Takoma
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Sánchez, todo a la vez en todas partes
El presidente del gobierno visitó este viernes la Casa Blanca por primera vez. El contenido del encuentro con Biden fue escaso, pero se pueden hacer tantas digresiones como minutos duró la comparecencia conjunta
Escribir sobre la visita de un presidente extranjero a la Casa Blanca es una de esas cosas con las que uno sueña de pequeño para luego acabar convirtiéndose en un problema. En principio, pocos asuntos hay más importantes, pocas fotos más enmarcables. Pero luego tienden a convertirse en un tostón vacío de contenido y lleno de palabras huecas. En las crónicas del encuentro entre Pedro Sánchez y Joe Biden, uno de los párrafos más jugosos es el que habla del arancel a la aceituna negra. A eso me refiero.
Una señal de que está ocurriendo lo descrito es cuando se sobreanalizan los detalles para llegar a la conclusión elegida. Por ejemplo, que Sánchez es el primer presidente español que se mete a charlar en el Despacho Oval sin intérprete y que en el arco de un mes y medio ha sido recibido por los dos hombres más poderosos del mundo (Biden y Xi Jinping). Igualmente, se puede decir que es la primera vez que pisa la Casa Blanca, una menos que Mariano Rajoy en sus siete años de gobierno.
Va otra comparativa. Ayer se sacó pecho porque Sánchez había sido recibido en la redacción del Washington Post. Pues bien, cuando Rajoy estuvo allí en enero de 2014, su equipo le organizó un desayuno en el que estaban la directora de la agencia Associated Press (la más importante del mundo), los dos directores (editorial y de redacción) del Washington Post, el director del New York Times, el del Wall Street Journal y un presentador estrella de la CNN, Wolf Blitzer. Todo sin salir del hotel donde se alojaba el presidente.
A medias entre Zelig y la película de los siete Oscar, el presidente tiene la capacidad de mimetizarse con su interlocutor
De la comparecencia conjunta de ayer se puede subrayar también que Biden habló un minuto y quince segundos, mientras que Sánchez utilizó casi cuatro en soltar lo que traía preparado. En su discurso, vertió unas inusuales críticas a la oposición estadounidense (con referencias al asalto del Capitolio) y lanzó una frase que no dijo cuando estuvo en Pekín hace poco más de un mes. Refiriéndose a la guerra de Ucrania, enfatizo mediante diferentes hipérboles el respaldo de su gobierno a la línea marcada por Washington y dijo que "los lazos transatlánticos y la unidad de los aliados sigue siendo sólidos como una roca".
Según fuentes de la comitiva de Sánchez citadas convenientemente por la agencia Reuters, Sánchez había llegado con la intención de hablar en privado sobre el plan de paz chino, algo que no sabemos si finalmente ocurrió. A medias entre el Zelig de Woody Allen y la película de los siete Oscar, nuestro presidente tiene la capacidad de mimetizarse con su interlocutor y lanzar todos los mensajes, en todas partes, al mismo tiempo. Tuvo ocasión de comentar todo lo que cabe entre la guerra de Ucrania y las listas de Bildu.
Dicho lo anterior, tampoco hay razones para pensar que la sintonía entre Biden y Sánchez sea impostada. Si no hay cosas importantes sobre la mesa es porque muchas ya están resueltas. El vacío se rellena con pequeños gestos, como el de aceptar un puñado de inmigrantes centroamericanos en España. Por los números que se manejan, es algo que no tiene apenas relevancia, ni consecuencias, pero puede ser de cierta utilidad para el discurso interno de Biden, angustiado por la expiración del denominado Título 42 de Trump. Ese es el gran tema ahora mismo en Estados Unidos y, tal y como recordaba Asier Vera en este periódico el otro día, se ha extendido la idea de que si el demócrata pierde sus próximas elecciones "no será por Ucrania, será por la frontera sur". En ese rellenar el tiempo con pequeños gestos simbólicos, un embajador español que no suele ser indulgente con el gobierno considera "significativo" el hecho de que la Casa Blanca haya agendado la visita de Sánchez a las puertas del 28-M.
La imagen de Sánchez en el extranjero recuerda a las de Jacinda Ardern o Sanna Marin
Por ir concluyendo, es cierto que Moncloa exagera mucho la talla internacional de Sánchez. Pero también es cierto que el presidente es una cara reconocible y apreciada en varias latitudes. Se puede objetar que se trata de una reputación bastante superficial, que recuerda un poco a la Jacinda Ardern (ex primera ministra de Nueva Zelanda) y a la de Sanna Marin (ex primera ministra de Finlandia). Como sucedía con ellas, el aspecto físico y su entusiasmo discursivo con la agenda global mainstream (energías verdes, igualdad de género, educación...) juegan un papel determinante. Pero es un hecho que a Sánchez le gusta la política exterior, que se siente más reconocido fuera que dentro de España, y que no se le da mal el teatro de la diplomacia. En relación con EEUU es, además, un aliado comodísimo para el actual gobierno demócrata, tan cómodo que ni siquiera va a pasar por el Congreso (como suele hacerse cuando se renueva un tratado de este calibre) la acogida de dos destructores más y varios miles de soldados en Rota.
Es más que probable que Sánchez busque fuera lo que no consiga dentro y labre una larga carrera en organismos internacionales cuando abandone la presidencia. Como suele decir un analista que prefiere no ser citado: "Sánchez es el más atlantista de los presidentes españoles después de Aznar; y es el que mayor protagonismo tiene en la UE después de Felipe González".
Escribir sobre la visita de un presidente extranjero a la Casa Blanca es una de esas cosas con las que uno sueña de pequeño para luego acabar convirtiéndose en un problema. En principio, pocos asuntos hay más importantes, pocas fotos más enmarcables. Pero luego tienden a convertirse en un tostón vacío de contenido y lleno de palabras huecas. En las crónicas del encuentro entre Pedro Sánchez y Joe Biden, uno de los párrafos más jugosos es el que habla del arancel a la aceituna negra. A eso me refiero.
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