniana ha aumentado del 9 al 40 por ciento en el último año entre los votantes del Partido Republicano, que utiliza argumentos parecidos a los de Podemos en España

Foto: Joe Biden y Volodimir Zelenski. (EFE)
Joe Biden y Volodimir Zelenski. (EFE)
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"La geopolítica no va de buenos y malos". El argumento lo ha usado Pablo Iglesias, la congresista trumpista Marjorie Taylor Green y decenas de políticos y comentaristas occidentales que tratan de marcar distancias ante la postura oficialista en Ucrania. Es una manera muy tosca de agarrarse al realismo en las relaciones internacionales para llegar a la conclusión de que la ideología es solo un pretexto, propaganda en defensa de los intereses de un imperio, de una superpotencia o de una élite corrupta. "Esta es una guerra imperialista de Estados Unidos en suelo europeo" (...) "Kiev es una marioneta de EEUU" (...) "Es un problema europeo que está financiando el pueblo americano". Cosas así.

La mercancía se vende bien porque eleva la mirada por encima del lenguaje artificial y empalagoso de la diplomacia y pone a quien la pronuncia en un plano de superioridad analítica frente a la ingenuidad del rebaño. ¿A quién no le gusta sentirse más perspicaz que el resto o descifrar la realidad que esconde la propaganda? Es también la mirada del intelectual rebelde en la Guerra Fría que, en las últimas décadas, se ha reciclado una y otra vez para comentar transformaciones económicas, conflictos bélicos, revueltas, levantamientos populares…: "No se dejen engañar, esto no va de democracia, esto va de petróleo" (...) "No se dejen engañar, esto no va de islamismo, esto va de controlar Asia Central" (...) "No se dejen engañar, esto no va de libertad, esto va de erosionar a China" (...) "No se dejen engañar, esta es una guerra de las élites globales para defender sus intereses".

Foto: Protesta en Boston contra la OTAN. (EFE/CJ Gunther)

En términos globales, es casi irrelevante lo de que opine un pequeño partido, minoritario en la coalición de un gobierno europeo con influencia limitada y un ejército muy débil. Mucho más grave es que la idea esté calando entre un porcentaje creciente de votantes estadounidenses. Esta semana, Argemino Barro recordaba en El Confidencial que el rechazo a la causa ucraniana ha crecido del 9 al 40 por ciento entre los votantes republicanos. Muchos de sus políticos, así como los medios de comunicación afines, lo han convertido en uno de los ejes del argumentario, alineándose una vez más con las posturas más a la izquierda del Partido Demócrata.

Las explicaciones con mapas históricos, áreas de interés, nexos energéticos y recursos estratégicos son interesantes y casi siempre despejan una parte de la ecuación. El problema es cuando se tratan de imponer como único elemento de análisis, reduciendo al absurdo todo lo demás, emborronando la foto general, y privando de identidad a los protagonistas. En este caso, a los ucranianos, a quienes se retrata como marionetas que bailan al son de oscuros intereses que solo unos pocos iluminados son capaces de descifrar.

Foto: Un hombre camina frente a un edificio destruido en Mariúpol, en diciembre de 2022. (EFE/Sergei Ilnitsky)

En el fondo, la geopolítica no es tan diferente a cualquier otra esfera de confrontación. Es evidente que no se pueden desligar los intereses estratégicos de Estados Unidos de su decisión de apoyar con una lluvia de millones a Ucrania, de la misma manera que no se pueden desligar las propuestas de un partido político de los votos que trata de cosechar al proponerlas, o de los grupos de presión de los que depende, de los intereses de quienes defiende o representa. Pero eso no quiere decir que no construyan su mensaje alrededor de una visión ideológica de la realidad y del mundo.

Dejar fuera la confrontación de valores se convierte muchas veces en un truco dialéctico para defender lo indefendible. Y quienes insisten en agarrarse al realismo crudo cuando explican el mundo son muy a menudo los mismos que hacen lo contrario cuando explican su país. Es incoherente defender la realpolitik para, acto seguido, interpretar la política doméstica como una lucha entre el bien y el mal; ya sea entre el fascismo y el pueblo, o entre el orden natural y la perversión woke. Porque, en el fondo, están recurriendo al realismo para reforzar su visión. Y en eso consiste precisamente la trampa, en agarrarse al argumento de que "la geopolítica es así" para imponer sus propias ideas, su propia mirada... idealista.

Foto: MQ-9 Reaper Block 5 en vuelo. (General Atomics)

Hay muchas formas legítimas de explicar el mundo y sus equilibrios a través de los valores compartidos por grupos de personas. Tantas como mapas, interpretaciones históricas alambicadas y áreas de influencia. En realidad, se trata de un diálogo constante entre ambas esferas. La manera en la que votan los japoneses, los surcoreanos o los taiwaneses, la manera en la que se ha transformado el sentimiento nacional ucraniano en las últimas décadas, la manera en la que se lanzaron a la calle los egipcios, los tunecinos o los hongkoneses. La manera en la que los soldados afganos o iraquíes decidieron abandonar el fusil a la primera oportunidad, incluso la manera en la que la población europea se ha inclinado a cerrar filas con la OTAN son tan reales como los esfuerzos por controlar el petróleo, el gas, el territorio o la seguridad estratégica. Y están interconectadas.

De igual modo, si los regímenes de China, Irán, Cuba o Venezuela —pero también democracias en derivas autoritarias como México, India o Turquía— coquetean con Putin no es solo por un concierto de intereses, sino también por una cuestión de afinidad, por el consenso al señalar enemigos externos, por su manera de entender las relaciones de poder y la sintonía personal entre sus líderes. Incluso en las alianzas más contra natura, como las tejidas entre Estados Unidos y Arabia Saudí, la tensión ideológica es un problema y una amenaza diplomática constante. El cálculo frío es importante, pero las expectativas y las emociones de la gente, también.

"La geopolítica no va de buenos y malos". El argumento lo ha usado Pablo Iglesias, la congresista trumpista Marjorie Taylor Green y decenas de políticos y comentaristas occidentales que tratan de marcar distancias ante la postura oficialista en Ucrania. Es una manera muy tosca de agarrarse al realismo en las relaciones internacionales para llegar a la conclusión de que la ideología es solo un pretexto, propaganda en defensa de los intereses de un imperio, de una superpotencia o de una élite corrupta. "Esta es una guerra imperialista de Estados Unidos en suelo europeo" (...) "Kiev es una marioneta de EEUU" (...) "Es un problema europeo que está financiando el pueblo americano". Cosas así.

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