Takoma
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La tragedia de ser hombre en Rusia o el problema sin solución de Vladímir Putin
En 2019, la esperanza de vida para un adolescente varón ruso era similar a la de un coetáneo de Haití o Afganistán. El covid y la guerra ha desplomado aún más sus expectativas. El problema trasciende la demografía
La escena tiene lugar en un bar de Omsk a media tarde. Un grupo de extranjeros, recién llegados de un país balcánico, ocupa una mesa. “Al principio no nos dimos cuenta de lo que pasaba, pero habíamos notado algo extraño en el ambiente. Al final, mi jefe cayó en la cuenta de que solo había un hombre en todo el local, un señor muy anciano. El resto eran mujeres. Tampoco es que estuviese lleno, pero había bastantes mujeres”.
La ausencia de hombres jóvenes en las calles y lugares públicos es una de las cosas que más impactan a los pocos testigos extranjeros de lo que pasa en Rusia estos días. Sorprende desde que estalló la guerra, pero sobre todo desde que el Gobierno empezó a reclutar a población civil para enviarla a Ucrania. La desaparición se percibe de manera menos intensa en Moscú y San Petersburgo y resulta mucho más evidente en ciudades pequeñas y medianas, sobre todo en provincias alejadas de los centros de poder. El diario británico The Times publicó en enero un reportaje sobre cómo los burdeles de las ciudades habían quedado desiertos y sus propietarios intentaban remediarlo bajando precios y convirtiendo sus clubes de alterne en "locales familiares". En uno de ellos habían vestido a las prostitutas con los colores de la bandera ucraniana, animando a los clientes a “dominarlas”.
La guerra ha empeorado drásticamente uno de los problemas más serios que afronta el país: el desplome demográfico. Mientras que la natalidad está en los niveles de cualquier país desarrollado (1,5 hijos por mujer), la mortalidad —sobre todo la masculina— es propia del Tercer Mundo. En 2019, antes del covid y la guerra, la esperanza de vida de un ruso de 15 años era una de las peores del mundo, similar a la de coetáneos de lugares infinitamente más pobres, como Haití o Afganistán. Y por debajo de Siria, Yemen o Bangladés, tres de los rincones más hostiles del planeta. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el adolescente varón ruso medio no tiene más que cinco décadas de vida por delante.
No es un problema nuevo. Desde la caída de la URSS, Rusia ha experimentado una de las mayores debacles demográficas modernas. Desde 1992 a 2021, la ratio entre nacimientos y fallecimientos fue una de las más descompensadas del planeta (por cada 100 personas nacidas, murieron 137 personas). Este estudio del AEI asegura que, en términos absolutos, el único país que ha sufrido una caída similar tras la II Guerra Mundial fue la China de Mao durante el desastroso Gran Salto Adelante. “En relación con la población total preexistente, el exceso acumulado de muertes sobre nacimientos de Rusia ha sido proporcionalmente mucho mayor que este episodio más breve y extremo de China”, comentan los autores del informe. Una última cifra: Rusia es la undécima economía del mundo, pero aparece en el puesto 96º en el ranking de esperanza de vida (y eso sin distinguir por sexos).
Elevar la tasa de natalidad y frenar la mortalidad, especialmente entre los hombres, ha sido una de las grandes obsesiones de Vladímir Putin en los últimos años. Habían conseguido algunos logros: reducir el número de abortos, atraer bolsas de extranjeros -por ejemplo, centroasiáticos- a un país muy poco atractivo para los flujos migratorios… Entre 2009 y 2014, incluso se logró revertir ligeramente el descenso, añadiendo un millón de personas a los censos oficiales, una cifra en cualquier caso muy discutida por los organismos internacionales. Tampoco es una casualidad que la anexión de Crimea se presente con frecuencia con un gráfico que muestra cómo aumentó de golpe en 2014 la población total. Putin suele hablar de demografía en sus discursos, subrayando el peligro existencial que acecha al pueblo eslavo, y ha puesto en marcha varios planes para tratar de revertirlo. El último, a finales de año pasado. En septiembre de 2021, hizo una extraña proyección según la cual habría ya 500 millones de rusos en el mundo si no fuese por la desintegración del Imperio primero y de la Unión Soviética después.
