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¿Es España un país racista? No hay manera (ni motivos) de responder a esta pregunta
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Ángel Villarino

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¿Es España un país racista? No hay manera (ni motivos) de responder a esta pregunta

¿Es España un país racista? ¿Comparado con cuál? ¿Más racista que Estados Unidos? ¿Más racista que China? ¿Más racista que Brasil? Son preguntas estériles, que nos alejan de un debate que convendría tener

Foto: Vinícius participa en un acto en el Bernabéu contra los insultos racistas del partido ante el Valencia. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Vinícius participa en un acto en el Bernabéu contra los insultos racistas del partido ante el Valencia. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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En el barrio romano de Trastevere había un restaurante, me parece que sigue existiendo, en el que los clientes aceptaban un trato al cruzar el umbral. Mientras durase su cena, en La Parolaccia (La Palabrota) había barra libre de insultos. El camarero podía burlarse de tu estrabismo o llamarte "testa di cazzo" mientras tomaba la comanda. Y tú le podías responder lo que te diese la gana. Había insultos muy gruesos, que acababan saltando de mesa en mesa. Cruces de humillaciones a los postres, en los que se ejercitaba gente realmente hábil en el arte de faltar. Era sencillo salir de allí con las orejas coloradas.

Algunos aficionados al fútbol reivindican estos días su derecho a vivir en el estadio algo parecido a La Parolaccia, una suspensión de las normas básicas de civismo, carta blanca para insultar a jugadores e hinchas rivales, sin tabúes, mientras estén en las gradas. Como en cualquier carnaval, esto solo funciona cuando todos están de acuerdo y saben a lo que van. Lo contrario es una brutalidad intolerable, y no hay literatura épica sobre la magia del fútbol y sus liturgias que me pueda hacer cambiar de opinión.

Foto: Rueda de prensa tras reunión del Consejo de Gobierno.

Aclarado esto, creo que la polémica desatada por el caso Vinícius solo demuestra una cosa: la inmadurez de la sociedad española en el debate sobre el racismo. La bisoñez a la hora de afrontar el tema, debatiendo cosas sin demasiado sentido como si España es un país racista o deja de serlo. No quiero hacer uno de esos ejercicios de autoflagelación a los que tanto nos gusta someternos. Al revés, se trata de describir nuestra la falta de experiencia ante un asunto que es relativamente novedoso por la propia composición demográfica del país. Por entendernos: el racismo es un tema clave para la sociedad brasileña, como lo es para la sociedad norteamericana, porque hay un contacto constante, diario, intenso, entre grupos de población. Si eres un cliente habitual del metro de Nueva York o de los bares de Salvador de Bahía, se convierte en un roce cotidiano, central, que lo salpica todo. Y también la política, por supuesto.

Aunque las cosas están cambiando muy deprisa, estamos todavía en una fase muy incipiente. Tanto que ni siquiera hemos empezado a enfocar el desafío. Estudios comparativos del Pew Research Center indican que ningún otro país ha recibido tantos inmigrantes en tan poco tiempo como recibió España en los años anteriores a la crisis financiera. Pero se me ocurren al menos dos motivos que han aplazado el estallido masivo de un debate que vamos a tener que afrontar antes o después. El primero es que un porcentaje muy elevado de los que llegaron aquí lo hicieron desde Latinoamérica y el este de Europa, culturas con mayor afinidad y una relativa facilidad para integrarse. El segundo es que la primera generación suele estar demasiado ocupada tratando de sobrevivir y hacerse un hueco como para movilizarse por sus derechos colectivos y su identidad. Suelen ser las segundas y terceras generaciones, las de personas que se sienten excluidas o poco valoradas en su lugar de nacimiento, quienes empiezan a alzar la voz.

Foto: Vinícius, durante el partido ante el Valencia. (Reuters/Pablo Morano) Opinión
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Por imperativo demográfico, la sociedad española va a experimentar transformaciones que traerán el asunto al frente de la vida pública. En algunas zonas de España, sobre todo en la costa del Mediterráneo y determinados barrios de grandes ciudades, ya empieza a cuajar. Hay al menos un gran partido político tratando de instrumentalizar el asunto, y es previsible que los roces y las polémicas sean cada vez más frecuentes. Tampoco estoy diciendo que tengamos que abrazar el enfoque anglosajón, ni tampoco el francés. A la vista está que no han dado buenos resultados. Lo que digo es que se va a convertir en un asunto relevante, queramos o no. Un tema muy complejo, que puede acabar generando tensiones y que no es posible despachar con simplezas de barra de bar.

Lo primero que habría que superar es esa tontería de si España es un país racista o no lo es. Para empezar, sería necesario establecer una comparación. ¿España es racista en comparación con quién? Ni siquiera serviría como criterio la acumulación de episodios de racismo. En Japón, China o Corea del Sur hay muy pocas escenas de discriminación, porque apenas residen personas con otro color de piel. ¿Es China menos racista que España? La pregunta se puede responder con una escena que he presenciado alguna vez, la de un africano escondiendo su rostro, desesperado, para poder parar un taxi en Pekín.

Foto: Manifestantes protestan por los ataques racistas contra Vinícius frente al consulado de España en São Paulo, Brasil. (Isaac Fontana/EFE)

Lo que quiero decir es que en China no hay muchas escenas de racismo porque, como sucede en Corea del Sur o Japón, es un país cerrado a la inmigración y no hay apenas roce. Para hacernos una idea, la mayor colonia africana está en Guangzhou. Viven menos de 14.000 africanos en una población de cerca de 14 millones. En Estados Unidos, sucede justo al revés. Hay muchas más escenas de discriminación que en España porque la composición racial de su sociedad es mucho más compleja. Allí, donde el debate está muy maduro, insultos como los de Vinícius serían impensables en un estadio y habrían desatado una polémica mucho mayor que la de aquí. Y, sin embargo, el problema racial es tan enorme que alrededor del 30% de los varones afroamericanos son condenados a prisión en algún momento de sus vidas.

Las comparaciones son imposibles y no tiene sentido perder el tiempo con ellas. No hay ningún continente, ningún país, donde no haya xenofobia y racismo en mayor o menor medida. En algunos lugares de África, la discriminación se produce por tonalidades del color de piel, o rasgos fisionómicos, que podrían resultar imperceptibles para un europeo. En países como Malasia, siguen existiendo leyes que discriminan a minorías (en este caso, a la de origen chino). Lo que sí tiene sentido es dedicarle atención, empatía y energías al asunto; y no sacudírnoslo como una incomodidad, o como un problema importado que nosotros nunca vamos a tener. Pasarse tres días hablando del tema, aunque sea con torpeza, podría ser un primer paso.

En el barrio romano de Trastevere había un restaurante, me parece que sigue existiendo, en el que los clientes aceptaban un trato al cruzar el umbral. Mientras durase su cena, en La Parolaccia (La Palabrota) había barra libre de insultos. El camarero podía burlarse de tu estrabismo o llamarte "testa di cazzo" mientras tomaba la comanda. Y tú le podías responder lo que te diese la gana. Había insultos muy gruesos, que acababan saltando de mesa en mesa. Cruces de humillaciones a los postres, en los que se ejercitaba gente realmente hábil en el arte de faltar. Era sencillo salir de allí con las orejas coloradas.

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