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Un país premia a los ancianos y otro los castiga: ¿dónde está el truco?
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Ángel Villarino

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Un país premia a los ancianos y otro los castiga: ¿dónde está el truco?

Japón y Corea del Sur tienen modelos de desarrollo casi idénticos y una cultura muy similar. Sin embargo, la brecha intergeneracional está totalmente invertida. ¿Cómo es posible?

Foto: Algunas mujeres mayores con escasos recursos se ven abocadas a la prostitución en Corea del Sur. (Getty Images/Woohae Cho)
Algunas mujeres mayores con escasos recursos se ven abocadas a la prostitución en Corea del Sur. (Getty Images/Woohae Cho)
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Hay pocos países que se asemejen tanto como Japón y Corea del Sur. En su nivel de renta y sus indicadores socioeconómicos, pero también en su cultura, en sus tasas de envejecimiento, en su estilo y esperanza de vida, en su sistema político, en sus obsesiones, en sus problemas… En todo menos en la brecha intergeneracional, que aparece invertida a los dos lados del mar. Corea del Sur es el país de la OCDE con más ancianos bajo el umbral de pobreza (lo están casi la mitad de los mayores de 65 años); mientras que Japón es el país en el que los ancianos acumulan un mayor porcentaje de la riqueza total. Dos versiones opuestas de una misma realidad, como si fuesen universos paralelos en una película.

Aunque allí nadie lo llame así, esto de la "generación tapón" es un tema de conversación habitual en Japón mucho antes que en España. Y está alcanzando niveles delirantes. Hace un par de meses, un joven economista que trabaja en la Universidad de Yale, Yusuke Narita, acabó viralizándose y salpicando las páginas del New York Times al proponer que los ancianos "se empiecen a suicidar en masa" en ceremonias rituales (seppuku) para abrir espacio a las generaciones que vienen por detrás. "Es la única solución porque los jóvenes no vamos a poder sostenerlos".

En Corea del Sur, cuatro de cada diez responsabiliza a los jóvenes de sus problemas

Mientas, Corea del Sur es el mundo al revés. Allí, los ancianos sienten que han sido abandonados y la rabia circula en dirección opuesta: cuatro de cada diez responsabiliza a los jóvenes de sus problemas económicos, a pesar de que el 70 por ciento recibe mensualmente dinero de sus hijos. Un porcentaje elevadísimo de la población se ve obligada a trabajar hasta que les resulta físicamente imposible. El 33 por ciento lo sigue haciendo pasados los 70 años. En las calles de Seúl es habitual ver mendigos de la tercera edad, mientras que la prostitución de ancianas en algunos parques es un fenómeno impactante para un país con su nivel de renta.

Aunque las tasas de paro son bajas y los surcoreanos puedan encontrar trabajo con cierta facilidad, los mayores acaban relegados a las profesiones peor pagadas y más duras: limpiadores, conductores de autobús, taxistas, vendedores callejeros, vigilantes de seguridad, dependientes… Su bajo nivel educativo (solo el 20 por ciento están graduados) es una losa en un país obsesionado con la formación. Y como la sociedad está cada vez más envejecida, las autoridades ven cómo el margen de maniobra se achica. Por ejemplo, hace pocas semanas explotó de nuevo el debate sobre la gratuidad de los transportes públicos para los más mayores… porque ya suponen un 30 por ciento de los viajeros. Irá a peor: con la tasa de fecundidad más baja del mundo y cerrados a la inmigración, se calcula que, antes de 2050, el 44 por ciento de los ciudadanos surcoreanos tendrá más de 65 años.

¿Cómo es posible que jóvenes y ancianos vivan realidades tan distintas en lugares tan parecidos? El modelo de desarrollo tampoco sirve como explicación. En sustancia, Corea del Sur se dedicó a copiar y adaptar la fórmula japonesa con unos años de retraso. Eso incluye la idea de instaurar un sistema de pensiones mixto en el que las grandes corporaciones aportan la mayor parte del dinero y el Estado simplemente tutela, complementa y redondea. "Resulta algo más generoso en Japón, pero no hay grandes diferencias", comenta Amadeo Jensana, economista de ascendencia japonesa y director de programas económicos de Casa Asia.

Corea es una exageración de nuestro pasado y Japón una exageración de nuestro futuro

La explicación parece tener mucho más que ver con el ciclo económico, crisis incluidas. Digamos que Corea del Sur es una exageración oriental de nuestro pasado y Japón una exageración oriental de nuestro futuro. Recordemos que el boom de Japón arrancó tras la Segunda Guerra Mundial y se intensificó en los años 60. En las siguientes décadas, los hombres japoneses que se incorporaban al mercado laboral ganaban buenos salarios en empleos muy estables, casi siempre para las grandes corporaciones, mientras las mujeres se quedaban mayoritariamente en casa. Ahorraban mucho, invertían en productos financieros muy rentables y podían comprar propiedades a precios asequibles, viviendas e inmuebles cuyo precio vieron aumentar vertiginosamente hasta que estalló la crisis a principios de los 90. Por el contrario, quienes se incorporaron al mundo laboral en los años posteriores lo hicieron en un país distinto: con peores trabajos, vivienda inaccesible y menos capacidad de ahorro y sacrificio. Quizá porque habían sido educados en un lugar mucho más desarrollado y con más posibilidades de ocio.

El boom surcoreano empezó unos cuantos años después y la década milagrosa coincidió precisamente con el declive de Japón. Con un doloroso tropezón a finales de los 90, el tigre asiático por excelencia ha mantenido una trayectoria ascendente que ha transformado la nación en tiempo récord. En ese ascenso acelerado, quienes pusieron los cimientos del auge económico no llegaron a disfrutarlo: nunca alcanzaron los salarios de sus hijos y, además, se gastaron los ahorros en educarlos y casarlos. Como tampoco crearon un sistema sólido de pensiones, llegaron a la vejez sin ahorros, ni subsidios. El cambio de mentalidad (igual que en Europa, cada vez menos ancianos viven con sus hijos) terminó de hundirlos. Paradójicamente, se han convertido en parte del cóctel anticonceptivo, ya que suponen una carga extra para sus familias.

De esta Historia de dos ciudades a la asiática se pueden extraer unas cuantas moralejas. Quizá la más evidente es que la inercia tiene un peso mucho mayor del que estamos dispuestos a admitir. Ya sea por soberbia o por la necesidad de sentir que controlamos nuestro destino, abordamos los problemas elaborando decenas de teorías, propiciando debates que nos parecen vitales y planteando miles de opciones contrapuestas. Cuando, en realidad, la única diferencia entre algo y su contrario son treinta años de historia y un ciclo económico.

Hay pocos países que se asemejen tanto como Japón y Corea del Sur. En su nivel de renta y sus indicadores socioeconómicos, pero también en su cultura, en sus tasas de envejecimiento, en su estilo y esperanza de vida, en su sistema político, en sus obsesiones, en sus problemas… En todo menos en la brecha intergeneracional, que aparece invertida a los dos lados del mar. Corea del Sur es el país de la OCDE con más ancianos bajo el umbral de pobreza (lo están casi la mitad de los mayores de 65 años); mientras que Japón es el país en el que los ancianos acumulan un mayor porcentaje de la riqueza total. Dos versiones opuestas de una misma realidad, como si fuesen universos paralelos en una película.

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