Rusia alcanzó su pico demográfico en 1993, rozando los 149 millones de personas. A principios de 2022, ya había caído hasta los 145 millones. Se trata de un descenso de apenas el 2%. Pero, en el mismo periodo, la población de Estados Unidos creció un 33% y la de España casi un 20%. Las proyecciones para Moscú a partir de aquí son aterradoras y ni las más optimistas pronostican que Rusia esté entre las 20 naciones más pobladas del planeta al entrar en 2100, a pesar de ser el país más extenso del mundo.
Se ha escrito mucho sobre las altísimas tasas de mortalidad de los hombres rusos en tiempos de paz. Se achacan al pésimo sistema de salud, a su complicada distribución territorial, a la violencia, el alcoholismo, el estilo de vida, las enfermedades cardiovasculares, los homicidios, los suicidios, la contaminación, la dieta, los accidentes… Pero nada de eso termina de explicar del todo el fenómeno. “Teniendo en cuenta los niveles de renta y educación de los rusos, su tasa de mortalidad es increíblemente más alta de lo esperado”, asegura el citado informe del AEI.
La situación ha degenerado mucho desde el estallido de la pandemia. El exceso de mortalidad registrado en Rusia fue uno de los más altos del planeta (entre 1,2 y 1,6 millones), con la agravante de que su pirámide poblacional no partía con tantos ancianos como la de otros países occidentales o asiáticos. Si damos por buenas las cifras de ambos países, el covid segó más vidas en Rusia que en Estados Unidos, a pesar de que la población de la primera potencia mundial es más del doble.
La guerra es la última de las plagas que han caído sobre el hombre ruso. Más allá de las decenas de miles de bajas en combate, se estima que entre 500.000 y un millón de personas —la mayoría hombres— han abandonado el país. Esto es algo que salta a la vista en lugares de acogida, como Belgrado, donde el mercado inmobiliario ha enloquecido desde que estalló la guerra. En sus bares se encuentra un porcentaje de los hombres rusos que faltan en Rusia, especialmente los más formados: aquellos con recursos económicos o profesiones que les permiten huir de las levas obligatorias. No se trata solo de los soldados muertos en combate, de los heridos, de los huidos y los que se esconden. La situación de incertidumbre, el alejamiento del hogar, etcétera, hacen que cientos de miles de rusos estén renunciando a sus planes de formar una familia en su país.
A partir de aquí, los problemas crecen y se ramifican en una sociedad condenada a sufrir los estertores de un imperio y un giro militarista y autoritario. Están cayendo drásticamente los niveles de educación, disminuye la edad de entrada al mercado laboral, aumenta la escasez de trabajadores —en sectores donde se requiere formación técnica, pero también en trabajos de baja remuneración—. La propia estructura del empleo público está mutando rápidamente, añadiendo gasto improductivo (ejército, policía…) y reduciendo el gasto productivo (educación, sanidad). Se trata de problemas que provocan desequilibrios graves en cualquier país, pero que pueden hacer inviable el sostenimiento de un territorio con más de 17 millones de kilómetros cuadrados. Los historiadores recuerdan que el imperio ruso ha vivido cíclicamente entre crisis demográficas provocadas por sus convulsiones militares y políticas. Pero la pirámide poblacional actual no tiene nada que ver con, por ejemplo, la que precedió a la Segunda Guerra Mundial.
En definitiva, hay pocas cosas peores que ser hombre en Rusia. Un grado de tragedia difícil de igualar, salvo que seas un hombre en Ucrania.
La escena tiene lugar en un bar de Omsk a media tarde. Un grupo de extranjeros, recién llegados de un país balcánico, ocupa una mesa. “Al principio no nos dimos cuenta de lo que pasaba, pero habíamos notado algo extraño en el ambiente. Al final, mi jefe cayó en la cuenta de que solo había un hombre en todo el local, un señor muy anciano. El resto eran mujeres. Tampoco es que estuviese lleno, pero había bastantes mujeres”.
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